jueves, 17 de enero de 2008

ANTICAPITALISMO ROJO Nº 23

Sin Buttho, EE UU se queda falto del recambio previsto para la salida del desgastado Musharraf


S U M A R I O 15 de enero 2008

Editorial
Un nuevo paso del antiimperialismoTRAS LA MUERTE DE BHUTTO, SE TAMBALEA PAKISTÁN

A propósito de «las lesiones» de Portu y Sarasola
PARA TORTURAR NO HACE FALTA EL FASCISMO,
YA LO HACE LA DEMOCRACIA CAPITALISTA

BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (1918-1923) (IV)


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Editorial


Un nuevo paso del antiimperialismo

TRAS LA MUERTE DE BHUTTO, SE TAMBALEA PAKISTÁN


La pregunta, de veras interesante, para la vanguardia revolucionaria, no es «¿Quién mató a Benazir Bhutto?», sino a qué fuerza de las existentes en escena favorece su muerte…No es favorable, desde luego a EE UU, cuya estrategia, tras el acelerado desgaste, ante las masas, de la dictadura de Musharraf pasaba precisamente por la promoción de la desaparecida como «alternativa democrática» al, ya precario, régimen imperante.

La desaparición de Bhutto deja, en realidad, a Washington, sin su baza predilecta para tratar de estabilizar este país, auténticamente clave en su «cruzada democrática contra el terrorismo». Es notorio que la Casa Blanca había trabajado, desde hacía tiempo, contando con el apoyo de la oposición demócrata, por el retorno de Bhutto al país, que finalmente tuvo lugar el pasado octubre. Y es notorio, asimismo, que, en torno a dicha vuelta y a partir de ella, el secretario de Estado norteamericano adjunto para la región, Richard Boucher, había ido tejiendo, con sutil cuidado, los hilos del delicado pacto de recambio, entre Musharraf y Bhutto, del que precisaba, como agua de mayo, el mantenimiento del orden imperialista en Pakistán y en toda la zona.

La hoja de ruta del imperialismo norteamericano tenía como evidente hito las elecciones convocadas por Musharraf, esos mismos comicios que ahora amenazan ruina. No exageramos, en lo más mínimo, si concluimos, pues, que, tras la eliminación de Bhutto, Washington se ve obligado a recomponer, de arriba abajo, su estrategia. Hasta ahora, jugaba, al mismo tiempo, dos bazas, apoyando simultáneamente a la dictadura existente ─recuérdese que, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, EE UU ha enviado cada año a Pakistán cerca de 10.000 millones de dólares en ayuda (El País, 28.12.2007, p. 7)─ y a la alternativa democrática a ésta. Ahora, tras el exitoso atentado, no sólo la fracción democrática de la burguesía pakistaní ha sido privada de su indiscutible líder ─lo que complica extremadamente el, ya de por sí comprometido, proceso de transición en marcha─, sino que la, ya agotada, dictadura ha devenido definitivamente inviable, dada su incapacidad manifiesta, para contener, en adelante, a las masas trabajadoras. Tampoco será ─no parece necesario ni decirlo─ precisamente Musharraf quien saque partido de un magnicidio que ha lanzado, a la calle, en su contra, a una significativa parte del pueblo pakistaní, privándole de la colaboración inapreciable, para el mantenimiento del Estado frente al evidente ascenso del «radicalismo islámico» (léase, del antiimperialismo con ropajes religiosos), que le estaba prestando declaradamente, desde su pactado retorno, Bhutto.Todo esto sucede en un país cuya «paz» ─a tenor de las guerras no ganadas de Irak y Afganistán─ es, hoy más que nunca, sencillamente fundamental tanto para los intereses norteamericanos en la zona como para el desempeño de EE UU como primera potencia imperialista mundial capaz de seguir imponiendo su política exterior al resto de los grandes Estados capitalistas avanzados. No olvidemos que Pakistán no sólo es, desde los tiempos de la «guerra santa» contra la ocupación rusa de Afganistán, el territorio donde han encontrado y encuentran refugio y adiestramiento los combatientes antiimperialistas islámicos que ayer derrotaron a la URSS y hoy ponen en jaque a EE UU, sino también donde, muy verosímilmente, en amplias áreas de la frontera afgano-pakistaní que escapan, por completo, al control estatal, se halla escondido Bin Laden, arropado por los numerosos grupos que operan en la zona ─revolucionarios, por intransigentemente antiimperialistas en los hechos, con independencia de la reaccionaria ideología religiosa de la que revisten su acción, en tan necesaria concordancia, por otra parte, con la atrasada cultura de las masas de la región.

La inmersión definitiva de Pakistán en la desestabilización supondría, en suma, no sólo la caída de una nueva ficha de dominó a manos del movimiento antiimperialista que, paso a paso, está quebrando el orden capitalista mundial en Oriente, sino, asimismo, el inevitable preámbulo de un cuestionamiento, por el resto de grandes imperialismos, del liderazgo internacional norteamericano cien veces más enérgico que el producido en 2003, al negarse Alemania y Francia a secundar la invasión estadounidense de Irak.Un país con 165 millones de habitantes, cuyo 74 % apenas sobrevive con menos del euro diario del que dispone (El País Domingo, 06.01.08, p. 5); tal es el inmenso caldo de cultivo ─en coordenadas marcadas por la ausencia, como fruto del atraso en el desarrollo capitalista en el país, de un proletariado numeroso y potente, capaz de aglutinar hoy, esto es, sin revolución proletaria mundial en escena, bajo sus propias banderas, el descontento social (nótese que sólo un 34,5 % de la población pakistaní es urbana, El estado del mundo. Anuario económico geopolítico mundial, 2007)─ en el que, espoleado por las invasiones imperialistas de Irak y Afganistán, crece un amplio movimiento antiimperialista cuyo Norte declarado es la derrota mundial de EE UU y el derrocamiento de no importa qué Estado pakistaní bajo el dictado de Washington… Un país ─es un secreto a voces─ cuyo Estado burgués, capitalista atrasado, se halla amenazado, de forma creciente e inmediata, por el alza imparable de dicho movimiento antiimperialista de masas que tiende a expresar y reunir las energías y simpatías de la población campesina pobre (ampliamente predominante en el país) y la nutrida pequeña burguesía urbana, artesana y comercial, arruinada de las ciudades. En 2005, un lúcido informe conjunto de la CIA y del Consejo Nacional de Inteligencia de EE UU predijo que Pakistán se encaminaba a convertirse «en un Estado fallido, sacudido por la guerra civil, la violencia, las rivalidades intraprovinciales y una lucha por el control de sus armas nucleares» (El País, 29.12.2007, p. 6).

