jueves, 18 de octubre de 2007

ANTICAPITALISMO ROJO Nº 18

"Yo también quemo la monarquía" reza uno de los numerosos carteles que han ardido ultimamente
en las calles de Barcelona y en otros lugares del Estado español.

S U M A R I O 15 Octubre 2007

Editorial
LA MONARQUÍA ESPAÑOLA, EN CUESTIÓN

Mesa redonda anticapitalista convocada por Anticapitalismo rojo
EL ACTUAL MOVIMIENTO CONTRA LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
Y EL ANTICAPITALISMO REVOLUCIONARIO

BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (1918-1923)
(I)


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Editorial

LA MONARQUÍA ESPAÑOLA, EN CUESTIÓN

Las recientes movilizaciones, en particular en Catalunya, de rechazo de la monarquía anuncian un cambio cualitativo en la relación del régimen monárquico con las masas: por primera vez, desde la realización, con éxito, de la transición del franquismo a la democracia, la Corona —insustituible para unir a franquistas y demócratas en el propósito común de «mantener la paz y el orden» capitalistas— empieza a ser cuestionada por la población trabajadora.
No se trata tan sólo del movimiento creciente de manifestaciones y acciones de la juventud independentista catalana en las que se queman abiertamente fotos del Rey o se exige «un pisito como el del principito»... Todo y lo representativa que es tal dinámica —reforzada, de manera, asimismo, muy significativa, con declaraciones públicas antimonárquicas y antiespañolas de conocidos políticos y personajes de los medios de comunicación y, más ampliamente de lo que se denomina «la sociedad civil catalana»; léase, las fuerzas vivas de la burguesía del país—, hay que buscar la clave del cambio que está sobreviniendo y erosionando aceleradamente la base social de la monarquía en una irritación general de la población trabajadora (en aumento directamente proporcional al empeoramiento al que se asiste de su situación material) contra los derroches propios a la Corona que, desbordando la autocensura observada al respecto del tema, hasta hoy, por los medios de comunicación de masas, ha encontrado expresión ya incluso en ciertos programas de TV “basura” que sintomáticamente hallan en la crítica del Rey y de su familia, en el aireamiento de sus desmanes principescos y en la ridiculización de sus actos regios el filón hoy más adecuado para acrecentar sus audiencias.
La línea actual de respuesta del Estado —la represión— a tales cuestionamientos (secuestrando publicaciones y solicitando, por ejemplo, condenas de más de un año de prisión a jóvenes que han quemado fotos del Monarca y persiguiendo, por ese motivo, incluso a menores) no sólo está destinada al más evidente fracaso, sino que, además, echa leña al fuego de un incendio cuya extensión amenaza con colocar definitivamente a la Corona española en la picota de la opinión trabajadora.
Se equivoca, de medio a medio, quien piense que este proceso podrá detenerse mediante la realización de «gestos democráticos» por parte de La Zarzuela, tal como podrían ser, para el caso, el pago de impuestos (¡hasta la fecha, el Monarca y los suyos se hallan libres de ellos!) o la transparencia pública del oneroso presupuesto dedicado a mantener la Casa Real. Al equiparar así el potencial de actuación de la monarquía española con el de las monarquías parlamentarias de los países capitalistas avanzados se está olvidando la naturaleza específica, concreta, de la monarquía de Juan Carlos.
El caso es que la monarquía parlamentaria que corona el Estado en alguno de los países capitalistas más desarrollados —como el Reino Unido, para poner el ejemplo más típico— es la expresión histórica del pacto vergonzante, que tuvo lugar en su día, de un lado, entre una burguesía, que había hecho suyo, de la mano de las revoluciones populares, no sólo el poder económico de la sociedad, detentado, en realidad, con anterioridad a éstas, sino también, el político, el Estado, pero que había devenido reaccionaria en cuanto, ya dueña de la situación, se veía enfrentada, sin tapujos, a su propia clase explotada y, de otra parte, los restos de la vieja clase feudal, derrotada, mas aún con medios económicos e influencia suficientes para vender sus servicios contrarrevolucionarios a la victoriosa clase capitalista a cambio de su integración dentro de ésta. De tal manera, en dichos países (Reino Unido, pero también los Países Bajos o Suecia...), la monarquía sigue en pie en tanto que, efectivamente, ha sido capaz de ir adaptándose a las exigencias del desarrollo del capitalismo y ha podido hacerlo por su carácter —intrínseco y reconocido desde su mismo origen— de institución de sostén de la democracia burguesa, destinada a facilitar la integración en ésta de aquellas capas de la clase capitalista que, provenientes del viejo régimen feudal, subsisten parásitamente sin involucrarse, de forma directa, en la dirección económica y política de la sociedad que lleva a cabo la burguesía en tanto que totalidad. Lejos, pues, de sustraer soberanía alguna a sus respectivos Parlamentos y, globalmente, al conjunto de las instituciones de la democracia capitalista, estas monarquías son abiertamente dependientes con respecto al Estado burgués y lo sostienen y lo sirven al mismo título que cualquier otro de los aparatos específicos que lo componen.


