miércoles, 2 de mayo de 2007

ANTICAPITALISMO ROJO Nº9


Editorial
LAS ELECCIONES FRANCESAS SEÑALAN EL CURSO

1
DE MAYO: ¿MANIFESTACIONES ANTICAPITALISTAS?…

Tras los atentados de Al-Qaeda en el Magreb…
DECLARACIÓN DE ANTICAPITALISMO ROJO

Tribuna anticapitalista
¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes?…
CONTINÚA EL DEBATE…


--------------------------------------------------------------------------------------


LAS ELECCIONES FRANCESAS SEÑALAN EL CURSO

Toda elección democrático burguesa conlleva necesariamente una grave deformación de la realidad social. No en vano, las campañas electorales colocan a los proletarios —separados de sus camaradas de clase y fuera de toda acción colectiva— en la tesitura de escoger, a título individual, como ciudadanos, entre tal o cual de los candidatos burgueses que se postulan para dirigir, durante el próximo periodo, la sociedad capitalista. Pero, así y todo, ni siquiera las elecciones capitalistas, por mistificadoramente que expresen la realidad, pueden obviarla por completo, en sus líneas fundamentales, de tal manera que, sabiendo leer entre líneas sus resultados, la vanguardia revolucionaria puede sacar siempre provechosas conclusiones para el combate de la clase explotada por su emancipación.

¡Qué nos dice, por ejemplo, a este respecto, la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebrada el pasado 22 de abril?…

En primer lugar, destaca la amplia participación electoral —un 83,80 % del censo—, la mayor desde 1965. El pueblo francés —esa masa social ciudadana compuesta, al unísono, de los burgueses, los pequeñoburgueses y los proletarios— ha hablado, pues, y, de acuerdo con los intereses de la clase dominante, que es quien lo dirige, quien forma, a medida de su interés, la «opinión pública». El pueblo ha hablado para elegir, con toda probabilidad, como próximo presidente de la República, a quien, no hace ahora ni dos años, en otoño de 2005, con el motivo del estallido social de los suburbios, amenazó con «limpiar con Kärcher [máquina que lanza agua caliente a presión]» la racaille (gentuza, basura) constituida, siempre según él, por la juventud, abandonada a su propia suerte, de las banlieues; sí, el pueblo francés ha hablado y lo ha hecho para escoger, como nuevo guía de sus pasos en los próximos años, a quien (Nicolas Sarkozy) —robándole la cartera al programa del fascista Frente Nacional (FN) de Le Pen—, no ha dudado en vincular abiertamente la violencia latente en esas barriadas urbanas con la población inmigrada, así como en prometer la creación de un «Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional», o en proclamar que todos los grupos políticos están corrompidos a la par que en instrumentalizar, para su propio partido, la simbología patriótica, y, por supuesto, en reclamar «mayor rigor en la aplicación de penas contra los delincuentes»…

Sí, Sarkozy habrá triunfado, encumbrándose a las más altas instancias del Estado francés, pero desde luego que no lo habrá hecho como lo hiciera Chirac en 2002, alzando, frente al fascismo, la bandera de la democracia burguesa conservadora, sino, por el contrario —es un secreto a voces reconocido explícitamente por el propio Le Pen; «La victoria de Sarkozy es la victoria de las ideas de Le Pen», ha declarado, tras conocerse los resultados, la hija de éste, Marine, responsable de la campaña del FN—, sustrayendo al fascismo, apenas enmascarado, buena parte de su discurso y sus reivindicaciones. En realidad, es vox populi, todo el proceso electoral se ha deslizado bajo la espada de Damocles, para la democracia burguesa, de que el FN volviera, como hizo, hace ahora cinco años, a pasar a la segunda y definitiva ronda.

Ahora bien, si, contra el cretinismo democrático que sueña impenitentemente con una democracia capitalista capaz de expresar los intereses de la clase explotada, entendemos aquélla, en su realidad histórica —ya descrita por Marx y Engels, y cada vez más palmariamente puesta de relieve, si cabe, en nuestros días— de régimen político que permite «decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el parlamento» (C. Marx: La guerra civil en Francia, 1871, en C. Marx, F. Engels: Obras escogidas, Progreso, 1974, URSS, vol. II, p. 235) y al Gobierno del Estado capitalista como a la «junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa» (C. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, 1848, en íb., vol. I, p. 113), la pregunta a hacernos es: ¿para la consecución de qué tareas, necesarias para el conjunto de la burguesía, habrá sido aupado a la Presidencia de Francia, Sarkozy?…

La respuesta no puede ser otra: Sarkozy habrá sido elegido, por la clase capitalista francesa, como la mejor opción para llevar a cabo los cambios sociales exigidos para hacer realidad la incorporación de Francia a la nueva revolución productiva en escena. El reto es de órdago. Con una economía que está creciendo a un raquítico 2 % y una deuda pública que ha alcanzado niveles históricos —1,1 billones de euros, el 63,9 % del Producto Interior Bruto (PIB), cuyos meros intereses se comen íntegramente lo que el Tesoro ingresa por el impuesto sobre la renta—, con un déficit del comercio exterior que, en 2006, se elevó a 29.200 millones de euros, el peor resultado desde 1980, con la mayor tasa de desempleo de la zona euro, que las cifras oficiales sitúan en el 8,4 %, pero que los expertos del Eurostat, en Bruselas, acrecientan, como mínimo, hasta el 9 %, el país galo parece, ciertamente, como destacan los analistas, haber «saltado en algún punto del tren del siglo XXI» (Cinco Días, 24.04.2007, p. 42). Francia —segunda economía de la zona euro y sexta potencia mundial— se desliza, así, por una pendiente de declive económico, pérdida de competitividad internacional y deterioro galopante de la cohesión social, de la que la clase dominante gala sólo podría salir al precio de deshacerse drásticamente de los lastres sociales que, si bien, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han posibilitado el acuerdo tácito entre las clases del que precisa toda democracia burguesa, han devenido, hoy, bajo el látigo de las exigencias de la nueva revolución productiva, trabas absolutas para el desarrollo de ésta.