En la actualidad, tal como reconocen los analistas burgueses más versados en la zona, la muerte de Bhutto tiene todos los visos de servir para acelerar ese proceso de quiebra del Estado pakistaní. Así, Mariam Abou Zahab, por ejemplo, investigadora especializada en Pakistán del Centro de Estudios y Análisis Internacionales de París, declaraba pocas horas después del atentado, además de que «el régimen del general Pervez Musharraf no tenía ningún interés en asesinar a Bhutto» y de que «Washington está [ahora] en la peor de las situaciones posibles», pues «su plan para que Musharraf compartiera el poder con Bhutto se ha derrumbado», que, aunque «los grupos integristas» «no pueden tomar el poder, al menos en el corto plazo», sí que «pueden desestabilizar el país», tal como «lo están demostrando desde hace años» y que, en cualquier caso, «una nueva instauración de la ley marcial en Pakistán obligaría al Ejército a mantener el orden en detrimento de la lucha contra el terrorismo en la región fronteriza con Afganistán» (Le Monde, edició digital, 28.12.2007).Este peligro de hundimiento del Estado pakistaní ─pieza insustituible, más allá de lo dicho, ya no únicamente de la vigente política estadounidense en Oriente Próximo y Medio (de «socio indispensable» en la «guerra contra el terrorismo internacional» ha tildado a Pakistán el presidente Bush, El País Domingo, art. cit.), sino de cualquier otra política imperialista en la región─ bajo los embates del antiimperialismo es tanto más real cuanto que tal hecho no representaría más que la venganza irónica de la historia al respecto de la criminal maniobra reaccionaria con la que el Reino Unido concluyó su colonización secular de la India alzando, contra la plena soberanía nacional de ésta y en defensa de sus intereses imperialistas y del orden capitalista mundial, ese engendro de nación conocida como «la tierra de los sagrados o puros» que es Pakistán (nombre que, en realidad, lejos de tener una historia propia, no es más que un acrónimo, ideado en 1933, por Choudhary Rahmat Ali ─fundador del «Movimiento Nacional Pakistaní»─, para designar las cinco provincias, de religión mayoritariamente musulmana, del norte de la India: Punjab, Provincia del Noroeste (Afgana), Cachemira (Kashmir, en inglés), Sind y Baluchistán). Entonces, en 1947, al verse obligada a conceder la independencia a la India, Inglaterra arropó y protegió, contra la integridad nacional de la colonia a la que se veía forzada a conceder su emancipación, al movimiento reaccionario que, liderado por Choudhary Rahmat Ali y Muhammad Ali Jinnah, y aglutinando, bajo la bandera engañosa de la religión mahometana, a la burguesía de la India deseosa de seguir actuando bajo el amparo de la metrópolis (nótese que el nuevo Estado pakistaní continuó siendo, hasta 1956, un dominio de la Commonwealth británica, hasta el punto de que el propio Jinnah y sus inmediatos seguidores sólo ejercieron el poder como gobernadores generales del territorio en calidad de representantes de la Corona británica) acabó proclamando, en 1956, a Pakistán República islámica independiente, con vistas a fundamentar así, definitivamente, ante las masas, el nuevo Estado artificial surgido en un enfrentamiento fratricida entre la población trabajadora de fe musulmana y la de fe hindú que se cobró, sólo en la primera década de existencia del Pakistán, más de dos millones de muertos y obligó a otros 10 millones de personas a trasladarse a uno u otro lado de la frontera en medio de una ola de violentísimos choques locales, incendios, saqueos, violaciones y todo tipo de agresiones contra la población trabajadora de una u otra confesión.

Con posterioridad, el cambio de obediencia de Pakistán (pasando de la órbita británica a la estadounidense, de acuerdo con el papel predominante desempeñado por EE UU en el bloque de las potencias imperialistas occidentales que protagonizaron la «guerra fría» contra el imperialismo ruso de Stalin y sus herederos) ha corrido pareja a la certificada incapacidad de este Estado ─sin otra alma nacional, en realidad, que el interés de las grandes potencias capitalistas de Occidente de disponer de una cuña, a su libre disposición, para su presión imperialista sobre la India y su intervención, en general, en Oriente Próximo y Medio─ para afirmar plenamente, en los hechos, su propia soberanía. De tal manera, a lo largo de los 60 años que acaban de cumplirse de su existencia, los innumerables regímenes dictatoriales que se han sucedido en el poder han sido vehículo no sólo del atraso y la miseria extremos de las masas trabajadoras del Pakistán, sino, asimismo, al compás de la marcha de los conflictos de intereses entre los grandes capitalismos, del estallido de sangrientos choques interimperialistas contra la India (la guerra de independencia de Bangladesh que se cobró dos millones de vidas, en su mayor parte, bengalíes masacrados por el ejército pakistaní, y las cuatro guerras ya libradas por Cachemira, enfrentamiento, heredado, asimismo, de la mutilación de la nación india, que amenaza, en permanencia, con desencadenar una gran guerra imperialista entre la India y Pakistán).

Bajo tales presupuestos, ¿qué debe y puede esperar el proletariado mundial del devenir de los acontecimientos en Pakistán tras la desaparición de Benazir Bhutto?...De un lado, tal como hemos analizado, el imparable auge ─tanto por determinaciones económicas como políticas, internas y externas, desarrolladas, con particular rapidez, desde los atentados antiimperialistas del 11 de septiembre de 2001─ del movimiento antiimperialista en su seno, así como la ausencia de una base nacional real del Estado pakistaní (téngase en cuenta que, por ejemplo, en conformidad con lo dicho, el hindi ─idioma oficial de la India junto con el inglés─ y el urdu ─lengua oficial del Pakistán─ se hallan tan estrechamente relacionados, llegando hasta el punto de ser mutuamente inteligibles entre ellos, que, desde el punto de vista lingüístico son considerados, a todos los efectos, como variedades de un mismo idioma), han colocado, ya en lo inmediato, la viabilidad de éste contra las cuerdas. Contemplando el problema en meros parámetros internos, cabría esperar, de forma fatal e inminente, su hundimiento total.Pero Pakistán ha sido y es hoy ─más que nunca, si cabe─ una pieza clave para el mantenimiento del orden imperialista mundial. En la actualidad, en concreto, la evidencia de que EE UU no puede prescindir de esa plataforma de su belicosa política extranjera que es Pakistán, pese a las inevitables contradicciones que puedan surgir en la gestión de sus relaciones con la burguesía pakistaní, anida, con toda seguridad, en Washington, al mismo tiempo que la imposibilidad, tras las amargas experiencias afgana e iraquí, de tratar de apuntalar el Estado pakistaní en proceso de quiebra mediante cualquier tipo de intervención militar directa en el país.