No es ésta, desde luego, sin embargo, la realidad específica de la monarquía española de Juan Carlos. Su origen, concreto, no se halla en las monarquías absolutistas del Imperio Español; ni siquiera, aunque le sea mucho más cercano, en la monarquía dictatorial de su abuelo Alfonso XIII, que tan cobardemente abandonara, en su momento, el país para escapar de las iras de las masas. Historias pasadas y parentescos dinásticos, y familiares, aparte, Juan Carlos es hoy rey, en primer lugar, por decisión del Caudillo Francisco Franco, quien tomó dicha determinación con el objetivo declarado de garantizar, en el peor de los casos, la supervivencia, si no a su agonizante régimen, sí, al menos, a sus servidores. Así nació y se encumbró al poder la monarquía española actual: como garante de un sacrosanto pacto mediante el cual el grueso de las fuerzas franquistas —a cambio de dejar paso expedito a la democratización del país exigida por la valorización del capital— se aseguraban su tránsito, intactas (gracias a la defensa de ellas ante las masas trabajadoras asumida explícitamente por la burguesía democrática y, en especial, por los partidos reformistas pseudotrabajadores), a la democracia capitalista de hoy, unidos, en suma, franquistas y demócratas en la tarea común de apartar al proletariado de escena imponiendo, al precio de correr un tupido velo sobre los crímenes pasados de la guerra civil y las décadas posteriores de dictadura militar, por todos los medios a su alcance, «la paz».
En el cuadro general, ya inevitable, tras el evidente obstáculo que el régimen franquista representaba para el desarrollo de las fuerzas productivas en España, del fin del franquismo y la transición a una democracia no menos capitalista, el Monarca, mientras franquistas y demócratas ponían la pistola al pecho de las masas trabajadoras bajo la amenaza de golpe militar, fue erigido, al alimón, por las fuerzas del viejo y del nuevo régimen, a cubierto de la Constitución Española de 1978, como «mando supremo» de unas «Fuerzas Armadas» que, formadas «por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional», el cual, a su vez, «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».
Tal es el tramposo resultado de la «modélica transición pacífica española»: una democracia capitalista coja —situada, en última instancia, más allá de las apariencias, bajo la espada de Damocles del Ejército (recuérdese la primera reunión del recién creado Consejo de Defensa Nacional, que ha tenido lugar, bajo la presidencia del Rey, “casualmente” en medio de los actuales acontecimientos, el pasado 10 de octubre)—; una democracia lastrada, de por vida, por la defensa incuestionable de esa cárcel de pueblos que es el Estado español. La realidad concreta que define, por encima de cualquier similitud formal con otras coronas, a la monarquía de Juan Carlos consiste determinantemente en esto: en que ejerce de símbolo, de representación de esa unidad de España, tan odiosamente opresora como innegociable, que integra, de manera irrenunciable, a favor de toda su historia, el Estado capitalista español moderno.
Bajo tales coordenadas objetivas, que definen el terreno de juego del régimen, y en los vigentes parámetros de empobrecimiento de las masas trabajadoras al mismo tiempo que de reducción de los márgenes económicos sobre cuya base el Estado español había conseguido, hasta ahora, comprando el silencio de las burguesías nacionales, estabilizar la situación en las naciones que mantiene sojuzgadas (Euskadi, Catalunya, Galiza), no cabe esperar «gesto democrático», digno de mención, por parte de la monarquía española. Por el contrario, cada nuevo intento en este sentido —el último, la boda del heredero de la Corona con una divorciada, plebeya, es aleccionador—, no podría hacer más que enajenarle apoyos de su base social no democrática mientras, lejos de aportarle sostén entre las masas proletarias, asimismo se lo hace perder en la misma medida en que, ante los ojos de éstas, se rompe la reaccionaria aura fetichista de intangibilidad que había protegido, hasta hoy, a la Casa Real española.
Es ahora que salta a la vista el alto precio que pagará la clase capitalista española por las pasadas décadas «de paz», de exitosa «transición pacífica del franquismo a la democracia»: a cambio de los indudables beneficios cosechados, el capitalismo español se ha ligado al cuello la pesada losa de una precaria monarquía que, afectada congénitamente de anemia democrática, está destinada a devenir —está deviniendo ya— punto de mira común del movimiento de resistencia de las capas más profundas del proletariado y de los movimientos de liberación de las naciones oprimidas por España.
¿En qué punto exacto nos hallamos, a día de la fecha, en el desarrollo de ese movimiento antimonárquico en el que están llamados a converger espontáneamente, hasta el estallido efectivo de la nueva revolución social, el descontento creciente de las masas trabajadoras y las justas ansias, cada vez más irrefrenables, de emancipación nacional experimentadas por los pueblos sometidos al Estado español?... Es difícil de apreciar con total precisión, pero lo que parece claro, innegable, a la luz de los recientes acontecimientos, es que un primer dique de contención —el que mantenía, hasta hoy, a la monarquía española como intocable ante las masas— se está derrumbando, se está viniendo abajo ya sin remedio. No es un proletario de vanguardia, no es un anticapitalista avanzado quien no sea capaz de percibir este cambio profundo que está sobreviniendo en el substrato de la sociedad española.
El interés de la clase explotada, de su juventud anticapitalista es, por supuesto, irreconciliablemente opuesto no sólo a ésta y a cualquier otra Monarquía, sino también a cualquier posible República burguesa —esto es, a cualquier Estado en el que el poder no sea detentado directa y exclusivamente por el proletariado— que pudiera reemplazar al régimen monárquico en la gestión del capitalismo. Pero esta realidad no autoriza, en absoluto, el más mínimo indiferentismo de los proletarios y anticapitalistas conscientes ante el valiente movimiento real con el que una parte de la juventud, de forma particularmente visible en las naciones oprimidas como Catalunya, se ha echado ya a la calle contra la monarquía española. Por el contrario, toda auténtica lucha consecuentemente proletaria, todo combate consecuentemente anticapitalista es y sólo puede ser hoy necesariamente, en España, también una lucha para echar abajo la monarquía, el régimen concreto bajo el cual el Estado capitalista español no sólo explota y precariza a los trabajadores, sino que, asimismo, humilla y pisotea a las naciones sojuzgadas. Siempre y en todo momento marchando tras su propia bandera de la revolución anticapitalista es y será tarea irrenunciable de los proletarios de vanguardia dejar abierta la puerta a la movilización común, para la destrucción efectiva del Estado capitalista existente, con todos aquellos oprimidos que se rebelan contra éste.
Así pues, abierta la veda que impedía el cuestionamiento de la monarquía, es deber del anticapitalismo consecuente, del anticapitalismo rojo, no sólo tomar notar de ello, no sólo llamar a extender ese movimiento que tan justificadamente lanza ya sus dardos contra la reaccionaria, explotadora y opresora Corona, no sólo salir, sin condiciones, en defensa de las víctimas del monárquico e imperialista Estado capitalista español, de los detenidos y represaliados (en Catalunya, en Euskadi, en Galiza, en cualquier otro lugar) por osar alzar su voz o/y sus manos contra éste... Es deber, asimismo, de la vanguardia revolucionaria del anticapitalismo, de la vanguardia histórica, comunista, del proletariado hallar el camino para tomar parte activa —sobre la base de sus propios presupuestos clasistas, pero, a la vez, impulsando la máxima unidad revolucionaria posible— en el movimiento real que se desarrolla ante sus ojos.

POR UN FRENTE REVOLUCIONARIO CONTRA LA MONARQUÍA

Independentistas consecuentes, nacionalistas revolucionarios, anticapitalistas avanzados, comunistas:

El camino hacia la liberación de las naciones oprimidas por España, el camino hacia la liquidación del capitalismo pasa, insoslayablemente, como primer paso, por derribar la monarquía española.

Trabajemos juntos para formar un FRENTE REVOLUCIONARIO CONTRA LA MONARQUÍA que luche, por todos los medios a su alcance, por:

· La imposición incondicional de la autodeterminación de Catalunya, Euzkadi y Galiza
· El derrocamiento de la monarquía española
· La revolución anticapitalista

Para todo contacto:
anticapitalismorojo@hotmail.com http://anticapitalismorojo.blogspot.com


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Mesa redonda anticapitalista convocada por la redacción de Anticapitalismo rojo