¿Cuáles son, en concreto, estos obstáculos que impiden que Francia se incorpore al proceso de valorización del capital propio a la revolución telemática de nuestros días?…

Tres, fundamentalmente. En primer lugar, el peso —verdaderamente extraordinario— del sector público en la economía, con un Estado que emplea ni más ni menos que al 22 % de la población activa (ib.) —¡cinco millones de funcionarios! (El País, 23.04.2007, p. 7)—con las inevitables dificultades comparativas, con relación al capital privado, que ello comporta tanto para incrementar la productividad de esa quinta parte larga de los activos franceses como para reducir los gastos improductivos vinculados a dichos puestos de trabajo. Y no se trata únicamente de la productividad, sino también de la extensión de la jornada de trabajo, altamente dificultada por la semana laboral de 35 horas instaurada por Jospin, sin cuya anulación, total y definitiva, los productos franceses no se hallan en condiciones de competir en los mercados mundiales.

En segundo lugar, el cuadro de relaciones laborales imperante, extraordinariamente rígido y muy costoso, para el capital, tanto por lo que se refiere a los gastos sociales que se ven obligadas a afrontar las empresas como por las generosas subvenciones y desgravaciones fiscales que, suplementariamente a lo anterior, concede el Estado a éstas. Recuérdese, a este respecto, que, hasta la fecha, todos los intentos de “flexibilizar” este modelo laboral francés —maniqueamente estructurado en torno a un contrato fijo, provisto de seguridades, y uno precario, sin ninguna garantía— han fracasado clamorosamente. La última de las veces hace ahora un año, cuando el masivo encuentro, en las calles de las grandes ciudades, de los hijos estudiantes de familias trabajadoras con los casseurs de los suburbios obligó al Gobierno De Villepin a retirar el famoso contrato para jóvenes que había elaborado.

En tercer lugar, el abultado gasto social del Estado francés —improductivo, para el capital y, en esa misma medida, crecientemente insostenible—, tanto en lo que se refiere al mantenimiento, en general, del proletariado autóctono (Seguridad Social, sanidad, enseñanza, desempleo, apoyo a la maternidad o/y paternidad…) como, en particular, de las masas, cada vez más numerosas, de inmigrantes que, por su descualificación, no hallan ni pueden hallar acomodo en la esfera productiva.

Todas las voces insisten en lo mismo: «si quiere impulsar la economía, el nuevo inquilino del Elíseo tendrá que doblegar la resistencia de buena parte de la sociedad» (ib.); en otras palabras, de las masas trabajadoras y, en primer lugar, de esa vanguardia espontánea de la movilización de éstas en que se ha transformado objetivamente la convergencia, hecha realidad en la primavera de 2006, entre los casseurs —los jóvenes proletarios, sin oficio ni beneficio, de los grandes suburbios— y los hijos estudiantes del conjunto de las familias trabajadoras.

Desde el otoño de 2005, con las banlieues de las principales ciudades del país en llamas, el fascismo se ofreció públicamente, por boca del FN, a la burguesía para hacer ese trabajo de «limpieza» de los casseurs y demás miembros indeseables, para la sociedad francesa, por la vía directa, a través del Ejército, rompiendo, así, de hecho, el cuadro de la democracia capitalista. La victoria de Sarkozy —contando, en particular, con el voto útil procedente del FN— será una expresión inequívoca de que la clase burguesa, en tanto que totalidad, considera que aún no ha llegado el momento de traspasar ese punto sin retorno en el que se descarta los mecanismos de represión propios a la democracia capitalista para pasar, de la mano del fascismo, a asumir declaradamente el carácter irreconciliable de la lucha entre las clases. “No, aún es pronto para eso” —le ha dicho, con toda claridad, con ocasión de estas elecciones, la burguesía, a través del manipulado pueblo francés, al partido fascista. “Encárgate tú, Sarkozy —ha añadido la clase dominante por medio de los sufragios—, de preparar el choque, utilizando, hasta las últimas consecuencias, pero sin romper todavía el cuadro de la democracia en el que vivimos, todas las posibilidades represivas que ésta te brinda”.