Recapitulando, podemos, en suma, sintetizar, como sigue, los principales vectores de fuerza que interactúan en la situación actual de Pakistán: 1) movimiento antiimperialista en ascenso que, sin embargo, por la estructura ─pese a todo, capitalista─ del país y por el mismo peso crucial de Pakistán en el orden imperialista mundial no puede ni podrá hacerse con el poder; 2) proceso ineludible y acelerado de quiebra del Estado pakistaní, falto de una auténtica nación que lo fundamente y 3) necesidad imperiosa, con todo, de EE UU de conservar dicho Estado pakistaní bajo su control sin hallarse, en cualquier caso, Washington en condiciones de plantearse una intervención militar directa para salvaguardarlo. La resultante que se desprende del choque de estos tres vectores, en condiciones ─tal como se halla y se hallará el planeta todavía, muy probablemente, por unas décadas─ de ausencia de revolución proletaria mundial y, como consecuencia de ello, de un movimiento del proletariado pakistaní con fuerza para liderar al conjunto de los oprimidos del país, sólo puede ser, de nuevo, pero esta vez a gran escala, el desencadenamiento de la guerra imperialista entre Pakistán y la India, movida, a la vez, por la necesidad de la burguesía pakistaní de buscar una escapatoria, por suicida que ésta sea, manu militari, a la insostenible fragilidad de su Estado y por los apetitos anexionistas de esa misma burguesía india que tan cobardemente consintió, en su momento, la partición de su país.Es deber característico del sector avanzado del proletariado de todos los países no sólo hacer suyo este curso de los acontecimientos, sino oponerse, desde este mismo momento, con todas sus fuerzas, a ese criminal y reaccionario cauce por el que, más allá del avance del antiimperialismo, se desliza Pakistán.

Es deber de la vanguardia de la clase explotada, de los auténticos comunistas, advertir al proletariado sobre la nueva gran masacre imperialista que ─en Pakistán, para lo que ahora nos ocupa─ los amos del mundo preparan a sus espaldas.Sólo el proletariado, con su propia revolución, uniéndose mundialmente por encima de las fronteras, dará solución a las asesinas divisiones perpetradas por el capitalismo. En cualquier circunstancia, en cualquier condición: los primeros enemigos de los proletariados pakistaní e indio son y serán sus propias burguesías, sus propios Estados capitalistas. Es tarea irrenunciable del proletariado de los países capitalistas avanzados apoyar, en los hechos, a sus hermanos ─los trabajadores pakistaníes e indios─ en esa lucha combatiendo abiertamente, bajo su propia bandera de la revolución comunista, el imperialismo de sus propias burguesías y sus propios Estados democrático-capitalistas:

Contra el capitalismo y el imperialismo, por la unidad revolucionaria del proletariado pakistaní e indio, por la unidad revolucionaria del proletariado mundial, por el comunismo…

Proletarios y proletarias del Pakistán y de la India, de todo el mundo, en no importa qué circunstancia, sea cual sea el momento, en cualquier condición:

¡EL PRIMER ENEMIGO A BATIR ES NUESTRA PROPIA BURGUESÍA, NUESTRO PROPIO ESTADO CAPITALISTA!
¡APOYEMOS INCONDICIONALMENTE, CONTRA EL ESTADO PAKISTANÍ Y EL ORDEN IMPERIALISTA MUNDIAL, A LOS MOVIMIENTOS ANTIIMPERIALISTAS!



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A propósito de «las lesiones» de Portu y Sarasola
PARA TORTURAR NO HACE FALTA EL FASCISMO,
YA LO HACE LA DEMOCRACIA CAPITALISTA


En los dos últimos números de Anticapitalismo rojo, a raíz de las últimas movilizaciones antifascistas que han tenido lugar, hemos tenido ocasión de impulsar una reflexión, en el seno del anticapitalismo, acerca de las relaciones reales que le corresponde establecer a éste con el antifascismo (cf. «Cómo se lucha contra el fascismo y cómo se apoya la democracia capitalista», en Anticapitalismo rojo núm. 21, 1.12.2007, y «Un debate necesario: antifascismo o/y anticapitalismo. Cuatro escritos y una invitación», en Anticapitalismo rojo núm. 22, 15.12.2007).

En intervenciones como éstas, entre otras, hemos puesto sobre el tapete la necesidad de que el anticapitalismo, haciendo honor a su nombre, se mire en el espejo de la lucha histórica librada por la clase explotada para destruir el sistema burgués en su totalidad y no tan sólo una variante de éste, el fascismo. La dificultad que todavía tiene la mayoría de compañeros anticapitalistas para expresar claramente esta obvia realidad y no ser arrastrados, por medio de mil y un subterfugios, a la polarización interburguesa, reaccionaria, fascismo-democracia capitalista es, sin embargo, inequívocamente visible a través, sin ir más lejos, de la facilidad con la que el reformismo de extrema izquierda y las sectas oportunistas que le hacen el juego, trabajando escondidos en las filas mismas del anticapitalismo, han conseguido, hasta la fecha, como ha sido el caso, de nuevo, ahora mismo, cortar prematuramente el crucial debate suscitado sobre la cuestión.

A la hora de los hechos, cuando no, incluso, de los discursos, el antifascismo, dando la espalda a la historia pero también a la flagrante realidad de nuestros días, tiende a embellecer la democracia capitalista por el trillado camino de presentar al fascismo como un régimen en el cual la represión de los explotados y oprimidos sería más fácil de llevar a cabo que bajo la democracia burguesa. No obstante, los hechos, testarudos, proporcionan más y más elementos de juicio al respecto a todo auténtico compañero antisistema, verdaderamente dispuesto a romper con todas y cada una de las fuerzas que sostienen el mundo burgués, para comprender que esto no es así y desvelar el criminal engaño que se oculta bajo tal concepción antifascista ─vale decir, democrático-burguesa crítica─, que no anticapitalista.