EL ACTUAL MOVIMIENTO CONTRA LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
Y EL ANTICAPITALISMO REVOLUCIONARIO



Esta pasada semana tuvo lugar, convocada por la redacción de Anticapitalismo rojo, una mesa redonda de compañeros anticapitalistas en la que se pusieron en común las primeras impresiones de cada cual al respecto de la naturaleza y perspectivas del actual movimiento que se desarrolla contra la monarquía española. Asimismo, se inició la consideración de las tareas que de tal realidad se desprenden para el anticapitalismo revolucionario.
El encuentro fue introducido por Ignacio Rodas explicando las características específicas de la monarquía de Juan Carlos y las serias debilidades que, de ello, se desprenden para la democracia capitalista española. Añadió Rodas que, a su entender, nos hallamos en los primeros pasos de un movimiento contra la monarquía en el que están destinados a confluir espontáneamente tanto el descontento del grueso del proletariado y, en particular, de su joven generación de precarios, a causa del sensible empeoramiento que se registra y registrará de sus condiciones de vida, como las justas ansias de liberación, cada vez más impostergables en dicho cuadro económico-social, de las naciones oprimidas (Catalunya, Euskadi y Galiza) por el Estado español.
Convencido, en cualquier caso, de que la cobarde represión desplegada por el Estado español no hará más que atizar el movimiento, Rodas se mostró partidario de que los anticapitalistas consecuentes, al hilo de exigirse una comprensión creciente de los vigentes acontecimientos, buscaran las formas político-organizativas hoy más adecuadas para no sólo alzar netamente, contra todo indiferentismo frente a la monarquía española y a su odiosa opresión imperialista, su propia bandera de la revolución de la clase explotada contra la explotadora, sino, asimismo, la de la alianza incondicional con el nacionalismo revolucionario verdaderamente dispuesto a combatir por el derrocamiento del régimen monárquico, primer obstáculo común, en cualquier caso, en el camino de la emancipación de los explotados y oprimidos.
En la rueda de intervenciones que siguió, otros compañeros coincidieron en señalar, por su parte, la indudable dinámica de deterioro del Estado español que expresan los actuales hechos, en los que, por primera vez, se está empezando a cuestionar públicamente, a escala de masas, el papel desempeñado por la monarquía. En la certeza de que el desarrollo de la situación permitirá responder, con claridad, a ellos, numerosos interrogantes fueron, asimismo, planteados. ¿Asistimos verdaderamente a los primeros compases de un movimiento contra la monarquía o se trata, por el contrario, únicamente del desarrollo del movimiento independentista?..., ¿ha llegado, o no, el momento de que, más allá del plano del análisis, los anticapitalistas conscientes se impliquen directamente, a través de la impulsión de formas unitarias de lucha con el nacionalismo revolucionario, en el desarrollo político de dicho movimiento?... y ¿cómo deben ser interpretadas, a este propósito, las distintas experiencias unitarias anteriormente vividas por el anticapitalismo? fueron las tres cuestiones esenciales expuestas abiertamente sobre la mesa.
Por lo demás, todos los participantes en el encuentro destacaron unánimemente tanto la importancia de las actuales protestas contra la monarquía como en que, en modo alguno, éstas pueden ser tomadas como un apoyo a otros posibles regímenes burgueses de repuesto a la anterior ―para el caso, la República capitalista― que no por ello, las fuerzas reformistas dejan de guardar, para mañana, en su cartera, para cuando su utilización sea necesaria.
La reunión concluyó con una nueva convocatoria al objeto de recabar mayor información acerca de la marcha de los acontecimientos, valorar más en concreto el desarrollo del movimiento y considerar, con mayor fundamento, la posible respuesta anticapitalista revolucionaria a él.
Corresponsal


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EL ANTICAPITALISMO TAMBIÉN CONTRA ESPAÑA, CÁRCEL DE PUEBLOS
En Anticapitalismo rojo…


¿Por qué defendemos a Jaume Roura y al resto de patriotas catalanes represaliados?…
¿POR QUÉ NO SUSCRIBIMOS LOS LLAMAMIENTOS A QUE LO HAGA «LA SOCIEDAD CIVIL»?…
Núm. 17, 01.10.2007

Declaración de Anticapitalismo rojo con motivo de l’Onze de setembre
La libertad de Catalunya no vendrá de ninguna Unidad Popular…
¡VENDRÁ DE LA REVOLUCIÓN ANTICAPITALISTA!
Núm. 16, 15.09.2007

A propósito del escrito de Sánchez Teran, militante de Endavant
O CON EL ESTALINISMO O CON LA «DEFENSA DE LA TERRA»
Núm. 15, 01.08.2007

Declaración de Anticapitalismo rojo
¡LIBERTAD PARA ARNALDO OTEGI Y TODOS LOS PRESOS NACIONALISTAS VASCOS!
Núm. 14, 15.07.2007

Fin de la tregua de ETA
HIPOCRESÍA Y DEBILIDAD DEL ESTADO CAPITALISTA ESPAÑOL
Núm. 12, 15.06.2007

De Juana, excarcelado
UNA VICTORIA REVOLUCIONARIA
Núm. 6, 15.03.2007

Tras el asesinato de Estado de Barajas
¿A DÓNDE VA LA CUESTIÓN VASCA?…
Núm. 3, 15.03.2007


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ANTICAPITALISMO ROJO no es un órgano de opinión. Es un arma de lucha, un instrumento de organización propia de los proletarios, un medio de reunión de la vanguardia revolucionaria, consecuente, del anticapitalismo.
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BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1923
(I)


Es casi un dogma de fe, entre los teóricos e historiadores de extrema izquierda, tanto proletaria como burguesa, el aceptar que el avance de la contrarrevolución capitalista en Rusia, desde mediados de los años 20 hasta la consolidación final del estalinismo, se produjo inexorablemente al quedar aislada la primera República Soviética de la historia, tras el “fracaso” de la revolución proletaria en Occidente.
Ese lugar común que nos da cuenta de un “fracaso” revolucionario en Europa Occidental, incluso proviniendo de autores que se autotitulan «marxistas» y «materialistas», tiende siempre, en coherencia con las connotaciones subjetivas del término (fracaso en lugar de derrota) a considerar los resultados de la superficie política o militar, como un mero juego de voluntades en una cadena de hechos que bien podrían haber sucedido de otra forma si se hubieran aplicado las fórmulas, directrices o programas que no se llegaron a aplicar.
Puesto que dicho idealismo no lleva más que a escribir la historia y extraer sus lecciones en clave maniquea y voluntarista, la primera tarea para exponer un balance que responda a las causas reales de una derrota revolucionaria consiste, rompiendo con el anterior, en obligarse a indagar cómo la inmadurez de las condiciones objetivas para la victoria ─hablamos del resultado de un movimiento revolucionario, para décadas, que, como ha explicado siempre el marxismo, es la consecuencia de la existencia de un amplio margen de desarrollo de las fuerzas productivas aún posible bajo las relaciones sociales imperantes, y no del desbaratamiento circunstancial de una insurrección─ se había traducido en una inmadurez de las condiciones políticas.
Es curioso, en este sentido ─pero nada sorprendente si tenemos en cuenta la filiación oportunista de su autoría─, comprobar cómo los autores que, aparentemente han tenido más en cuenta esta determinación, no han dejado de buscar las causas de dicha inmadurez política de la pasada revolución proletaria, a escala europea, en el partido revolucionario que consiguió tomar el poder en Rusia y no en los que no lograron hacerlo en sus respectivos Estados. De tal forma, Jean Barrot, uno de los teóricos izquierdistas que más ha estudiado la revolución alemana y, con ella, el contexto político e histórico en el que se insertaba la revolución proletaria internacional iniciada en 1917, de la que la anterior estaba destinada a ser su epicentro, no ha tenido reparo en afirmar, refiriéndose al movimiento que sacudió Europa desde el final de la Primera Guerra Mundial, que, «desde el momento en que hay acción revolucionaria del proletariado en los países capitalistas avanzados, Lenin está superado». Así pues, las condiciones políticas de los países capitalistas avanzados superarían a Lenin, pero ─misterio inexplicable─, éste acabaría imponiéndose a las mismas para, en palabras del propio Barrot, terminar «traicionando» la revolución. ¿Cómo es posible operar semejante milagro, nos preguntamos, sin violentar las pautas científicas del materialismo a la hora de analizar la historia?
La necesidad de un balance específico del movimiento revolucionario del proletariado alemán de 1918 a 1923, así como de las razones de su derrota, es tanto más acuciante cuanto que lo mejor que se ha escrito, al respecto, está completamente mistificado. El avance de la contrarrevolución en Rusia, país con todo dependiente y semiatrasado, con respecto a Alemania, se debe explicar por la derrota de la revolución en este último Estado, y siempre a través de las causas, económicas y políticas, específicas de él. Pasamos, sin más dilación, a exponerlas.