Y, por supuesto, no cabe dudarlo: en tal tarea de Estado Sarkozy contará, por críticamente que sea, con el apoyo, en lo fundamental, del Partido Socialista Francés (PSF), no en vano, explícitamente comprometido, entre otras cosas, por medio del programa electoral de Ségolène Royal, a «reformar la ley de 35 horas semanales» (esto es, a aumentar la jornada laboral), a la «creación de un contrato para los jóvenes no cualificados que buscan su primer empleo» (es decir, al aumento de la precariedad laboral) y a la extensión de «la policía de proximidad» (léase, de la represión en los barrios proletarios)…

Pero si la burguesía ha resuelto confiar estas tareas al presunto vencedor de las elecciones, Sarkozy, el nuevo movimiento anticapitalista, aparecido en escena en otoño de 2005, de la mano de los casseurs —«la escoria» de la sociedad, condenada, de forma expresa, por Sarkozy, pero temida, a la postre, por todos y cada uno de los partidos burgueses, sin excepción, desde el fascismo hasta la extrema izquierda— ha tomado también su decisión: aceptar, valiente y públicamente, el reto lanzado por la clase dominante a través de estos comicios. Un rumor insistente recorre estas semanas los suburbios: «Si Sarko es elegido presidente» «habrá fuego en las banlieues» (El País, 23.04.2007, p. 6). De hecho, en la localidad cercana a París, Clichy-sous-Bois, donde empezó, en su momento, lo que, orgullosos, los jóvenes proletarios de allí han bautizado como «la revolución de los suburbios», durante la semana pasada a la primera vuelta electoral, hasta tres equipos de televisión fueron atacados (El País, 24.04.2007, p. 7). Con todo, más allá de esta pequeña acción de guerrilla con la que los casseurs, tras el reciente enfrentamiento en el Metro de París (véase, Anticapitalismo rojo núm. 8), volvían a hacer acto de presencia, el nuevo anticapitalismo que, en la primavera de 2006, llenara París con sus banderas rojas, ha continuado protagonizando la escena de un modo un millón de veces más peligroso, para el Estado capitalista, que la mera destrucción de los símbolos, propiedades e instrumentos represivos del sistema, a saber: la acción política.

Al respecto, no puede haber resquicio al equívoco: la altísima participación en la primera vuelta electoral se ha basado, ante todo, en el aumento del voto registrado en los suburbios. Si ponemos, de nuevo, como ejemplo, al emblemático Clichy-sous-Bois, la participación ha crecido, de forma espectacular, desde un 62,3 %, en 2002, al 81,82 % de estos recientes comicios (fuentes: Ipsos/Dell, 23.04.2007). Por supuesto, bajo el lema engañoso —lanzado, bajo cuerda, por el PSF— de «Tout sauf Sarko» (Todo salvo Sarkozy), ese crecimiento del voto proletario en los suburbios ha ido a parar, en su práctica totalidad, a la candidatura de Ségolène Royal, que, a escala de toda Francia, ha recibido el 34 % del voto de los electores que cuentan entre 18 y 24 años (ib.), lo que, teniendo en cuenta la citada participación media registrada, supone que la candidata del PSF ha sido votada por más de uno de cada cuatro jóvenes del país (un 28,50 %).

Quédense los doctrinarios, repletos de pedante suficiencia, con ese voto masivo de la juventud proletaria de los suburbios a Royal. Es tan prestado, en realidad, como el de los fascistas del FN a Sarkozy. Más aún, porque mientras el voto útil de la extrema derecha a Sarkozy emplaza a éste a desarrollar las tareas definidas por Le Pen sin reventar aún el cuadro democrático.burgués vigente, el voto proletario masivo de las banlieues, lejos, ante todo, de expresar confianza en una izquierda y extrema izquierda que, desde hace ya décadas, no osan poner los pies en ellas, supone objetivamente la renovación pública de la declaración de guerra social que, en otoño de 2005, tuvo lugar entre la juventud de las capas más desfavorecidas del proletariado y el Estado capitalista, no importa de qué color, no importa quién lo gobierne.

Quédense, pues, el anarquismo y las corrientes pagaderas de éste con ese frío dato de la participación electoral. Traten de hacer comulgar a quienes les escuchen con la rueda de molino de equiparar el voto anticapitalista emitido, hoy, por las banlieues con el tradicional voto a los lugartenientes de izquierda del Estado capitalista registrado en las anteriores contiendas electorales presidenciales francesas. Por nuestra parte, los comunistas, huyendo de esquemas y analizando la realidad concreta de lo que está sucediendo, nos quedamos con este otro hecho incontrovertible: a las puertas del nuevo choque social entre las clases que se prefigura en Francia, más de cuatro de cada cinco proletarios del sector más explotado de nuestra clase han decidido hacerse presentes en la situación, hacer política; o lo que es lo mismo, la mayor parte de la juventud proletaria a la que el capitalismo priva de todo futuro, la mayor parte de esos casseurs que, ayer mismo, pusieron en jaque al Estado capitalista y atemorizaron a las clases pudientes de esa segunda potencia europea que, con todo, sigue siendo Francia, sin renunciar, en momento alguno, a su acción violenta contra la sociedad burguesa, han juzgado necesario combinarla con su acción política no menos destructora de ésta. En otras palabras, estas elecciones demuestran que, a diferencia del ya extinto anticapitalismo negro del pasado, el anticapitalismo de la actualidad, el anticapitalismo de los proletarios de los suburbios franceses, no le hace ascos a la política. Por el contrario, ha nacido y se desarrolla con ella, sin entregar jamás su futuro a partido alguno —de derecha o de izquierda— de la burguesía. Y, en este proceso, que los jóvenes proletarios de los suburbios, los casseurs, hayan concedido su voto hoy a Royal no es más que un episodio, necesario, inevitable, de su maduración política como movimiento anticapitalista; de la misma manera que, en su momento, el hecho de que la inmensa mayoría de los obreros rusos, en 1917, dieran la dirección de los soviets, durante los primeros meses de su existencia, a los partidos reformistas de izquierda, lejos de ser una abdicación de su movimiento de clase, no suponía, como los hechos se encargaron, a la postre, de verificar de manera incontestable, más que el camino indispensable de su conformación definitiva como clase revolucionaria.