Una prueba incontestable de dicho fraude, de que la clase dominante no precisa necesariamente, por supuesto, del fascismo para reprimir al proletariado y, más en general, a los oprimidos; de que ni siquiera el Estado burgués dispone necesariamente, bajo el fascismo, de mayor facilidad de represión de las masas trabajadoras la tenemos, en la actualidad, con particular evidencia, ante nuestros ojos, en la persecución desatada a la que asistimos ─Anticapitalismo rojo ya ha tenido ocasión de condenarla repetidamente con anterioridad─ del movimiento nacionalista revolucionario vasco. Examinemos, a modo de botón de muestra, lo que, ahora mismo, acaba de suceder con motivo de las detenciones de los supuestos etarras Igor Portu y Mattin Sarasola…Apresados, según el informe oficial, sobre las 13 h del domingo, 6 de enero, por la Guardia Civil, Portu ingresó, a las 3,56 h del día siguiente, en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Donostia, «con una costilla rota, el ojo izquierdo amoratado, un neumotórax y “múltiples” hematomas, erosiones y abrasiones en rodillas y tobillos, según el parte médico del centro sanitario» (El País, 8.1.2008, p. 12). Este mismo diario citado ─no precisamente sospechoso de subversión en su calidad, apenas oculta, de portavoz oficioso, en la prensa, de la política socialdemócrata─, se veía obligado a reconocer los patentes indicios de tortura que tales lesiones, conjugadas con las diferentes y contradictorias versiones oficiales sucesivamente dadas por el Estado, denotaban:

La primera versión señalaba que las lesiones de Igor Portu se produjeron en el momento de introducirlo en el vehículo policial. Posteriormente se dijo que el presunto terrorista había opuesto resistencia en el momento de la detención, que habría tratado de huir y que eso hizo necesario el empleo de la fuerza para reducirlo [esta versión ha sido negada tanto por la declaración, ante la Audiencia Nacional, de los detenidos como por la declaración, ante un juzgado de Bergara (Guipúzcoa), de un vecino de Mondragón, testigo presencial de los hechos, quien, además de asegurar que no hubo violencia ni «resistencia de los chicos a la detención» y que ésta fue «limpia», sitúa los arrestos aun antes de lo oficialmente reconocido, entre las 10 h y las 10,30 h (El País, 11.1.2008, p. 14)]. Pero el parte médico ─prosigue el editorial de El País─ es difícilmente compatible con esa descripción. También habría que precisar la secuencia horaria de los hechos. En concreto, cuándo y cómo se informó al juez Del Olmo de la dureza del arresto y cuánto tiempo transcurrió entre esta comunicación y el examen del forense al detenido, que aconsejó su traslado al hospital (El País, 8.1.2008, p. 28).
Ese mismo día 8 de enero, el periódico El Mundo ─tampoco precisamente sospechoso de apoyo al «terrorismo» de ETA dada su descarada alineación en la derecha capitalista─ publicaba, en su portada, citando fuentes judiciales, que Mattin Sarasola había sido «trasladado a las instalaciones policiales de Madrid fuertemente contusionado» y detallaba, ya en sus páginas interiores, que el estado de Sarasola «era escandaloso porque las lesiones eran externas», habiendo requerido «del control puntual del forense asignado por la Audiencia Nacional» (http://www.gara.net/azkenak/01/56698/es/Mattin-Sarasola-fue-trasladado-Madrid-fue...).

El día anterior, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que, antes de cualquier investigación, había respaldado, a pie juntillas, desde el primer momento, la actuación de la Guardia Civil ─sin nada que envidiar, a este respecto, a cómo reaccionaban, en su tiempo, frente a las evidencias de tortura, Fraga Iribarne, Martín Villa o cualquier otro ministro de Franco─, hablaba en plural, por primera vez, de los detenidos, asegurando, en su intento de justificar los hechos, que los dos jóvenes habían sufrido lesiones de «diversa consideración» cuando «los agentes se abalanzaron sobre ellos tras oponer resistencia» (ib.).

Por último, a efectos de inventario de lo acontecido, cabe considerar que, en su declaración ante la Audiencia Nacional española, tras cinco días de incomunicación, el testimonio de Mattin Sarasola, «sobre su detención y las torturas padecidas» coincidió «con lo narrado por Igor Portu al juez de Donostia», al relatar que ambos «fueron torturados en un bosque y un río cercano desde el primer momento de la detención» (<http://www.gara.net/azkenak/01/57417/es/El-testimonio-Sarasola-coincide-P...).

El auto de ingreso en prisión de Sarasola, redactado por el juez Grande-Marlaska, admite, en efecto, que la declaración de éste, «en situación de incomunicación», coincide en asegurar que «no se opusieron a la detención; que aun cuando en el lugar había varios Patrols de la Guardia Civil, no existía un control señalizado; y que antes de ser llevado a los calabozos fue trasladado a una pista forestal, donde le golpearon» (ib.). Denuncia Sarasola que «durante cinco días ha sido torturado salvajemente, y que ha sido muy, muy duro», y relató a sus abogados que se desmayó, al menos, dos veces, que recuerde, y que lo tuvieron atado a una silla, sufriendo golpes por todo el cuerpo… (ib.). A este propósito, el pasado 11 de enero, la delegación española de la prestigiosa ONG Amnistía Internacional (AI) recordó que, hace pocos meses, presentó un estudio en el que, en sintonía con los documentos, ya anteriormente publicados, en 2002 y 2004, se constataba que «la tortura existe en España y es más que esporádica», siendo una realidad, además, «la impunidad efectiva de los agentes de Policía españoles en casos de tortura y otros maltratos» (http://www.racocatala.com/articles/15753).

Según el presidente de AI España, Esteban Beltrán, es común, en el Estado español, lo que se conoce como «presunción de veracidad» de las versiones policiales, lo que supone, al estilo del proceder del ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, con los casos Portu y Sarasola, que se considera «cierta la versión que facilitan los agentes de cualquiera de las policías estatales sin ni tan sólo haberla investigado» (ib.).