Un capitalismo altamente concentrado y productivo convierte a Alemania en primera potencia europea desde el momento en el que consigue culminar su unificación política en 1870-71. Sin embargo, esta tardía unificación nacional (Francia e Inglaterra, sus potencias competidoras más directas, habían centralizado sus Estados siglos atrás), unida a un emplazamiento territorial con escasas salidas al mar, había sustraído a Alemania de la participación en el comercio colonial y de ultramar, lo que le colocaba, en adelante, en seria desventaja para penetrar económicamente en África y en Asia, cuando todos esos mercados comenzaron a repartirse entre los principales imperialismos occidentales
Así es como llegamos a las vísperas de la Primera Guerra Mundial, en la que la economía germana, a pesar de ser la más productiva del mundo capitalista, superando incluso a EE UU, es, paradójicamente, la que más dificultades tiene para colocar su producción en el mercado mundial, merced al proteccionismo de los mercados foráneos, de los que depende, como economía ultraexportadora que es, para asentar su crecimiento. En resumen, éstas son las razones que colocan al capital alemán en el epicentro de las dos Guerras Mundiales.
Por otro lado, para entender las causas políticas que determinaron la derrota revolucionaria de 1918-23 en el país que contaba, por entonces, con el proletariado más numeroso, y con ella la de la chispa iniciada en Rusia en 1917, hay que tener en cuenta las características y el porqué de la estructura político-administrativa del Estado alemán.
Precisamente por la tardía revolución burguesa en el país, que coincide con el desarrollo y crecimiento del proletariado industrial ─éste ya había asomado amenazadoramente la cabeza, como clase, en 1848─ y el aumento exponencial que esto produce de las luchas obreras, la burguesía teutona no desarrollará, hasta el fin, las formas clásicas de la revolución democrática y establecerá un pacto con la vieja aristocracia terrateniente y militar (encarnada en los Junkers prusianos) en el que se le concederá a ésta una importante parcela de poder a la cabeza de la administración imperial.
Sin embargo, a pesar de esta especificidad y limitaciones formales, con todo importantes, de la revolución burguesa alemana, hay que dar por buena la fecha de 1871 para hablar de la culminación ─burocrática─ del proceso por el cual Alemania se dota de una superestructura político-administrativa plenamente ajustada a los intereses capitalistas (a este respecto, tengamos en cuenta que la unificación del mercado nacional se había conseguido en 1834 con la supresión de las aduanas interiores).
La Constitución de 1871 expresa bien todas estas características al establecer un Estado confederal con un poder ejecutivo centrado en el Bundesrat (Consejo Federal), que agrupa a los representantes de los 22 Estados alemanes, y otro legislativo, ostentado por el Reichstag (Parlamento), que se elegirá ya por sufragio universal, directo y secreto. La Presidencia del Consejo Federal corresponderá, no obstante, al canciller que será nombrado por el emperador. Este último, a su vez, ejercerá como presidente de la Confederación, lo que le dará derecho a representar a la misma en las relaciones internacionales, a declarar la guerra y hacer la paz en nombre de Alemania.
Tanto el fuerte peso del Consejo Federal sobre el Parlamento como de la figura del emperador que nombra al canciller (detentor real del poder ejecutivo), lejos de ser la expresión de una burguesía liberal sometida, supone una concesión perfectamente ideada y aceptada por ésta, por las razones más arriba expuestas, que, a modo de detalle ilustrativo, llegará votar, en la Dieta prusiana, una ley de indemnización con el fin de absolver a Bismarck de todas las ilegalidades cometidas desde 1862.
La estructura federal alemana, consecuencia de una fulminante unificación política, por la vía militar, que no puede, pese a su rotundo éxito, acabar del todo con la demarcación politico-territorial de los antiguos Estados alemanes (más si cabe cuando ha de integrar, en el marco de la nueva unidad, a la nobleza local de cada uno de ellos), imprimirá un fuerte peso, como veremos, en el carácter de la lucha revolucionaria del joven proletariado germano. Este quedará ejemplarmente retratado tanto en la proclamación de distintas Repúblicas Socialistas o Soviéticas, aisladas unas de otras, en el seno del país, que toman como base dicha demarcación confederal, como en la fuerza de las corrientes izquierdistas opuestas a la centralización, influenciadas por el anarcosindicalismo y la citada dinámica de luchas proletarias dispersas, que azotarán al KPD (Partido Comunista Alemán) desde su misma formación.
Esto por lo que hace a la inmadurez de las condiciones políticas revolucionarias para el triunfo de la revolución, de la que hablábamos al principio del texto. Por lo que hace, en cambio, a la comprensión de las causas objetivas del triunfo de la contrarrevolución burguesa, la clave hay que situarla en el margen de concesiones materiales del que, al hilo de la profundización en la democratización del régimen, dispondrá, a la larga, el capitalismo alemán para mantener atada a la potente aristocracia obrera del país —ya en tiempos de Bismarck, se había creado también burocráticamente todo un sistema de seguros de trabajo y pensiones universal sufragado por el Estado— a las faldas de la socialdemocracia.
flecha


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Una obra del Partido revolucionario contra el Partido reformista…

Ignacio Rodas
ANTI-NEGRI
Libro Segundo
Crítica de la política crítica
Política reformista y política revolucionaria
(o reformar el Estado burgués o destruir el Estado burgués)
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miércoles, 3 de octubre de 2007

ANTICAPITALISMO ROJO Nº 17

Restos del fuselaje del vuelo 77 de American Airlaines, estampado contra el Pentágono en la mañana
del 11 de septiembre de 2001.


S U M A R I O 30 de septiembre 2007

Editorial
De los atentados antiimperialistas del 11 de septiembre…
SEIS AÑOS

¿POR QUÉ DEFENDEMOS A JAUME ROURA Y
AL RESTO DE PATRIOTAS CATALANES REPRESALIADOS?…

¿POR QUÉ NO SUSCRIBIMOS LOS LLAMAMIENTOS
A QUE LO HAGA «LA SOCIEDAD CIVIL»?…

Hemos visto…
La revolta permanent (masacre de Vitoria, 3 de marzo de 1976)
UN BALANCE POR REALIZAR


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Editorial
De los atentados antiimperialistas del 11 de septiembre
SEIS AÑOS

Hay una coincidencia más o menos generalizada en aceptar que, desde que Al Qaeda estrellara sus aviones contra las Torres Gemelas, en septiembre de 2001, el clima político mundial no ha hecho sino empeorar, en todos los órdenes, degradándose a unos niveles desconocidos, en el mundo, desde los años que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial.
El unilateralismo de EE UU, la grave crisis del imperialismo en Oriente Medio, la crisis de la UE, la incertidumbre económica y toda la gama de realidades sociales, sin visos de mejora en el horizonte de las sociedades capitalistas, han favorecido que todas las previsiones bélicas y catastróficas que, hace tan sólo una década, eran vistas como imposibles o disparatadas en las mentes ciudadanas empiecen a contemplarse, hoy, con razón, no sólo como muy probables, sino incluso como perfectamente lógicas.