En suma, el nuevo choque social, en Francia, está asegurado y, en él, veremos, de nuevo, en acción, al proletariado contemporáneo, al proletariado resultante de la nueva revolución productiva, al que ya no tiene lugar, merecedor de ese nombre, ni en la producción ni en la sociedad capitalistas. Por ende, los casseurs y el conjunto de la juventud proletaria en el que éstos tienden a fundirse, afrontarán esa nueva batalla mejor armados que antes; contarán con la experiencia política, inestimable, que les habrá reportado su participación electoral de ahora.

Tiempo habrá de evaluar la dimensión y consecuencias, necesariamente internacionales, de esa nueva conmoción social hacia la que camina, con paso firme, Francia. En cualquier caso, desde ya, podemos descartar que, de ella, pueda desprenderse el próximo desenlace del vigente curso de la situación, pues si es meridianamente claro que, a la burguesía francesa no le bastarán los mecanismos democráticos para desalojar al proletariado, en su totalidad, de las trincheras de resistencia social que ha ocupado, y, en esa misma medida, veremos, con toda seguridad, renacer al fascismo, no es menos evidente que tanto, en primer lugar, el papel de potencia de segundo orden de Francia, en el cuadro mundial y europeo —que le veda una nueva y auténtica expansión fuera de sus fronteras— como la correlación de fuerzas específica imperante, en el país, entre una burguesía en declive, a escala internacional, y un aguerrido y consciente proletariado, productor del nuevo movimiento de la clase explotada, se conjugan para erigir un obstáculo infranqueable a que dicho fascismo galo se encarame al poder del Estado.

No; en cuanto a los desenlaces del actual curso no hay que mirar hacia Francia, sino, de nuevo, hacia esa Alemania, cuya erosión galopante de la base social de la democracia burguesa, a la que asistimos, corre pareja con su renacer como gran potencia europea y mundial, o, a modo de preámbulo, hacia esa Italia cuyas ansias imperialistas, históricas e irrefrenables, de devenir gran potencia mundial se simultanean con un encuadramiento —sin parangón, en cuanto a su extensión y profundidad, en los países capitalistas avanzados europeos— de su proletariado en el traidor y criminal cuadro de la democracia capitalista.

Pero Francia, si no los próximos desenlaces del actual proceso social, sí que nos ofrecerá —nos está ofreciendo ya— las claves para anticiparlos, y, en ese cuadro, para comprender el proceso contemporáneo, específicamente inédito, de maduración revolucionaria del proletariado de nuestros días. La vanguardia comunista continuará siguiendo, pues, con toda atención, los acontecimientos franceses.

LEE, DEBATE, ESCRIBE…
En Anticapitalismo Rojo núm. 1…: El nuevo anticapitalismo. Vive les casseurs!
------
En Anticapitalismo Rojo núm. 8…: Metro de París. Nueva irrupción del anticapitalismo

1 de mayo
¿MANIFESTACIONES ANTICAPITALISTAS?…

El día mundial de los trabajadores (1 de mayo) es una oportunidad más para reflexionar sobre el desarrollo del capitalismo y las tareas, y la acción política de la clase trabajadora, en su lucha de resistencia y por su emancipación histórica mediante la revolución proletaria mundial.
En esta fecha, que significa un año más de explotación capitalista, reafirmamos, como revolucionarios, que el camino hacia la revolución proletaria discurre a través de la unidad de todos los trabajadores del mundo, de la imposición de la dictadura revolucionaria de los explotados contra los explotadores para derrocar el poder de la clase dominante, la burguesía.
El capitalismo y la clase en la cual se personifica el capital, la burguesía, no ahorraron esfuerzo alguno, a lo largo de su historia, desde el momento mismo en que sus relaciones sociales determinaron la escena, para mantener a la clase proletaria dentro del alcance de su dominación, sometida a su influencia política, ideológica y cultural, dejando de esta manera a los explotados, aislados por completo de su realidad histórica, como una clase despojada tanto de sus medios de producción —vale decir, de vida— como del único camino para recuperarlos, la revolución proletaria mundial, primer acto de la misión histórica del proletariado destinada a abolir la sociedad capitalista y todas las clases sociales para siempre.
Todo esto se hizo realidad gracias, en primer lugar, al desarrollo, bajo el capitalismo, de las fuerzas productivas como motor fundamental de la materialización de las condiciones —trabajo, estabilidad, y, en general, “Estado de bienestar” social en los países del capitalismo avanzado― en las cuales se basa la dominación de la clase burguesa sobre toda la sociedad. En segundo lugar ―y esto no es menos fundamental que lo anterior—, gracias a los partidos de izquierda y extrema izquierda que, habiendo surgido para defender al proletariado y la revolución como supuestas vanguardias políticas de nuestra clase, pasaron, acto seguido, de la mano de la contrarrevolución, a ejercer, a cuenta de la clase dominante, el control político de la mayor parte de la clase proletaria.
Pero nada es eterno, señores, y tal como afirmó el Partido Comunista en su primer manifiesto:

La burguesía no puede existir sino a costa de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y, con ello, todas las relaciones sociales. (Karl Marx y Friedrich Engels: Manifiesto del Partido Comunista, 1848, Ediciones Curso, Barcelona, 1998, p. 32).