Por otro lado, puesto que «los jueces españoles no disponen de ninguna “Policía Judicial”», «las pocas denuncias que llegan a los juzgados son investigadas por compañeros de trabajo de los policías acusados» (ib.)... Asimismo, AI certifica la existencia de casos en los que «la presunta víctima de maltratos es literalmente “enterrada” en demandas por parte de los cuerpos policiales, incluso de intentos de asesinato, con el objetivo de que la víctima retire las demandas de maltrato, ante la posibilidad de acabar en la cárcel» (ib.).Todo esto, ¿qué indica, si no que la práctica de la tortura es una realidad en la democracia capitalista española?... El mismo portavoz vergonzante del partido en el Gobierno ─el citado diario El País─ no puede por menos que confesar entre las sempiternas promesas estatales de aplicar «mecanismos de transparencia con carácter permanente» al «comportamiento policial»:
En Euskadi, la existencia de torturas es una verdad prácticamente institucionalizada, alimentada con los reproches periódicos de Amnistía Internacional o del relator de Derechos Humanos de la ONU, una verdad oficiosa que lleva al consejero de Justicia, Joseba Azkarraga, a proclamar su desconfianza en los ministros del Interior y las fuerzas de seguridad españoles (El País, 14.1.2008, p. 15).

Por supuesto, también la tortura era una realidad bajo la dictadura franquista, sólo que entonces, casos flagrantes, como el de Portu y Sarasola, motivaban la movilización, en la calle, contra la represión, de los partidos de la izquierda; esos mismos que, ahora, la toleran de forma tan cobardemente cómplice.¡Pobre, sin embargo, del anticapitalista que se deje llevar a creer que nos hallamos ante «excesos» de «elementos descontrolados» de la democracia burguesa! Perdiendo, entonces, su identidad de antisistema, acabará engrosando las filas de quienes, en nombre del antifascismo, no hacen más, a la hora de la verdad, que pedir la adopción de medidas democráticas al Estado capitalista o, lo que es lo mismo, de abogar, en la práctica, por la reforma humanitaria de la sociedad burguesa.No se trata, por otra parte, claro está, de ninguna cuestión española, por mucho que la democracia burguesa española presente particularidades, de excepcional debilidad histórica. Sólo hace falta mirar hacia los Guantánamo y los Sarkozy para cerciorarse de hasta qué punto incluso las democracias capitalistas nacidas, en su momento, de la forma más revolucionaria ─piénsese en la heroica revolución antiimperialista americana que derrotó, a fuerza de derroche de energías populares, a los imponentes ejércitos de la Corona inglesa, o en la Gran Revolución Francesa, que haciendo rodar las testas coronadas, tan gloriosamente se batió contra la reacción absolutista de dentro y de fuera del país─, consumen definitivamente, desde hace un siglo, la época de agonía histórica del capitalismo reprimiendo, en “la paz”, mediante un terror del Estado cada vez más extendido, y masacrando, en la guerra, incluso con bombas atómicas, a los explotados y oprimidos del planeta.

Tal es, en definitiva e irreversiblemente, la realidad, hoy más visible que nunca en tiempos aún de relativa paz, de la democracia burguesa: miseria y represión crecientes ─la tortura incluida─ contra las masas trabajadoras, en plena concordancia con su auténtica naturaleza de aparato político de la dictadura del capital, hoy ya apenas enmascarada, para la juventud proletaria, tras las ruinosas fachadas de cartón-piedra del sufragio universal y el juego parlamentario mediante los cuales la clase capitalista, con prácticamente todos los medios de intoxicación de masas en sus manos, resuelve, en cada elección, cuál de su fracciones gobernará en el próximo periodo.

Hay que agradecer, en este sentido, a chulescos y pintorescos personajillos, aspirantes latentes incluso a la Presidencia del Gobierno, como el dirigente del PSOE, José Bono, el haber puesto de relieve ─llevado de su exaltado patriotismo burgués español─ la verdadera realidad de lucha entre las clases que se oculta tras el engañoso disfraz de libertad e igualdad para todos los ciudadanos con el que gusta vestirse la democracia capitalista. Los proletarios conscientes, los anticapitalistas de veras, los revolucionarios no pueden por menos que pensar en esto como lo hace usted, señor Bono: hay una gran diferencia, ciertamente, entre «los muertos de unos y los de los otros» ─entre, de un lado, permítasenos añadir, los torturadores al servicio del Estado capitalista y quienes, desde la cúspide de éste, los dirigen y amparan, y, de otro, los explotados y oprimidos torturados por combatir a dicho Estado─, y, en cualquier caso, ya se sabe, de nuevo coincidimos aquí con usted, «si tiene que haber bajas, que no sean nuestras» (declaraciones del 8 y 9 de enero de 2008, de José Bono, a Radio Nacional de España ─RNE─ y la Cadena SER respectivamente).¡Ah! ─señores antifascistas─, al “bueno” de Bono no le hace falta apuntarse al fascismo para echar este capote a los torturadores y asesinos a sueldo del Estado capitalista; le basta con seguir afiliado al mayor partido de la democracia capitalista española, el PSOE; le basta con ser socialdemócrata, reformista; le basta, en una palabra, con ser un demócrata burgués.I. Sánchez14 de enero de 2008


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BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (IV)
La guerra civil de 1919


El episodio de la República de Baviera no fue, empero, un hecho aislado, sino el exponente más alto y condensado de la guerra civil que se libraba escalonadamente en Alemania, durante la primera mitad de 1919, entre el poder de la Asamblea Constituyente ─el Estado burgués─, y el de los Soviets o Consejos Obreros. La narración de esta lucha, completamente ignorada en la mayoría de textos que tratan la revolución alemana, es, sin embargo, clave para comprender el carácter de clase de los consejos alemanes, su naturaleza de instrumento de poder y la realidad de que éstos no se extinguieron, jamás, por sí mismos ─tal como parece deducirse de algunas obras izquierdistas─, sino que tuvieron que ser barridos por la fuerza de las armas.