El 11 de septiembre es, ciertamente, el acontecimiento que ha marcado, la entrada en el siglo XXI, pero es ahora, cuando han pasado más de cinco años, que se puede empezar a valorar en toda su dimensión histórica. A saber, como el elemento catalizador de mayor importancia a la hora de elevar a la superficie de la sociedad burguesa todas las tendencias latentes, más o menos camufladas, que ésta abrigaba ya en su seno.
Al estampar en toda la cara del capitalismo financiero la realidad de una situación, cada vez más insostenible, de miseria, sometimiento y estancamiento económico, que se va agrandando a cada paso en los pueblos y Estados dependientes del centro imperialista, los atentados de 2001, han ilustrado, a su vez, a los ojos de los oprimidos, la debilidad creciente de la primera potencia mundial ─más atacada y puesta en cuestión que nunca─ al obligarla a un empleo indiscriminado de la fuerza, en Afganistán (como demostración ante los movimientos antiimperialistas) e Irak (como demostración ante los regímenes dependientes y el resto de potencias competidoras), con el resultado de una multiplicación de los conflictos, un auge imparable de la insurgencia antiimperialista, y la desacreditación total de EE UU.
Fruto de ese unilateralismo y de la misma guerra de Irak, cada potencia ha interiorizado, a su vez, la necesidad de defender sus intereses por separado, sin contar con las demás, propiciando la puesta en cuestión de toda política exterior común, por ejemplo, en la Unión Europea lo que está en la base, tanto de la posterior quiebra del proyecto de Constitución Europea como de la reciente ruptura del eje franco alemán, que prefigura de nuevo, anticipándolo, la fisionomía de los bloques en litigio, de cara a una futura Guerra imperialista…


En lo que hace al terreno de la lucha de clases, hay que agradecer también, al 11 de septiembre, que haya puesto en su sitio, sin quererlo, a las tendencias anarquizantes y apolíticas del efímero anticapitalismo negro, anticumbres, impotentes tanto para demarcarse definitivamente del reformismo antiglobalizador, que pasó a combatirlo con saña desde la batalla de Génova de 2001, como del cuadro político pacifista que este último fue adquiriendo, a medida que se preparaba la guerra de Irak, y ante el cual, dicho movimiento proletario de resistencia de la juventud explotada de las grandes potencias capitalistas no supo ni pudo oponer alternativa alguna…
Las enseñanzas reportadas igualmente, con relación al pacifismo, tan ampliamente potenciado, por la izquierda del sistema, en las movilizaciones ciudadanas de 2003 y 2004 contra la guerra, han sido importantes. La imposibilidad, en contra de lo que rezaban los eslóganes, de detener ninguna de las guerras en marcha, ni la de Afganistán, primero, ni la de Irak después, a pesar de la ingente masa social ciudadana reunida, en las calles, ha puesto sobre el tapete el engaño y la bancarrota de esas ilusiones y voluntades pequeñoburguesas consistentes en intentar hacer creer, a los explotados, que es posible conseguir un desarrollo capitalista pacífico…
Resta hablar, asimismo, en este terreno, de las formas que el nuevo movimiento proletario va tomando, desde hace dos años —venimos dando cuenta detallada de ellas en Anticapitalismo rojo— netamente avanzadas con respecto a las presentadas en 2001 por el anticapitalismo negro. La rebelión de las banlieues francesas, en otoño de 2005, y las movilizaciones de la primavera de 2006, también en Francia, contra el Contrato de Primer Empleo, por parte de los estudiantes de clase trabajadora, han hecho aparecer en escena un anticapitalismo completamente desligado de ninguna iniciativa de los aparatos reformistas —antiglobalizadores o del tipo que sea— y sin posibilidad de penetración por parte de los mismos. La adopción, por parte de estos nuevos explotados, de un perfil crecientemente político —puesto de manifiesto con su voto y actitud activos en las últimas elecciones presidenciales francesas—, prefigura la eclosión del anticapitalismo rojo de mañana…


Por último, pero no por ello menos importante —al contrario, se trata de la base sobre la que se erige todo el andamiaje político, suficientemente radicalizado de por sí, que hemos resumido hasta ahora—, tenemos que hablar de la realidad económica, terreno en el que el 11 de septiembre ha oficiado también de punto de clarificación insustituible para comprobar cuáles son los límites y la sentencia de caducidad histórica del keynesianismo y de las inyecciones de capital por parte del Estado, en la economía, con el objetivo de prevenir y evitar una recesión. La reciente crisis del crédito hipotecario en EE UU, que amenaza con extenderse a la esfera productiva —véase nuestro último editorial, Las “turbulencias” del capital y la crisis que viene, sobre la cuestión—, no es más que el lodo resultante de aquellos polvos, favorecidos por el 11 de septiembre, que alegremente se esparcieron, generando todo tipo de ilusiones en un ciclo de crecimiento ininterrumpido en la esfera económica.


A todo ello, ¿cuáles han sido y son las tareas comunistas en la presente situación? Amén del seguimiento y análisis, día a día, de todas las realidades aquí descritas, se puede decir que, durante estos últimos años, han venido marcadas por la plena asumición de que, hasta el advenimiento de la situación revolucionaria, creada por la guerra imperialista entre las grandes potencias, no existirán las condiciones que nos permitan erigir un partido revolucionario. Sin embargo, los cuadros destinados a dirigir ese Partido se formarán en el presente interludio. ¿Cómo hacerlo entonces realidad? Desplegando la labor teórica, al hilo del desarrollo contemporáneo del marxismo, de preparación programática de ese Partido; participando, en la medida en que la coyuntura permite defender abiertamente las fronteras clasistas, en los movimientos de resistencia proletaria y construyendo simultáneamente, en el terreno material, por todos los medios al alcance, el embrión de la organización del futuro Partido.


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Una obra del Partido revolucionario contra el Partido reformista…

Ignacio Rodas
ANTI-NEGRI
Libro Segundo
Crítica de la política crítica
Política reformista y política revolucionaria
(o reformar el Estado burgués o destruir el Estado burgués)

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¿POR QUÉ DEFENDEMOS Y DEFENDEREMOS INCONDICIONALMENTE
A JAUME ROURA Y AL RESTO DE PATRIOTAS CATALANES REPRESALIADOS?…

¿POR QUÉ NO SUSCRIBIMOS NI SUSCRIBIREMOS LOS LLAMAMIENTOS
A LA MOVILIZACIÓN DE «LA SOCIEDAD CIVIL»?…


A raíz de la decisión de la Fiscalía de la Audiencia Nacional española de abrir diligencias contra las personas que, en Girona y otras localidades, han quemado fotografías del Rey de España, este pasado mes de septiembre ha circulado públicamente un manifiesto en el que, bajo la denominación de «conjunto de la Izquierda Independentista», «organizadora de los actos de rechazo a la Corona», las CUP, El Forn, JAG, Endavant, Maulets, PSAN, MDT, COS y SEPC expresaban toda una serie de consideraciones de interés a través de la organización antirrepresiva Alerta Solidària.