Efectivamente, señores burgueses, el capitalismo no es un modo de producción y de ser eterno para la humanidad. Todo al contrario, el Estado de represión de clases, la explotación del hombre por el hombre, tienen fin y nombre, y no es necesario ser un experto para darse cuenta de las nuevas condiciones de vida de una, cada vez más, amplia masa de jóvenes proletarios condenados por el propio desarrollo del capitalismo —en esta revolución productiva que, por primera vez en la historia, sustituye el trabajo vivo por la tecnología― a una creciente precariedad, al paro y a la desintegración en la sociedad capitalista. Todo ello, sin hablar de las estrategias de las grandes potencias capitalistas, en trayectoria de enfrentamiento entre ellas, para dar salida a su producción, con dificultades cada vez mayores, y, por supuesto, controlar y repartirse el planeta a costa de millones de vidas humanas en el mundo entero, cobradas por el hambre, las invasiones imperialistas y las devastadoras guerras, directa o indirectamente llevadas a cabo por Gobiernos títeres o satélites, como es el caso, por citar tan sólo la última de la de Somalia, ocupada por el Ejército etíope, siguiendo las órdenes de Washington.
Pero, a pesar de todo esto y de mucho más, la izquierda y la extrema izquierda —con el discurso engañoso radical de sus diferentes fracciones, que, desde su compromiso con el Estado capitalista, siembran siempre la división del proletariado, a través, si es el caso, de luchas radicales sectarias que mantienen separados a los distintos grupos de trabajadores mediante movilizaciones que les encierran, cada cual por su lado, en su fábrica o, a veces, en su barrio— niegan objetivamente, con su hechos, la realidad histórica de la lucha de clases y, consecuentemente, la vía efectiva de unidad de todos los proletarios del mundo. Dicha izquierda reformista ha desarrollado una labor histórica de mantenimiento de las relaciones de clases al hilo del desarrollo de las fuerzas productivas y del pretendido “Estado de bienestar social”, en agonía en nuestros días. Aunque cargan a sus espaldas con todo un lacayuno historial de colaboración de clases con el Estado burgués, esos lugartenientes de izquierda del capitalismo tienen la desfachatez de seguir disfrazándose con una supuesta lucha antisistema —¡«anticapitalista» tienen el descaro de llamarla!—, de convocar mistificadoras movilizaciones «anticapitalistas» (¡ultrarreformistas, en realidad!) ni más ni menos que el día mundial de los trabajadores. En concreto, este 1 de mayo de 2007, para el caso en Barcelona , estos reformistas vergonzantes hacen las siguientes convocatorias:

Las movilizaciones en contra del sistema económico capitalista [claro, sólo «en contra del sistema económico capitalista», no, por supuesto, contra el Estado capitalista que vela por él y por la totalidad del capitalismo…] también estarán presentes durante la tradicional jornada del primero de mayo. Este año no se hará la marcha denominada Mayday [la verdad, el “éxito” de la payasada del pasado año no invita a repetirla…], pero sí que desde diferentes espacios de coordinación se hace un llamamiento a la participación en las movilizaciones. Como ya es habitual, durante la mañana habrá marchas, mítines y actos políticos de las dos CNT, de CGT, y de la IAC, la Intersindical, sindicatos autónomos y organizaciones de la izquierda independentista como Endavant y Maulets. Por la tarde, se han organizado manifestaciones. La marcha por un Primero de Mayo Anticapitalista saldrá desde la plaza Universidad a las 17:30 h, con intervenciones de trabajadores de Iberia, Sintel y SAS Abrera. También hablarán miembros de la lucha de apoyo al pueblo de Oaxaca. Media hora antes, a las 17 h, también se iniciará en los Jardinets de Gràcia, la marcha libertaria y también anticapitalista convocada por individuos, colectivos y organizaciones libertarios.
(Directa, núm. 44, 11.04.2007, p 10)