A pesar de la victoria abrumadora del SPD en las elecciones del 19 de enero ─11,5 millones de votos sobre un censo de 30 millones (el USPD había obtenido 2,3 millones)─, los dos partidos socialdemócratas no se ponen de acuerdo para formar Gobierno (juntos representaban el 45% del censo) y el SPD apadrina así una coalición con los partidos del centro burgués: el Zentrum y el PDA (Partido Democrático Alemán) que, con todo, aceptan las líneas maestras del programa de “socialización” auspiciado por los socialdemócratas mayoritarios. El mismo día en que se conocen los resultados Noske, en su calidad de ministro de Defensa, publica un decreto que pone fin al poder de los Consejos de Soldados y restablece la autoridad del viejo cuerpo de oficiales. Dos días más tarde declarará en una reunión del Gabinete: «El gobierno mantendrá la autoridad mientras disponga de un factor de poder. En el transcurso de una semana, se ha logrado reunir un ejército de veintidós mil hombres. En consecuencia la relación del gobierno con los consejos de soldados ha subido ligeramente de tono. Antes los consejos de soldados eran el elemento de poder; ahora somos nosotros ese elemento de poder» (La revolución alemana de 1918-1919, Sebastián Haffner, Inédita Editores, Barcelona, 2005, p 172)

A decir verdad, 22.000 hombres armados no eran nada en comparación con los miles de soldados y obreros que conservaban sus armas, a lo largo y ancho de Alemania, pero si Noske se mostraba así de seguro era porque la experiencia del aplastamiento de la “insurrección espartaquista” y la consecuente celebración de elecciones parlamentarias sin incidentes habían dejado claro, en la conciencia política de la burguesía, cuál era la ventaja de un minúsculo Ejército y un poder del Estado, por pequeño que fuera, si se mantenían centralizados frente a un enemigo de clase que, como hemos visto y veremos a continuación, no lo estaba en absoluto.El Gobierno se sentía, por tanto, fuerte, para pasar a la ofensiva contra los Consejos, aunque, debido a la inferioridad numérica de sus fuerzas frente a los obreros armados, tendrá que atacarlos con suma cautela, región por región, usando todas las malas artes de la política y el engaño...

De febrero hasta junio de 1919, los Freikorps de Noske darán casi la vuelta a Alemania desarmando y fusilando, por etapas, a todos los obreros que les opongan resistencia, mientras restablecen el poder efectivo del Estado capitalista (ayuntamientos, parlamentos regionales, autoridades militares y policiales no designadas ni sometidas al control de los Consejos, etc.) en cada lugar por donde pasan.El inicio de la ofensiva contrarrevolucionaria comienza contra Bremen, no por casualidad, uno de los puntales de la revolución donde los Consejos Obreros se habían pronunciado, ya desde noviembre de 1918, por la dictadura del proletariado y contra la convocatoria de la Asamblea Constituyente y donde, por añadidura, desde el 10 de enero se había proclamado la «república socialista independiente»…

A diferencia, sin embargo, de la República Soviética de Baviera, en la que vimos a Leviné oponerse, de entrada, a la proclamación de una república soviética independiente, entendida como parte de una maniobra provocadora de la socialdemocracia ─Leviné se basaba precisamente en los acontecimientos que vamos a narrar─, en Bremen, el KPD, pese a contar con una fuerza mayor que en el resto de grandes ciudades alemanas, va a caer fatalmente preso del aventurerismo confiando, de forma irresponsable, en el carácter potencialmente revolucionario del USPD. El 6 de enero, ─al calor de la “insurrección espartaquista” de Berlín─ se produce una reelección en el seno del Consejo de Bremen que da al SPD 113 delegados frente a 64 por el USPD y 62 por el KPD. Cuatro días más tarde, tras una imponente manifestación de proletarios armados, los votos del USPD y del KPD ─dominado por los elementos izquierdistas─ fuerzan a declarar la «República Socialista» en la ciudad formándose un «Consejo de Comisarios del Pueblo» compuesto por cinco socialdemócratas independientes y cuatro comunistas que, por la presión del momento, tomará algunas medidas revolucionarias como la instauración de la ley marcial por el “ejército proletario del pueblo”, la requisa de armas a la burguesía y oficiales, y la censura de la prensa burguesa.

Sin embargo, tan sólo tres días más tarde, en paralelo al desenlace de los acontecimientos de Berlín, el USPD empieza a dar marcha atrás y busca bajarse del carro girando hacia el SPD. Juntos proponen la celebración de elecciones para la Asamblea Nacional en la ciudad y consiguen, por un estrecho margen, que el Consejo de Bremen apruebe la medida. Ante esta inesperada traición, cunde el desconcierto y la desmoralización entre los elementos revolucionarios. El partido que se reclamaba del comunismo ─impaciente por lanzarse a la acción cuando mordió, de la mano del centrista USPD, el anzuelo de la «República Socialista»─ se ve ahora completamente desbordado sin saber qué hacer.El 21 de enero se aprueba, asimismo sin resistencia, la celebración de elecciones democráticas para el mes de marzo, al objeto de designar una nueva autoridad para la ciudad. La denominada «República Socialista» se retira, por tanto, de escena ─saboteada por la socialdemocracia de izquierda─ con la misma tranquilidad con la que había sido proclamada, a pesar de que el Estado capitalista ya tenía en esa proclamación, se hiciera lo que se hiciera después, el pretexto para barrer de escena, cuanto antes, los Consejos de Bremen. Así, pues, mientras el USPD busca ganarse los favores del Estado, jugando a restablecer la legalidad burguesa y pavoneándose ante el mismo de su democratismo, la prensa capitalista ─la socialdemócrata en particular─ lanza una demagógica campaña de calumnias, ante los obreros del resto de Alemania, apuntando a Bremen como partidaria de un régimen dictatorial y fanático, divisor de la “unidad socialista”, que, en la senda de los espartaquistas, impide «la marcha ordenada hacia la socialización», emprendida, entre enormes dificultades, por el Gobierno.