No tenemos nada que objetar en cuanto a la descripción de los hechos realizada por el manifiesto, que ha cosechado centenares de adhesiones personales y colectivas. Las actuales actuaciones represivas, para el caso, en Catalunya, del Estado español contra quienes cuestionan a su Jefe, el rey Juan Carlos, y su “intocable” unidad se enmarcan, en realidad —en la misma medida en que se está debilitando, a ojos vistas, la base social de dicho Estado opresor en las naciones oprimidas (Euskadi, donde, como termómetro de la temperatura social, el lehendakari ha anunciado ya la fecha de un referéndum, utópico bajo cualquier Gobierno capitalista español, sobre la soberanía del país; Catalunya, donde el movimiento por su emancipación nacional gana fuerza día a día y, a su propio ritmo, en el estrato social más profundo, también Galicia)—, en una ofensiva represiva contra los movimientos independentistas, cada vez más a la desesperada, sin otro futuro cierto, a medio plazo, que la exacerbación de los nacionalismos sometidos. Tal como señala el manifiesto, los vigentes «ataques sistemáticos contra las expresiones en la calle del independentismo catalán» —al igual que las detenciones de patriotas vascos y el mantenimiento en la prisión o/y bajo vigilancia de patriotas gallegos— «son expresiones contundentes de que el marco político español no ofrece garantías democráticas para todos», o, dicho, con total claridad, de que la democracia capitalista española no sólo se sostiene en la explotación del proletariado, sino, además, como fruto de su debilidad histórica e irrenunciablemente, en la opresión, crecientemente insoportable, de esas naciones sojuzgadas que son Catalunya, Euskadi y Galicia.
Lo hemos escrito ya otras veces, pero no nos cansaremos de insistir en ello tanto como sea necesario: mientras persista dicha opresión —dicho en otras palabras, mientras siga en pie el Estado español— para los proletarios conscientes, para la vanguardia comunista no cabe otra posición, al respecto de estos conflictos nacionales, que no pase por la DEFENSA INCONDICIONAL DE LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN (es decir, de la plena libertad a hacer efectiva, si así lo decide la mayor parte de su población, su separación de España) DE CATALUNYA, EUSKADI Y GALICIA. No cabe otra posición que la DEFENSA INCONDICIONAL DE LOS PATRIOTAS CATALANES, VASCOS Y GALLEGOS represaliados por el Estado español. Una certeza, característica del marxismo (léase, de Marx, Engels y Lenin), a lo largo de la historia, atrinchera nuestra línea: si bien es cierto que el proletariado revolucionario no tiene patria, no lo es menos que, para cumplir su tarea histórica de deshacerse, para siempre, del capitalismo, tiene el deber de tomar bajo su amparo la justa lucha por su liberación de los pueblos oprimidos, bajo la forma que sea, por no importa qué imperialismo.

Así, hoy, con independencia de la militancia declarada de Jaume Roura en ese partido estalinista catalán en formación que es Endavant (véase «A propósito del escrito de Sánchez Teran, militante de Endavant. O con el estalinismo con la “Defensa de la Terra”», Anticapitalismo rojo, núm. 15, 01.08.2007), la voz del marxismo contemporáneo, de quienes obran en la preparación del Partido Comunista de la próxima revolución, debe alzarse y se alza en defensa de él en la justa y exacta medida en que ha sido encausado no por su adscripción política, sino por haber actuado, en los hechos, contra la Corona. Defendemos y defenderemos, pues, a Jaume Roura, al igual que defendemos y defenderemos, sin requisitos previos de ningún tipo, a no importa qué patriota catalán, vasco o gallego represaliado.

Claro está, sin embargo, que de asumir esta defensa incondicional a suscribir manifiestos que, como el citado, confían la suerte de la lucha por la liberación nacional de Catalunya «a la sociedad civil de los Países Catalanes» media todo un abismo: ni más ni menos que el que, al fin del camino, ha separado, separa y separará de nuevo, de forma irreconciliable, la verdadera lucha por la liberación de los pueblos oprimidos de la servil traición, más allá de las palabras, a ésta. Es por esta razón que ni Anticapitalismo rojo, ni ninguno de sus componentes, suscribieron ni a título colectivo ni individual, el manifiesto referido.

¿«La sociedad civil»? ¿Pero qué es «la sociedad civil»?… Histórica y actualmente esta pregunta sólo admite una respuesta: la sociedad civil es la compuesta por la totalidad de los ciudadanos, es decir, la que, tan utópica como reaccionariamente, sería capaz de aunar, de reunir en una misma identidad, los intereses de las diferentes clases sociales; de la burguesía —explotadora de trabajo asalariado—; de la pequeña burguesía —autoexplotadora de su propia fuerza de trabajo y crecientemente despojada y oprimida por la burguesía—; del proletariado —sobre cuya explotación descansa el conjunto de la sociedad capitalista—.

Reconocer, pues, «la sociedad civil» —la comunidad ciudadana— es tanto como negar la lucha de clases, es tanto como negar los intereses irreconciliables que enfrentan al proletariado contra la burguesía, es tanto como ocultar la traición histórica y actual, permanente, de las burguesías catalana, vasca y gallega a la causa nacional de estos pueblos oprimidos.

No, ni la emancipación de las naciones oprimidas, ni la liberación de sus patriotas vendrá de la mano ni contará con el apoyo real —más allá de la interesada demagogia nacionalista con que la burguesía de esos pueblos sometidos encubre sus acuerdos, de fondo, con el Estado opresor— de sus respectivas clases capitalistas. Para el caso que, ahora, en concreto, nos ocupa, esa odiosa cárcel de naciones que es España no podrá ser destruida, en modo alguno, si no es por la acción revolucionaria, unida por encima de las fronteras, del proletariado. Sólo esa revolución, la proletaria, la comunista, haciendo ruinas del Estado español y garantizando, desde el primer momento, la libre autodeterminación de las naciones oprimidas por éste, liberará de su sojuzgamiento a los pueblos catalán, vasco y gallego, ganando a su causa a la pequeña burguesía agraviada de dichas naciones con la misma rapidez con la que aplastará a sus traidoras burguesías.

Por eso mismo, porque la revolución proletaria avanza a través de la lucha de clases y no de la conciliación civil, ciudadana; porque la misma movilización real, revolucionaria, de la pequeña burguesía impulsora del independentismo en las naciones oprimidas pasa y sólo puede pasar necesariamente por la ruptura más neta con las propias clases capitalistas, burguesas, de dichos países, el llamamiento a la movilización de «la sociedad civil» no únicamente tiene la virtud de enajenar la firma de los auténticos comunistas en los manifiestos contra la represión española, sino que, más allá de ello, supone una intolerable burla, con su tramposa exaltación de la «resistencia civil», de la heroica lucha armada desplegada, a lo largo de los años, por los patriotas catalanes, vascos y gallegos con el fin de liberar sus naciones, incluso a costa de arriesgar su propia vida.

Anticapitalismo rojo
30 de septiembre de 2007
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Hemos visto…

La revolta permanent (masacre de Vitoria, 3 de marzo de 1976)
UN BALANCE POR REALIZAR

3 de marzo de 1976: el conjunto de la población proletaria de Vitoria se echa a la calle en apoyo de la huelga general convocada por más de seis mil obreros de diferentes empresas de la localidad, que, desde hace dos meses, sostienen, enfrentándose contra la represión, una huelga en contra del decreto de topes salariales y en defensa de mejores condiciones de trabajo, que ha asumido, en su curso, de forma irrenunciable, las exigencias de readmisión de los despedidos y de libertad para los detenidos. Bajo órdenes superiores, la policía masacra, con fuego real, a los asistentes a una asamblea. Dos trabajadores mueren, asesinados, directamente en el lugar de los hechos, otros cuatro —de los que tres acabarán también muriendo— resultan heridos muy graves, más de 60 resultan heridos graves —la mitad de ellos con heridas de bala— y otros centenares, leves. Por supuesto, ni en los días inmediatos ni, posteriormente, tras la transición democrática, nadie pagará por estos crímenes.
El documental La revolta permanent, de Lluís Danés —realizada al hilo de la interpretación que, 30 años después de los hechos, realizó el cantante catalán Lluís Llach en Vitoria de su obra Campanades a mort, comenzada a componer la misma noche de los asesinatos en conmemoración de los trabajadores masacrados— tiene, de entrada, dos virtudes.
En primer lugar, a través de las palabras de trabajadores, familiares de las víctimas y dirigentes de los obreros en lucha que vivieron personalmente los hechos, levanta, contra tanto y tan interesado olvido de éstos, un recuerdo imborrable del crimen de Estado perpetrado. En segundo lugar, todos los documentos recogidos en la película convergen, en su consideración objetiva, en una misma conclusión, a saber: dichos asesinatos, lejos de obedecer a ningún tipo de exceso policial descontrolado, constituyeron una auténtica acción de Estado, conscientemente decidida y planificada, destinada a desalojar de escena al potente movimiento proletario de resistencia, por entonces en ascenso, que, con su autoorganización y falta absoluta de control por parte del reformismo de izquierda (en particular por el PCE estalinista y su sindicato, las CC OO), alzaba una espada de Damocles sobre el futuro de la transición pacífica del franquismo a la democracia, en cuyo pacto se afanaban ya, por aquellas fechas, apenas sin disimulo, bajo el amparo de la Corona, reinstaurada antes de su muerte por el dictador, desde el grueso de las fuerzas franquistas a los principales partidos de izquierda. ¿Cómo hacer compatibles, en efecto, los Comités de Huelga —elegidos y revocables, en todo momento, por las asambleas obreras— surgidos en la movilización de Vitoria y en otros numerosos estallidos proletarios que tenían lugar, en aquellos meses, en diferentes sitios de España, con el control de las movilizaciones de los trabajadores por los sindicatos reformistas exigida por la «paz social» sobre la que debía sustentarse la «reconciliación nacional» entre franquistas y demócratas y, a fin de cuentas, la continuidad del capitalismo, en España, tras la inevitable desaparición de la dictadura?… El desarrollo, al que se asistía, del movimiento proletario de resistencia y de su autoorganización amenazaba, en efecto, con dejar, en papel mojado, los acuerdos de pasar página, «sin vencedores ni vencidos», que ya ultimaban, bajo la tutela de las principales potencias imperialistas, la derecha y la izquierda españolas.
A unos y a otros, a franquistas y a reformistas, les sobraba la movilización independiente del proletariado y unos y otros (los primeros, con su policía; los segundos, con su tolerancia y posterior consentimiento de la impunidad de los crímenes), consiguieron, mediante la masacre de Vitoria, avanzar decisivamente hacia sus objetivos, hasta el punto de que, muy pocas semanas después de estos crímenes, el 26 de marzo de 1976, la oposición democrática, que reúne a elementos del régimen franquista y de los mayores partidos reformistas, se unifica en la denominada Coordinación Democrática o Platajunta.
La visión de La revolta permanent nos acerca, en fin, a la percepción del gran engaño, contra las masas trabajadoras, sobre el que se sostiene la tan piropeada «transición democrática». Nos aproxima fehacientemente a la aprehensión de que el asentamiento de la actual democracia capitalista española sólo fue posible sobre la base del aplastamiento del potente movimiento proletario por entonces existente.
A la vez, y por ello mismo, allí donde acaban los hechos relatados en La revolta permanent se abre paso, en las mentes de los explotados comprometidos con el futuro de su clase, una nueva reflexión acerca de los límites del movimiento espontáneo del proletariado…
A partir del 1 de marzo de 1976, cuando masivas asambleas, que reúnen a la totalidad de la población trabajadora, surgen en los principales barrios proletarios de Vitoria, disponiéndose a elegir sus propias Comisiones Representativas, y, sobre todo, unos días después cuando, desafiando la ocupación policial de la ciudad, más de 100.000 trabajadores acompañarán, emocionados, el entierro de sus compañeros asesinados, el problema está definitivamente planteado. Tras haber unificado en una asamblea obrera de conjunto, las asambleas individuales de cada fábrica; tras de que éstas transcrecieran en las referidas asambleas de barrio —siempre sobre la base de la plena soberanía de éstas y del carácter revocable de los comités elegidos para organizar la lucha resuelta—, qué les restaba a los proletarios de Vitoria en movilización, sino llamar al resto de explotados de toda España a unirse a ella, sumando sus propias reivindicaciones específicas, en la misma línea de plena independencia de la clase trabajadora. Pero ese paso de unidad de todas las luchas trabajadores en una sola, de reunión de todos sus organismos soberanos de decisión en uno sólo —tan dependiente y renovable como los ya existentes, pero, a la vez, capaz de centralizar la acción proletaria en un solo puño— desembocaba, claro está (a ningún trabajador consciente se le podía escapar), en un enfrentamiento global contra el Estado capitalista que únicamente podría ser sostenido erigiendo abiertamente a la misma clase explotada, contra todo reformismo, como alternativa de poder, como fuerza revolucionaria que, mediante la puesta en pie de su propio Estado, destruye, en primera instancia, el de la burguesía, con vistas a abrir paso a la liquidación del capitalismo y, sobre esta base, a la sociedad sin clases.
Pero hablar de poder propio, proletario; hablar de dictadura revolucionaria de la clase explotada contra la dictadura reaccionaria del capital que supone no importa qué régimen burgués ¿qué comportaba, sino más que el peor de los aventurerismos, la más peligrosa de las irresponsabilidades si no venía sostenido por la agrupación de la vanguardia proletaria en su propio partido, en un Partido auténticamente revolucionario, alzado sobre el suelo histórico de las comprensión activa, contemporánea, de las lecciones de las anteriores revoluciones y contrarrevoluciones conocidas por el mundo burgués?…
Sin embargo, con toda evidencia, tal partido ni existía ni podía existir en unas condiciones en que, tal como han demostrado inapelablemente los acontecimientos posteriores, la democracia capitalista en ciernes, aún albergaba el potencial de mejorar, siquiera transitoriamente, durante unos años, la situación material concreta y los derechos del grueso de la población trabajadora. Tal es la tragedia con la que topa, a la postre, el potente movimiento proletario de resistencia cuyo ascenso —violentamente trucando por la masacre de Vitoria— precede a la movilización democrático-burguesa, ciudadana, propia a la transición española: alcanzado el punto de la afirmación de su propia autoorganización, no podía desarrollarse más que deviniendo revolucionario cuando no existían las condiciones revolucionarias. Bajo tales coordenadas objetivas, estaba destinado a ser barrido de escena bajo el fuego combinado de la represión militar del Estado capitalista y la labor política de zapa de los lugartenientes de izquierda de éste.
Mas no por ello es baldía la sangre derramada, hace ahora 31 años, por los proletarios en lucha de Vitoria. Abona, por el contrario, las enseñanzas sobre las cuales la vanguardia comunista de nuestros días prepara el Partido de la próxima revolución. La revolución, cuya ausencia tan cruelmente, ha amparado, hasta hoy, a sus verdugos, acabará, mañana, por hacerse realidad y ajustará todas las deudas pendientes, todas, sin excepción. Lo hará desarrollando, hasta sus últimas consecuencias, el propio poder proletario, apuntado ya, para el caso, por la población trabajadora de Vitoria. En ese camino, contra todo olvido y toda cretina glorificación de las limitaciones objetivas del movimiento espontáneo de la clase explotada, la tarea de llevar a cabo un auténtico balance del movimiento proletario de resistencia que se desarrolló en los estertores del franquismo resta como uno de los inexcusables deberes a cumplir por parte de la vanguardia comunista de nuestro tiempo. Quedamos emplazados a ello.
I. R.
30 de septiembre de 2007


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ANTICAPITALISMO ROJO no es un órgano de opinión. Es un arma de lucha, un instrumento de organización propia de los proletarios, un medio de reunión de la vanguardia revolucionaria, consecuente, del anticapitalismo.

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Sumarios de Anticapitalismo rojo

Núm. 16 (15.09.2007) > Las “turbulencias” del capital y la miseria que viene
Ø Declaración de Anticapitalismo rojo con motivo de l’Onze de setembre:
La libertad de Catalunya no vendrá de ninguna Unidad Popular… ¡Vendrá de la revolución anticapitalista!

Ø Del Libro Segundo del Anti-Negri: Antonio Negri, cómplice de la opresión imperialista
Núm. 15 (01.08.2007) > Dos guerras perdidas por el imperialismo. Pero Irak no es Vietnam…
Ø A propósito del escrito de Sánchez Teran, militante de Endavant. O con el estalinismo o con la «Defensa de la Terra»

Ø Carta de Can Masdeu al Tripartito. Hippismo es capitalismo
Núm. 14 (15.07.2007) > El curso de las cosas
Ø Declaración de Anticapitalismo rojo ¡Libertad para Arnaldo Otegi y todos los presos nacionalistas vascos!

Núm. 13 (01.07.2007) > Hamás arrolla en Gaza. ¡Viva la Palestina antiimperialista!
Ø Casseurs: del voto a la abstención en las elecciones francesas. A la espera del nuevo y mayor choque, lección de política anticapitalista
Ø ¡Dejad que los muertos descansen en paz! La Resistencia anticapitalista de 2001 y la de hoy
Ø Memoria anticapitalista. En el 20º aniversario de Hipercor… Mentiras y hechos de un crimen de Estado

Núm. 12 (15.06.2007) > Fin de la tregua de ETA: Hipocresía y debilidad del Estado capitalista español
Ø ¿Vuelve el anticapitalismo negro?… El tiempo de las contracumbres ha caducado
Ø Tribuna anticapitalista: A propósito de la propuesta de una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes… El Partido y el movimiento proletario de masas

Núm. 11 (01.06.2007) > Elecciones burguesas y anticapitalismo
Ø Al Fatah: Así se lucha contra un pueblo
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Para defender consecuentemente a los trabajadores inmigrantes hace falta una organización consecuentemente anticapitalista

Núm. 10 (15.05.2007) > ¡Atención a Francia!
Ø Tesis. La cuestión saharaui y los proletariados marroquí y español
Ø ¿Por qué hay que defender, quién defiende y quién no a Núria Pórtulas?…

Núm. 9 (01.05.2007) > Las elecciones francesas señalan el curso
Ø 1 de mayo: ¿manifestaciones anticapitalistas?…
Ø Tras los atentados de Al-Qaeda en el Magreb… Declaración de Anticapitalismo rojo
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Continúa el debate

Núm. 8 (15.04.2007) > A los 50 años de su fundación… Crisis agónica de la UE
Ø Metro de París: nueva irrupción del anticapitalismo
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Una reflexión marxista

Núm. 7 (31.03.2007) > La caída de las Bolsas anuncia el crash que se acerca
Ø Irak: cuatro años de ocupación… La guerra, la paz y los proletarios del mundo
Ø ¿China capitalista?… ¿Cuándo dejó de serlo?…
Ø Tribuna anticapitalista: ¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes? Se inicia el debate… Nos escribe un compañero inmigrante

Núm. 6 (15.03.2007) > Italia: el nauseabundo olor del fascismo
Ø De Juana, excarcelado: una victoria revolucionaria
Ø Tribuna anticapitalista: Carta abierta por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes

Núm. 5 (31.03.2007) > Encuentro del Fórum Social en Nairobi
Ø Siete tesis marxistas sobre Kosovo
Ø Tribuna anticapitalista: un saludo, una propuesta

Núm. 4 (15.02.2007) > ¿«Por una vivienda digna»?… ¡Asambleas anticapitalistas por el acceso a la vivienda!
Ø La revolución comunista de mañana y los países no avanzados. (I…) Un trabajo necesario
Ø Biblioteca roja. Anti-Negri. Libro Primero. El padre filosófico del nazismo, Friedrich Nietzsche, y su amigo “anticapitalista” Antonio Negri

Núm. 3 (31.01.2007) > Tras el asesinato de Estado de Barajas: ¿A dónde va la cuestión vasca?…
Ø Anarquismo y comunismo
Ø Biblioteca roja. Anarquismo y comunismo. Ayer y hoy
Ø Diferencias entre el anarquismo y el comunismo

Núm. 2 (15.01.2007) > Contra el engaño de «la paz» en Palestina ¡Adelante con la guerra revolucionaria!
Ø Entrevista con I. Rodas: ¿Para qué un Anti-Negri?…
Ø Memoria roja: El asesinato de Rosa Luxemburg

Núm. 1 (01.01.2007) > El nuevo anticapitalismo. Vive les casseurs!
Ø ¿Adónde va la guerra de Irak y por qué nos importa a los anticapitalistas?…
Ø Movimiento okupa. Entre el reformismo y el anticapitalismo
Ø Hemos leído… Anti-Negri. Libro Primero. Crítica de la filosofía y la economía críticas