Los anticapitalistas revolucionarios tenemos el deber y el derecho de desmarcarnos de este totum revolutum de falso anticapitalismo, de oponerle, bien a las claras, la realidad del auténtico movimiento antisistema de hoy, que no estará presente en ninguna de esas “tan terriblemente subversivas” manifestaciones. ..
De la situación política y económica de la sociedad capitalista de nuestros días, y de la correspondiente situación histórica, inédita, de la nueva generación proletaria, acabamos justamente, como quien dice, de ver su expresión espontánea, antisistema, más genuina en los suburbios y las calles de las grandes ciudades francesas. Nos referimos, evidentemente a los casseurs, que, con sus quemas de símbolos, propiedades e instituciones capitalistas y sus banderas anticapitalistas rojas, protagonizaron recientemente la escena política en el país vecino y no hace ni tan sólo un mes volvieron a dar prueba de existencia con ocasión de la batalla campal desatada, en defensa de un proletario inmigrante, en el Metro de París (véase, Anticapitalismo rojo núm. 8). ¿Sería mucho preguntar a esos señores “superanticapitalistas” que desfilarán este 1 de mayo, en Barcelona y el resto de ciudades, por qué sí han encontrado lugar en sus actos luchas en apoyo, por ejemplo, al pueblo de Oaxaca (México) y no a los anticapitalistas de Clichy-sous-Bois y el resto de las banlieues francesas que ardieron contra el capitalismo y han prometido, de nuevo, con ocasión de estas pasadas elecciones, volver a la carga?... ¿Algunos de los brillantes oradores que intervendrán en esos mítines tan "anticapitalistas" lo hará para sostener esa lucha de los casseurs?… Si es así, que envíen a Anticapitalismo rojo su intervención. La publicaremos, aunque seamos los únicos en hacerla. Pero si no es así, si callan, como hace toda la burguesía, sobre esa imponente movilización, ante nuestros ojos, de los jóvenes proletarios más explotados de hoy, ¡vergüenza, para ellos, que se guarden su “anticapitalismo” de pega”!
Preguntémonos, en suma, en nombre del anticapitalismo y de la lucha histórica por la emancipación de la clase explotada de todo el mundo, ¿qué situación política, que estrategia y táctica justifica, señores reformistas, silenciar la lucha de los casseurs, sino los intereses de los servidores de la clase dominante, de los enemigos irreconciliables de los explotados y de la lucha histórica de la clase trabajadora, sino los intereses de quien se opone, con todas sus fuerzas, a la unidad de todos los explotados del globo por encima de no importa qué circunstancia, de no importa qué situación, nación o fase histórica? Tal y como destaca, por el contrario, el manifiesto del primer partido revolucionario del proletariado, el Partido Comunista.

Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por las que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, siempre representan los intereses del movimiento en su conjunto (Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del partido comunista…, p.. 42).

Bien, ya que ustedes callan, señores reformistas, seremos nosotros quienes explicaremos por qué ni se les ha ocurrido invitar a los anticapitalistas por excelencia de hoy, los casseurs, a sus grandes manifestaciones “anticapitalistas”… El caso es que los anticapitalistas de hoy han demostrado haber comprendido bien la lección de dónde (enfrentados irreconciliablemente al Estado burgués) están ellos y dónde (desfilando pacíficamente como buenos ciudadanos críticos) se les puede encontrar a ustedes, las fuerzas reformistas. El nuevo anticapitalismo, expresado por los casseurs, ha aprendido de las vacilaciones del anterior anticapitalismo negro, anticumbres, de ayer, de forma tal que ustedes ya no tienen la posibilidad de confundirlo bajo sus engañosas convocatorias pseudoanticapitalistas. Mucho más que nunca, el anticapitalismo de nuestros días, apuntado por los casseurs, no tiene nada que perder más que sus cadenas; más que la precariedad, el paro y su creciente abandono por parte de la sociedad capitalista; más que esas condiciones de vida que le arrojan directamente a las calles, fuera del control de todas las fuerzas políticas de izquierda y extrema izquierda del Estado capitalista, al encuentro del resto de sectores del proletariado.
Ese anticapitalismo rojo, que rechaza abiertamente todo compromiso con el Estado burgués, lo tienen, ustedes, señores reformistas, delante de sus ojos. Se le vio actuar en los suburbios franceses en 2005 y también ocupar las calles de París y otras grandes ciudades, junto a los estudiantes, hijos de trabajadores, en la primavera de 2006…; se le ha visto, bien recientemente, en plena campaña electoral, en marzo de 2007, en el Metro de la capital francesa, enfrentándose a las fuerzas de represión del Estado capitalista… ¡Por mucho que ustedes cierren los ojos y escondan, como el avestruz, la cabeza bajo el ala, con sus convocatorias “anticapitalistas” sin anticapitalistas, no detendrán su desarrollo!
Son los mismos ataques del capitalismo los que acabarán proporcionando, si es que no han empezado ya a hacerlo, las condiciones materiales efectivas de la organización del movimiento anticapitalista de veras; esto es, del movimiento destinado a sepultar la sociedad de clases, que, por lo mismo, existe fuera y contra de todo el reformismo de izquierda y extrema izquierda, independiente de cualquier tipo de institución del Estado capitalista. En espera de ese feliz día, este 1 de mayo aprovechen bien su celebración, señores reformistas. Los auténticos anticapitalistas lo celebraron ya —de manera harto diferente, por cierto— hace unas semanas en París.
Carlos Togues

Ignacio Rodas
Anti-Negri. Libro Primero
Crítica de la filosofía y la economía críticas

En 2000 y 2004, el profesor Antonio Negri publicó respectivamente Imperio y Multitud, obras de gran impacto que tuvieron la virtud de exponer una teoría general del pensamiento y la acción alternativos de nuestro tiempo, antiglobalizadores. El Anti-Negri, de Ignacio Rodas, cuyo Libro Primero, dedicado a la crítica de la filosofía y la economía críticas, ve ahora la luz, constituye, ante todo —al hilo de la demolición sistemática a la que se entrega, por alienante de la realidad social, del discurso postmoderno expuesto por el señor Negri—, la afirmación científico-revolucionaria de que existe vida más allá de los trillados caminos del pensamiento oficial y crítico, que copan la escena.
Formalmente, la obra de Rodas se ancla en la más estricta ortodoxia marxista. En este Libro Primero, en particular, la crítica de la doctrina del señor Negri ha proporcionado al autor la oportunidad de llevar a cabo un despliegue, que abruma por su consecuencia, del más genuino materialismo dialéctico y de la implacable crítica de la economía burguesa tan característicos de la ciencia comunista. Pero, contrariamente a lo que podría esperarse, ese impecable ejercicio de marxismo, en las antípodas de recrearse como un fin en sí mismo, deviene, en manos de Rodas, instrumento privilegiado de aprehensión, concreta y activa, del curso vigente del capitalismo en su inédita especificidad.
En definitiva, de la crítica implacable, que nos depara el Anti-Negri, de los pilares de la praxis reformista radical de hoy emerge, en positivo, una profunda, y novedosa por su original contemporaneidad, comprensión teórica y política, tan intachablemente revolucionaria como plenamente verificable por los hechos más destacados del mundo actual, del papel que desempeñan los aconteceres más significativos que tienen lugar ante nuestros ojos en el movimiento histórico general de las masas explotadas y oprimidas del planeta por su emancipación.
edcurso@edicionescurso.com www.edicionescurso.com