De cara a la pequeña burguesía, se habla, en cambio, de supuestas requisas por las autoridades de Bremen de los cargamentos alimenticios provenientes de EE UU y destinados al resto de Alemania. La única solución al “caos” es, evidentemente, enviar a los Freikorps de Noske con el objetivo de restablecer el orden “legítimo”… Empezarán el 28 de enero por Wilhelmshaven, la base naval próxima a Bremen, para tantear la resistencia armada que se les podía ofrecer, la cual, efectivamente, se produce por parte del Consejo de Marinos que, sin embargo, no podrá oponer una defensa eficaz frente a la artillería, las ametralladoras y granadas de las tropas reaccionarias. La noticia recorre, no obstante, como la pólvora, todas las grandes ciudades portuarias del este de Alemania y sus obreros se alarman. En Hamburgo, donde el SPD era mucho más fuerte y detentaba mayoritariamente el poder en los Consejos, éste tiene que hacer declaraciones retóricas de solidaridad con Bremen para calmar los ánimos y no quedar en evidencia. En la práctica, evitará, a toda costa, la ayuda a los obreros de Bremen y toda resistencia efectiva limitándose a criticar, desde su prensa, los «peligros del militarismo prusiano». Sus líderes se cuidarán mucho, lógicamente, de advertir al proletariado que los planes de Noske no se ceñían sólo a Bremen. Los Consejos de Hamburgo y del resto de Alemania iban a correr la misma suerte…

Entre tanto, la preocupación y el nerviosismo ante el avance de los Freikorps se expresa en el Consejo de Soldados del XI Cuerpo del Ejército, con base en Hamburgo, que, por 232 votos contra 206, decide formalmente impedir el paso de los Freikorps hacia Bremen, armar a los trabajadores, ocupar los muelles, puntos de abastecimiento y prestar ayuda a la ciudad vecina. Desgraciadamente, la resolución sólo servirá para tranquilizar a los Consejos de la zona, pues, en la práctica, es saboteada desde dentro en un claro ejemplo de cómo la burguesía se mofa de las mayorías cuando éstas no concuerdan con sus intereses, que pasaban, como puede imaginarse, por no arriesgarse lo más mínimo a que los proletarios, coordinándose con Bremen, se armaran y afrontaran a los Freikorps.En la ciudad amenazada, la resolución de Hamburgo es, por contra, ampliamente difundida. El «Consejo de Comisarios del Pueblo», con el USPD a la cabeza, propone al Gobierno aceptar que los trabajadores de Bremen entreguen sus armas a las unidades militares de Hamburgo o de la propia Bremen y no a los Freikorps. Además de esta propuesta se ofrece al SPD una representación del 50% en el mismo Consejo de Comisarios de Bremen del que, hasta ahora, permanecía ausente. Pero el objetivo de la intervención militar no era negociar con las autoridades emanadas de los Consejos Obreros, por muy dóciles y a la defensiva que se mostraran, sino aplastar a los mismos Consejos antes de que maduraran en la dirección apuntada ya en noviembre en la misma Bremen y sirvieran así de ejemplo para el resto de Alemania. De tal suerte, el 3 de febrero los Freikorps llegan a la ciudad.

A los proletarios no les queda más opción que afrontar solos, con sus propios medios, a las tropas de la contrarrevolución pues el «Consejo de Comisarios del Pueblo» no mueve un dedo para organizar la defensa y la esperada ayuda del XI Cuerpo de Ejercito de Hamburgo no llega. A pesar de su determinación de resistencia, los Freikorps les obligarán a retroceder, calle a calle, gracias a los cañones ligeros y granadas de mano, en un intensísimo combate ─así lo resaltan todas las crónicas─ que se saldará con 46 Freikorps y 28 obreros abatidos. Los Consejos de Bremen quedarán pues disueltos por la fuerza en medio de numerosas detenciones y ejecuciones sumarias, y el SPD colaborará con los verdugos de los obreros revolucionarios ─no en vano enviados por el Gobierno de su propio partido─ para formar un Ejecutivo provisional, en coalición con otras fuerzas burguesas. Su cometido será asegurar el orden, una vez éstos hayan abandonado la ciudad en dirección al Ruhr. Y es que mientras el Ejército de Noske marchaba hacia Bremen, la situación se había radicalizado, amenazadoramente, en la región minera e industrial del oeste alemán. La autoridad del SPD en la zona, ampliamente mayoritario en los Consejos desde noviembre, iba mermando a la par que las demandas obreras de reducción de jornada laboral, en particular, en las minas, donde la desnutrición y el hambre imposibilitaban el trabajo de 8 horas ─conquista arrancada tras la Revolución de Noviembre─, eran esquivadas con todo tipo de argucias.Este estado de cosas no podía postergarse indefinidamente, tal como daba cuenta el crecimiento exponencial de las huelgas, que se tornaban, por momentos, en auténticas huelgas salvajes fuera del control de los sindicatos. Empezaba a hacerse necesaria la intervención, en su represión, de las «fuerzas de seguridad» y de las «milicias del pueblo», cuerpos armados, creados en noviembre, bajo la autoridad de los Consejos Obreros, que, sin embargo, estaban, en la mayoría de sitios, al servicio del SPD ─éste los había depurado a conciencia─ y actuaban globalmente como una milicia particular de la socialdemocracia. En Gladbach, el 17 de diciembre, la «fuerza de seguridad» mata a tres huelguistas y el 13 de enero a otros dos levantando una gran indignación entre el proletariado que, hasta entonces, había considerado dicha milicia como un órgano más de su propia clase. Estos sucesos, unidos a la imposibilidad de ver satisfechas sus más urgentes necesidades económicas, llevarán, en un proceso de maduración similar en toda Alemania, a plantear la reelección de delegados en el seno de los Consejos locales.