Declaración de Anticapitalismo rojo

Tras los atentados de Al-Qaeda en el Magreb…

¡LAS CULPABLES, NUESTRAS PROPIAS BURGUESÍAS!



Los recientes atentados en Marruecos y Argelia han desatado la alarma en las cabezas pensantes de la burguesía europea y magrebí ante el avance rampante del denominado fenómeno yihadista y de lo que, en términos de recrudecimiento de la insurgencia antiimperialista, dicha realidad expresa.

En la cada vez más probable ―y nada novedosa, por otro lado― posibilidad de que los atentados de grupos salafistas afecten directamente a territorio español, con la conmoción y la segura campaña intoxicadora que, al hilo de los mismos, desplegarán los medios de la clase dominante, Anticapitalismo rojo, como órgano anticapitalista y comunista que es , declara lo siguiente:

Bien que los objetivos en sí mismos, así como las acciones basadas en la inmolación individual, o la violencia interclasista, desplegados por fuerzas como Al Qaeda (entendiendo ya esta etiqueta como el exponente que aglutina distintos movimientos nacionales armados, de inspiración islámica, en lucha contra el imperialismo y los regímenes que lo respetan en los países árabes) no sean, desde luego, los del proletariado, y aunque las utopías panarabistas reaccionarias, o sustentadas en la ideología religiosa ―completamente ajenas al proceder científico social de los comunistas―, oscurezcan, por momentos, la naturaleza real (pequeño burguesa revolucionaria) que subyace a dichos movimientos, condenar sus atentados, basándose en el hipócrita código moral dominante ( el de la clase en el poder) no es ni puede propio de fuerzas y publicaciones anticapitalistas.

Y no lo es por varias razones. En primer lugar, porque los explotados de los países capitalistas avanzados están, más tarde o más temprano, obligados a entender, contra la prédica engañosa y maniquea que acusa a los autores de dichos atentados de no respetar la vida humana, que la brutalidad con la que éstos son llevados hoy a cabo no es sino la consecuencia de brutalidades y crímenes aun más abyectos, masivos y prolongados en el tiempo, que vienen ejerciéndose, en los países de procedencia de dicha insurgencia “islámica”, por parte de las principales potencias imperialistas, democráticas, y de los gobiernos autóctonos que colaboran con ellas, impidiendo todo desarrollo económico sostenible, sin que nunca se emita comunicado alguno de condena ni se nos exija, igualmente, posicionarnos al respecto.

En segundo lugar, aunque igualmente importante dada la trascendencia que le concede la propaganda capitalista, el anticapitalismo no puede condenar esos atentados por el hecho de que sean cometidos en nombre del Islam ―religión reaccionaria como el resto de las existentes―, de Allah, o para “combatir a los infieles”, puesto que, quienes se agarran a tales declamaciones para atacar dichos actos no hacen sino ocultar, en complicidad objetiva con las grandes potencias, que dicho ideario «islámico fundamentalista» no constituye, en realidad, más que la única forma ideológica posible, en las actuales coordenadas sociales de atraso de los países árabes, de forjar un sentido y una identidad en la movilización masiva de sus oprimidas y semianalfabetas masas rurales y de la depauperada pequeña burguesía urbana.

Hasta que los hechos, verificados en la lucha de clases, nos digan lo contrario, no hay pues razón alguna, más allá de la lógica prevención revolucionaria —asentada ésta, en el caso que nos ocupa, en la constatación histórica de que la pequeña burguesía está, tarde o temprano, obligada a actuar como gran burguesía en el momento en que toma el poder del Estado y establece un marco al objeto de la pervivencia nacional de éste― para que el proletariado considere actualmente como fuerzas enemigas de la escena inmediata a los movimientos que sustentan socialmente dichas actividades armadas. Menos aun cuando, en la realidad objetiva, golpean y, por tanto, debilitan al orden imperialista contra el que lucha el propio proletariado. Ni los ha de considerar así la clase explotada ni, por supuesto ―a pesar de que ésta sea consciente de que mientras perviva el capitalismo no cesará la explotación ni la opresión de unas naciones sobre otras―, su vanguardia.

Los verdaderos enemigos del proletariado, tanto europeo como árabe, son, en realidad, los primeros responsables del impasse de atentados, guerras civiles y violencias crecientes que sufre hoy Oriente Medio, la zona del Magreb ―en breve, quizás una parte mucho más extensa de África, en donde operan ya distintas milicias islámicas―, y, a buen seguro, en cuestión de tiempo, la propia Europa, empezando por España.