En muchos lugares, de hecho, se trataba de las primeras elecciones soviéticas, ya que el SPD había erigido, en su momento, sus propios “consejos” antes de que lo hiciera el mismo movimiento con el fin de tenerlo controlado o, cuanto menos, ganar un tiempo precioso. Para enfriar los ánimos en la propia Gladbach, el SPD acepta la admisión de tres delegados del KPD en la dirección del Consejo de Obreros y Soldados. En Oberhausen, por su parte, el Consejo erigido por el SPD será obligado a disolverse a favor de otro, con mayoría del USPD y KPD. Y otro tanto ocurrirá en Hamborn, Duisburgo, Ickern y Hervest-Dorstein. En Buer, a instancias de miembros del antiguo Consejo de Obreros y Soldados, un grupo de uniformados, descontentos, entra en el Ayuntamiento y abre fuego en el pleno del nuevo Soviet, matando, en el acto, a cinco delegados. Una vez más quedaba claro, a ojos del Estado capitalista, que, a la hora de la verdad, la única forma de neutralizar un poder de los Consejos que, por la misma deriva de la situación revolucionaria, no podía más que evolucionar ─lo hemos visto en el anterior capítulo sobre Baviera─ hacia la dictadura del proletariado, consistía en su más pronto aplastamiento armado. El 10 de enero, el mismo día, curiosamente, que se libraban los combates en Berlín para liquidar a los espartaquistas, el mismo día que se proclamaba la «República Socialista» en Bremen, en Essen, la izquierda capitalista convoca apresuradamente una Conferencia de Obreros y Soldados para reivindicar la «socialización» de las minas. Por mucho que figurase en el programa electoral del SPD ─punto que embellecía su imagen de fuerza «socialista»─ no se trataba, aquí, al ponerla sobre la mesa, más que de una forma de salir al paso del choque armado que se estaba gestando en la zona y en toda Alemania. Una declaración conjunta del SPD, USPD y KPD, en dicha conferencia, informará, significativamente, de que ésta tomaba en sus manos la «socialización» de las minas para hacer que la revolución «de política pase a social»…¿Un hecho casual en el momento preciso en el que, a la inversa, la política se había colocado en el primer plano de los acontecimientos? Como se demostrará, en las semanas siguientes, la denominada demanda de «socialización» venía como anillo al dedo, jugando oportunistamente con las reivindicaciones económicas de los obreros del Ruhr, para desviar la atención del proletariado de la región de la necesidad de defender los Consejos preparando una milicia proletaria que se coordinara con la de Bremen y otros lugares, al terreno de las reivindicaciones puramente sindicales.

Incluso a principios de febrero, cuando los Freikorps ya asolaban Bremen, se celebrará una nueva Conferencia de Consejos en la que, muy astutamente, se permitirá nombrar a un militante del KPD, un tal Karski, «consejero político y periodístico» de la comisión de nueve miembros que estaba negociando, sin mucho éxito, desde hace semanas, con Berlín. Karski, completamente ciego ante la amenaza del ataque militar que se avecinaba contra los Consejos y expresando en esa ceguera lo que eran las pulsiones economicistas, anarcosindicalistas e izquierdistas que pesaban sobre el joven KPD, presentará al Gobierno el ultimátum de una semana para dar plenos poderes “socializadores” a dicha comisión so pena de desencadenar una huelga general.En ese contexto, tampoco es casual que el Consejo de Soldados del VII Cuerpo de Ejército con base en Münster, Westphalia (al norte del Ruhr), en una acción que recuerda el episodio que acabamos de narrar sobre el XI Cuerpo de Hamburgo, decidiera ignorar el decreto gubernamental del 19 de enero que obligaba a éstos a someterse a la autoridad militar del Estado al apostar por mantener su derecho de veto sobre las órdenes recibidas de éste.

Semejante acción ─recordemos que los Consejos de Soldados estaban abrumadoramente controlados por el SPD─, lejos de representar insubordinación revolucionaria alguna, constituía más bien la respuesta oportunista que daban los líderes socialdemócratas, tanto de derecha como de izquierda, en dicho Consejo, ante la presión de sus bases, para lavar la cara del SPD local frente a la embestida contrarrevolucionaria. Mientras tanto, los Freikorps seguían campando a sus anchas y la necesidad de crear una milicia proletaria restaba un asunto tabú. En el Ruhr, se continuará entreteniendo a los obreros con la panacea de la «socialización», que, además, no representaba más que un proyecto de nacionalizaciones a tutelar por el denominado «Ministerio de la socialización» recientemente creado por el Gobierno, porque esta distracción en pro de la revolución «social» y en detrimento de la «política» será sumamente útil al Estado.

Gracias a la misma, el Ejército enviado por Noske pondrá finalmente sus botas en la cuenca minera, concretamente en Hervest-Dorstein, donde entablará una lucha con los mineros que acabará con 40 proletarios muertos, el Consejo local disuelto y su líder ejecutado. Nadie había movido un dedo para detener el avance o afrontarlo.Las noticias del suceso provocaron, con todo, la cólera de los obreros del conjunto del Ruhr y, entonces sí, se desata la huelga general, decretada por otra Conferencia de los Consejos de cuya decisión el SPD se desmarcó entre ataques furibundos. Dicha huelga no estaba motivada ya por la «socialización». Expresaba, con una claridad diáfana, la rabia obrera y, a la vez, la impotencia por todo lo que estaba aconteciendo. Antes de la llegada de los Freikorps, en Elberfeld, los destacamentos de seguridad, bajo la dirección del SPD, disparan sobre los huelguistas, con un balance de 12 muertos; en Dortmund arrestan a los piquetes; en Essen una compañía de marinos mata a dos obreros; en Barbeck «la milicia del pueblo» asesina a dos trabajadores, mientras que en Bottrop los obreros ─hartos de los ataques y de la traición socialdemócrata─ se adelantan y toman el Ayuntamiento de la ciudad, haciendo prisioneros a los miembros de la «fuerza de seguridad» tras una encarnizada batalla en la que pierden la vida 72 miembros de la misma. La huelga, secundada masivamente en toda la región, y reprimida, como vemos, por las propias fuerzas dependientes del SPD, antes incluso de la llegada de los Freikorps, tenía, por tanto, todos los visos de estar convirtiéndose en enfrentamiento armado y de llevar la conciencia de la defensa militar al conjunto del proletariado. Antes de que esto pudiera ocurrir ─nótese que había ya un buen número de Consejos de Obreros y Soldados de izquierda que escapaban al control del SPD y ejercían el poder en Dusseldorf, Remscheid, Mülheim, Hamborn, Obershausen y otras ciudades menores como Wupper, Dinslaken y Sterkrade─, el USPD, alertado por los sucesos de Bottrop, de los que toda la prensa informaba escandalosamente con su enumeración de atrocidades adjudicadas a los proletarios, comienza a negociar con las autoridades militares de Munster. Éstas entretienen a los líderes del USPD, quienes, a su vez, entretenían a los miles de proletarios radicalizados. Finalmente, el 23 de febrero los Freikorps entrarán, a sangre y fuego, en Bottrop y derrocarán, con ejecuciones sumarias y arrestos, la dictadura proletaria que, de facto, se había establecido. Ante estos choques, el USPD desconvocará la huelga en todo el Ruhr, que, por otra parte, no tenía ningún objetivo concreto, y la calma será restablecida aparentemente. Los obreros se retiran, sin embargo, de escena con la lección aprendida, de cara al futuro ─lo veremos más adelante─ y esconden las armas que tienen en su poder.

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