Hablamos de los blancos puestos hoy en la picota, aunque sólo sea bajo amenazas puntuales, por el avance fulgurante del fenómeno Al Qaeda: la gran burguesía de los Estados capitalistas avanzados y la de los países dependientes de éstos. Éstos son los auténtico enemigos de la clase explotada.

Ni ahora, ni en el futuro, cuando la revolución proletaria se extienda por todo el planeta, ayudada, en parte también, por las zancadillas y contratiempos que este tipo de insurgencia armada siga planteando a un imperialismo, en horas bajas, perderán los anticapitalistas comunistas ni siquiera un segundo en vacuas condenas. Más bien, todo lo contrario. Una alianza será establecida de facto, de forma espontánea, entre quienes combaten hoy a ese imperialismo y quienes, en nuestra condición de proletarios revolucionarios, de anticapitalistas rojos, de comunistas, no tenemos ningún interés en preservar sistema alguno de explotación y opresión de unos pueblos sobre otros…

Anticapitalismo rojo
30 de abril de 2007

Tribuna anticapitalista

¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes?
EL DEBATE CONTINÚA…

Antes de entrar en el debate, me gustaría agradecer profundamente a Ignacio Rodas su aportación de nuevas reflexiones e ideas sobre el objetivo y las tareas de organización de la Asociación Internacional de Trabajadores Inmigrantes.
Como marxista que ha conocido las formas de organización, ocultas o no, de las células obreras, creo que una asociación de este tipo posee capacidades de defensa limitadas.
Sobre el plano material no puede superar las reivindicaciones reformistas. Es decir, que esta organización es simplemente una célula obrera no un partido revolucionario.
Sobre el plano moral y literario, el trabajo de los militantes tiene que ser revolucionario, es decir, demostrar teóricamente y con pruebas reales a la clase productiva que el Estado español es un Estado burgués que hay que destruir para instaurar su propio control en la producción y en sus vidas.
Para las gestiones organizativas, la asociación no llama a la vanguardia de la clase obrera. Llama a todos los trabajadores a participar conscientemente en la lucha contra los proyectos del Estado burgués, Estado de la minoría. Pero la condición para que ese trabajo pueda ser una realidad concreta, es que se constituya, antes que nada, un núcleo duro de militantes que crean en la historia y en que ésta tiende a la liberación de los hombres.
Este núcleo duro tendría por objetivo primordial la organización, plantear métodos organizativos para esta asociación. Entre los principios que yo propongo estarían:

Principio de independencia, tanto con relación al Estado y sus políticos, como a cualquier partido.
Principio democrático. Esta organización integraría en su seno la pluralidad de las opiniones.
Principio de masas. La asociación adoptaría la voluntad expresada por la mayoría de sus adherentes.
Principio de progresividad. Nuestra lucha será contra la explotación y la represión.

Considero que estos cuatro principios deberían de ser indivisibles para hacer frente mínimamente a las infiltraciones de las fuerzas reaccionarias.

M. H.
25 de abril de 2007





Sumarios de Anticapitalismo rojo


Núm. 8 (15.04.2007)
Ø A los 50 años de su fundación… Crisis agónica de la UE
Ø Metro de París: nueva irrupción del anticapitalismo
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Una reflexión marxista

Núm. 7 (31.03.2007)
Ø La caída de las Bolsas anuncia el crash que se acerca
Ø Irak: cuatro años de ocupación… La guerra, la paz y los proletarios del mundo
Ø ¿China capitalista?… ¿Cuándo dejó de serlo?…
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Se inicia el debate… Nos escribe un compañero inmigrante

Núm. 6 (15.03.2007)
Ø Italia: el nauseabundo olor del fascismo
Ø De Juana, excarcelado: una victoria revolucionaria
Ø Tribuna anticapitalista: Carta abierta por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes

Núm. 5 (31.03.2007)
Ø Encuentro del Fórum Social en Nairobi
Ø Siete tesis marxistas sobre Kosovo
Ø Tribuna anticapitalista: un saludo, una propuesta

Núm. 4 (15.02.2007)
Ø ¿«Por una vivienda digna»?… ¡Asambleas anticapitalistas por el acceso a la vivienda!
Ø La revolución comunista de mañana y los países no avanzados. (I…) Un trabajo necesario
Ø Biblioteca roja. Anti-Negri. Libro Primero. El padre filosófico del nazismo, Friedrich Nietzsche, y su amigo “anticapitalista” Antonio Negri

Núm. 3 (31.01.2007)
Ø Tras el asesinato de Estado de Barajas: ¿A dónde va la cuestión vasca?…
Ø Anarquismo y comunismo
Ø Biblioteca roja. Anarquismo y comunismo. Ayer y hoy
Ø Diferencias entre el anarquismo y el comunismo

Núm. 2 (15.01.2007)
Ø Contra el engaño de «la paz» en Palestina ¡Adelante con la guerra revolucionaria!
Ø Entrevista con I. Rodas: ¿Para qué un Anti-Negri?…
Ø Memoria roja: El asesinato de Rosa Luxemburg

Núm. 1 (01.01.2007)
Ø El nuevo anticapitalismo. Vive les casseurs!
Ø ¿Adónde va la guerra de Irak y por qué nos importa a los anticapitalistas?…
Ø Movimiento okupa. Entre el reformismo y el anticapitalismo
Ø Hemos leído… Anti-Negri. Libro Primero. Crítica de la filosofía y la economía críticas




No hay comentarios: