lunes, 16 de abril de 2007

ANTICAPITALISMO ROJO Nº8

S U M A R I O nº 8 // 15 de abril de 2007


Editorial

A LOS 50 AÑOS DE SU FUNDACIÓN…
CRISIS AGÓNICA DE LA UE


Metro de París
NUEVA IRRUPCIÓN DEL ANTICAPITALISMO


Tribuna anticapitalista
¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes?
UNA REFLEXIÓN MARXISTA



--------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------


A los 50 años de su fundación...
CRISIS AGÓNICA DE LA UE


A pesar de la crisis en la que se halla inmersa, cuando, desde los púlpitos de las instituciones capitalistas se nos habla solemnemente de la Unión Europea (UE), de su «nueva hoja de ruta», de su «vocación integradora», «pacífica» y «cosmopolita», parece como si el imaginario burgués quisiera vivir irremediablemente anclado en el País de las Maravillas, en busca del consuelo y amparo que no encuentra, por ningún otro lado, en el seno de su triste, material, e infame sociedad.

«Entre todos podemos avanzar» apuntaba Angela Merkel con motivo de la conmemoración del 50 aniversario de la UE, mas ¿quiénes son esos “todos”?

Los comunistas sabemos sobradamente que, si bien el capital no tiene patria ni bandera, no se puede decir lo mismo de los burgueses que gestionan su valorización, divididos, desde su nacimiento, en torno a distintas cuotas nacionales por las que, históricamente, se han pegado y sacado los ojos con la misma pasión y violencia que los buitres carroñeros...

Esta naturaleza animal, egoísta, competitiva del mundo en que vivimos, tenía, por supuesto, una base material en un periodo en el que las fuerzas productivas no permitían aún al hombre elevar su horizonte vital mucho más allá de la lucha individual, de grupo, clan, pueblo o nación por su existencia. Que esa realidad haya empezado a ser puesta en cuestión hasta sus últimos fundamentos —de momento, sólo puesta en cuestión— tras la gigantesca revolución que ha supuesto, en la productividad del trabajo humano, el advenimiento de la sociedad capitalista, no representa ninguna casualidad, en términos científicos, ninguna sorpresa para los comunistas.

El proceso forma parte de la contradicción —harto incomprendida—, en toda sociedad de clases, que ha puesto siempre de manifiesto el marxismo entre el desarrollo productivo y las relaciones sociales heredadas del pasado. Y la UE, sin menoscabo de otros múltiples ejemplos que la ilustran, es quizás, en estos momentos, uno de los mejores casos donde se aprecia dicha contradicción, a la vez económica y política, que corroe a la sociedad capitalista, con más o menos intensidad, desde su mismísima creación.

¿Quién puede poner en duda que, efectivamente, la voluntad de los grandes Estados capitalistas europeos de los años 50 (Alemania y Francia, principalmente) de alumbrar un proceso basado en la cooperación y la eliminación de trabas aduaneras, en la supresión del coste que suponía la existencia de regímenes jurídicos diferenciados para la circulación de fuerza de trabajo y mercancías en un espacio ya tan pequeño como se había hecho el europeo, al igual que de los inconvenientes derivados de la fragmentación monetaria y bancaria (todo un lastre para competir de tú a tú con EEUU y Japón), etc., no constituía una expresión de las exigencias de desarrollo de las modernas fuerzas productivas, cada vez más necesitadas de todo tipo de aportes supranacionales y de una planificación centralizada, incluso bajo el capitalismo?

Pero asimismo, ¿qué elemento políticamente despierto, a la vez que científicamente comprometido, no puede dejar de ver, más allá de dichas exigencias en el plano económico productivo, cuáles son los verdaderos límites políticos y nacionales que imposibilitan, también bajo el capitalismo, dotar a esa ventajosa dinámica de unidad económica de la correspondiente unidad política puesta en pie para gestionar y soldar, de ahí en adelante, dicha realidad material…?

La UE está en crisis precisamente a causa del goteo imparable de casos que abundan en esta contradicción y que hacen, como decimos, a la imposibilidad de superar unas relaciones sociales capitalistas —esto es, asentadas sobre la premisa de la acumulación y valorización del capital a expensas de la explotación de la clase asalariada— basadas en la defensa de la propiedad privada y de los mezquinos intereses nacionales de cada burguesía, históricamente protegida y preservada a través de su propio Estado…

Veamos un poco más de cerca tales casos. La “hoja de servicios” de trabas a la UE por parte de sus Estados miembros (incluso de los recientemente incorporados como Polonia) es tan abrumadoramente extensa que nos limitaremos tan sólo a reseñar unos pocos de ellos, bien significativos.

Subrayemos, de entrada, la creciente y sorprendente ola proteccionista que ha truncado u obligado a renegociar ya multitud de grandes fusiones empresariales (en Polonia, la de los bancos Unicrédito y HVB; en Bélgica, la de las empresas francesas Suez y GDF; en España, la fracasada OPA de la alemana EON sobre Endesa; en Italia, con la fusión, finalmente abortada, entre Abertis y Autostrade...) que contaban, todas ellas, con la aprobación de Bruselas —hasta la fecha y sobre el papel, la autoridad competente para decidir al respecto— y que han sido impedidas, en la práctica, aduciendo —para bochorno del europeísmo ilustrado— merma de soberanía nacional. Ningún gesto, ninguna sanción, ninguna medida de autoridad ha caído fulminante sobre la cabeza de aquellos que han llevado a cabo y animan, con dicha actitud, la proliferación de nuevas insubordinaciones.

Alemania y Francia, las locomotoras visibles de la Unión, tampoco es que hayan predicado con el ejemplo, claro está, al rechazar la primera, en referéndum, la Constitución Europea (los Estados que no la han aprobado o han optado por posponer su aprobación se elevan a nueve) y al tomar decisiones completamente unilaterales la segunda, como la que le ha llevado a suscribir un pacto por separado con Rusia que le garantiza el suministro de gas natural, al margen de la UE.

Francia, por su lado, es reticente a ampliar la Unión hacia el Este, sobre todo a Turquía, por el presumible efecto que tendría, en el territorio galo, una ola migratoria de nuevos ciudadanos de la Unión, en demanda de puestos que no son ofertados, mientras que Alemania ha forzado a aceptar todas esas nuevas incorporaciones —las cuales, dicho sea de paso, no cumplen ni uno solo de los requisitos económicos, hasta ahora indispensables, para acceder al “club” europeo—, merced a los sustanciosos beneficios económicos, para las exportaciones y empresas alemanas, que le proporciona el hecho, contante y sonante, de acceder a su tradicional patio trasero sin la histórica injerencia rusa de por medio.

No existe, como es palpable, una política energética común; tampoco existe una política fiscal de mínimos; ni digamos ya política exterior (recordemos las tremendas fisuras, en el seno de la Unión, con motivo del inicio de la guerra de Irak). La UE se sostiene, hasta ahora, sobre la base de una política monetaria (tampoco son pocos los que barruntan, entre bambalinas, contra ella, contra el euro y el Banco Central Europeo —BCE—) y agraria; foco, además, esta última, de fuertes controversias entre Francia y Reino Unido, el cual, como se sabe, no es un país agrícola, no ve por tanto sentido a las subvenciones agrarias (ya se sabe que cada Estado capitalista encuentra un sentido a las cosas en la medida en que éstas favorezcan sus intereses) y, por ende ―otro de los increíbles equilibrios que tiene diseñados la UE para intentar conciliar el apetito de los numerosos ombligos nacionales―, recibe el famoso “cheque británico” que tanto irrita al los Estados más pobres del sur de Europa…

Citemos, de paso, la parálisis del proyecto Galileo ―para crear un sistema de navegación por satélite capaz de competir con el GPS americano―, completamente corroído por disputas nacionales entre las empresas del consorcio y mantenido en el dique seco, sin financiación por Alemania e Italia, así como la crisis no menos escandalosa, en el seno del equipo constructor de Airbus ―supuesto flamante avión llamado a desbancar la hegemonía del norteamericano Boeing―, desatada entre alemanes y franceses por disputas que parecen dignas de las mejores pandillas de escolares, y el contencioso emprendido, con motivo del destape de las torturas de la CIA en territorio comunitario, entre el responsable de la política “antiterrorista” de la UE y varios Estados miembros que no le facilitaban, guardándola para sí, información alguna de relevancia en la “lucha antiterrorista” común… Por no hablar tampoco de la crisis de los soldados británicos apresados por Irán, en la que se ha dejado a supuestos ciudadanos europeos a merced de lo que, de forma unilateral, pudiera negociar Irán con EEUU o con el Estado británico de donde son nativos…

Añadamos, para terminar, la realidad de un presupuesto comunitario que, al hacerse de año en año más raquítico a medida que se incorporan nuevos miembros, revela que, más allá de las declaraciones retóricas de rigor, Alemania, la principal valedora de la UE hasta el momento, se empieza a preparar para luchar por salvar los muebles y guardar las apariencias…

¿Sobre qué bases y por cuánto tiempo más podrá seguir, en pie, la falsa y reaccionaria idea de una unidad europea supranacional compatible con la sociedad capitalista?

¿Quién, más allá del sector cada vez menos numeroso de la cretinizada masa ciudadana a la que se engañó con la idea de la «superación de las fronteras nacionales» o de los militantes de la izquierda burguesa, fervientes apóstoles de una «Europa social», «ecológica», «alternativa», ¡cuando no…«socialista»!, puede hoy seguir pensando, con la perspectiva que nos da el tiempo, que todas las llamadas a conseguir una verdadera unidad europea eran otra cosa que el revestimiento ideológico de una realidad material que sólo daba para conseguir lo que, de otra parte, ha sido plenamente operante en el terreno de la empresas privadas capitalistas, a la hora de eliminar cierta competencia, asociándose, sin por ello perder su personalidad jurídica, en grandes consorcios y trusts, que han facilitado el reparto de determinados mercados y la protección frente a terceros competidores? De la misma manera, en el plano de las relaciones entre los Estados europeos, los grandes acuerdos tomados en el seno de la UE y la misma existencia y desarrollo de ésta ¿qué demuestran ser, a la postre, sino una transitoria confluencia de intereses, frente la competencia de EE UU y Japón, destinada a perecer una vez agotado el periodo de crecimiento económico mundial que le ha dado vida?...

En definitiva, la contradicción que sufre la UE es expresión, como se ha dicho, de la más general, que es propia a la sociedad capitalista en tanto que sociedad humana dividida en clases, naciones y Estados. Será aún necesario insistir en el futuro en que es completamente irresoluble ( las dos últimas Guerras Mundiales así lo demuestran) fuera de todo estallido revolucionario que no lleve al comunismo.

La nueva ocasión, para ello, puede estar cerca. Las elecciones presidenciales francesas proporcionarán, a buen seguro, nuevos elementos de apreciación de este proceso…



Proletario, proletaria; revolucionario, revolucionaria,
anticapitalista, comunista:

¡HAZTE CORRESPONSAL, HAZTE COLABORADOR

DE ANTICAPITALISMO ROJO!


Para todo contacto…
anticapitalismorojo@hotmail.com
http://galeon.com/anticapitalismorojo





Metro de París
NUEVA IRRUPCIÓN DEL ANTICAPITALISMO


Las versiones sobre lo sucedido difieren. Según la policía, en torno a las 16:30 h del martes, agentes de la empresa pública de transportes urbanos RATP pidieron el billete a un pasajero que transitaba por los pasillos que comunican el metro con las líneas de tren. Esta persona no lo llevaba e intentó escapar. Los agentes de la RATP solicitaron ayuda a la policía, que acudió para detener al infractor. Según el Ministro de Interior, el hombre, un inmigrante ilegal, congoleño, que estaba en trámite de expulsión y que había sido fichado por 22 actos violentos y detenido trece veces, agredió en el rostro a uno de los agentes. Y cuando procedían a inmovilizarlo, un grupo de jóvenes les atacó.
Siempre según fuentes policiales, unos 200 jóvenes comenzaron a lanzar objetos contra los agentes y a destrozar todo lo que encontraban en esta zona de la estación donde hay varios locales comerciales. La batalla duró ocho horas. Una eternidad para los pasajeros y usuarios de la Gare du Nord, uno de los centros neurálgicos de París, que a esas horas de la tarde está a rebosar. “Un hombre de 33 años quiere entrar en el metro sin pagar su billete. Le controlan, se rebela y golpea a los agentes. ¿Es una razón para desencadenar un motín?, pregunta Nicolas Sarkozy.
La escena de la detención tuvo lugar frente a numeroso público, una parte del cual, aparentemente indignado por la paliza que estaba recibiendo el arrestado, optó por enfrentarse a las fuerzas de seguridad. El incidente degeneró rápidamente. Armados con barras de metal y objetos arrojadizos, se enfrentaron a los controladores de la RATP y a los policías antidisturbios, que fueron llegando en gran número y que protagonizaban cargas por los pasillos, incluido el lanzamiento de gases lacrimógenos.
La versión de algunos de los jóvenes que podía leerse ayer en varios blogs difiere de la policía e incide en que la demostración de fuerza de las CRS (antidisturbios) es lo que provocó el caos. “Corría el rumor de que a un chaval le habían roto el brazo en un control y que varios viajeros se interpusieron”, explicaba Gabriel. “Fuimos a mirar qué pasaba y ya no había nada. Pero el ruido que hicieron los CRS cuando llegaron inquietó a la gente que se puso a correr en todas direcciones. La policía empezó a hacer movimientos incomprensibles, y un grupo de gente se puso a cantar: “Policía en todas partes, justicia en ninguna”. Entrada la madrugada se restablecía la calma. (El País, 29-03-2007, p. 8).

Abordar los acontecimientos que irrumpen en la escena de la sociedad capitalista presentándolos como si se tratara de hechos aislados, incomprensibles, fruto de la voluntad de algunos individuos malévolos, o de una buena o mala gestión del ministro de turno, es propio de la visión, completamente mistificada, que, en temas sociales, nos sirve la burguesía.
Éste es el caso de la última irrupción de los casseurs, en París, el pasado martes, 27 de marzo, que, en plena campaña electoral, han hecho llegar, a la superficie de la sociedad burguesa, un nuevo aviso espontáneo del anticapitalismo. Una afirmación más que, expresando la rabia antisistema de los sin nada, duró ocho horas ininterrumpidas con enfrentamientos entre jóvenes y fuerzas del orden del Estado capitalista, tal como recoge la cita de prensa, a raíz de la detención de un proletario inmigrado africano en los pasillos que unen los ferrocarriles y el metro de la estación de la Gare du Nord de París…
Acontecimientos de estas características no pueden pasar desapercibidos para aquellos anticapitalistas determinados por la lucha revolucionaria, y menos aun para los que, de entre ellos, son conscientes del grado de madurez de las contradicciones sociales que están aflorando en el actual curso de la lucha de clases, en la actual etapa de desarrollo de la sociedad capitalista mundial. Tanto para ellos como para nosotros, es imposible desplegar una comprensión acertada de las mismas, sin reafirmar, una vez más, el análisis científico que sostiene que toda acción social tiene una explicación real, histórica y no ideológica ―en este caso, nos referimos, por supuesto, a la irrupción de los casseurs― tal como vienen afirmando todos los altavoces del Estado capitalista, desde los medios de comunicación hasta los partidos políticos de derecha e izquierda, y extrema izquierda del Estado burgués. Dicho en palabras de Marx y Engels:

Tratándose de los proletarios, su propia condición de vida, el trabajo, y con ella todas las condiciones de existencia de la sociedad actual, se han convertido para ellos en algo fortuito, sobre lo que cada proletario de por sí no tiene el mero control y sobre lo que no puede darle tampoco el control ninguna organización social, y la contradicción entre la personalidad del proletario individual y su condición de vida, tal como le viene impuesta, es decir, el trabajo, se revela ante él mismo, sobre todo porque se ve sacrificado ya desde su infancia y porque no tiene la menor probabilidad de llegar a obtener, dentro de su clase, las condiciones que le coloquen en otra situación (Karl Marx y Friedrich Engels. La ideología alemana, L’Eina, Barcelona, 1988, p. 67).

Por el contrario, la mirada idealista de los señores burgueses les induce a pensar —en lugar de reconocer en los hechos de París, tal como vemos que nos llaman a hacer los fundadores del comunismo, la expresión contemporánea de las necesidades y las condiciones materiales de vida de una clase social, para el caso, el proletariado— que dichos acontecimientos son fruto de un conjunto de pasiones, talentos y caracteres aislados. Tan sólo saben distinguir entre «defraudadores, tramposos, y los deshonestos que niegan a pagar el billete del tren» —tal como afirma el ministro de Interior Francés Nicolás Sarkozy—, o entre «el fracaso y el éxito de la política de seguridad» del mismo ministro —tal como declaró, por su lado, la candidata socialista Ségolène Royal.
Ni ellos ni, por supuesto, sus medios de comunicación distinguirán jamás entre los “ciudadanos” explotados, que, para sobrevivir en esta sociedad, tienen que vender su fuerza de trabajo y los “ciudadanos” pertenecientes a la clase explotadora, es decir, los propietarios de los medios de producción, comunicación, y de todo ese aparato de funcionarios y hombres armados llamado Estado.
Para la vanguardia comunista, por nuestra parte, de lo que se trata es de distinguir la calidad de clase de los jóvenes proletarios contenida en la globalidad de estos casseurs, esos vendedores de fuerza de trabajo sin futuro en el seno de un sistema, el capitalista, que, de la mano de la puesta en marcha de su nueva revolución productiva —traducida socialmente en la precarización y tendencia a la disminución de puestos de trabajo a través de la introducción de las nuevas tecnologías—, les sustrae toda ilusión y perspectiva de vida, y, en el mejor de los casos, les condena a la eventualidad y el paro, cuando no a la completa desintegración vital, tal y como ya ocurre con esa multitud de jóvenes provenientes de los suburbios de las grandes ciudades francesas.
Desde luego, no es ninguna casualidad que los primeros síntomas de la catástrofe económica del capitalismo se expresen o provengan de los suburbios marginales de las grandes ciudades industriales, puesto que, originalmente, éstos estaban habitados por trabajadores muy pobres, y, en su mayoría inmigrantes, que fueron, a lo largo de muchos años, explotados en condiciones inferiores a las sufridas por una gran parte de sus hermanos de clase autóctonos, la clase obrera. Ésta, merced al relativo bienestar y a la engañosa paz social que le ofreció, en la pasada generación, el capitalismo, bajo los últimos coletazos del taylorismo, puede proporcionar aún hoy, a sus hijos, una carrera universitaria, o un mínimo de estabilidad y apoyo para intentar una integración en la sociedad de clases, pero ya no representa —como puede verse en cada nuevo estallido social— ese sector dinámico del proletariado que lideraba antaño la lucha anticapitalista. Sus hijos, en cambio, bien que educados inicialmente en unas condiciones y con unas ilusiones distintas a las de los casseurs de los suburbios, están empezando a padecer la sacudida de las nuevas condiciones de explotación capitalistas expresadas, en Francia, de forma bien gráfica, por la problemática generada por el CPE (Contrato de primer empleo) que movilizó a miles de estudiantes y jóvenes trabajadores. Estas masivas protestas contaron también con el apoyo y la irrupción en escena de los casseurs, que, en otoño de 2005, habían protagonizado la revuelta incendiaria de los barrios franceses, con lo que, de forma bien amenazadora para el sistema, ambos sectores proletarios fueron gestando una semilla de unidad entre explotados que, contrarrestando la insidiosa tentativa de dividir y enfrentar a esas dos capas de la joven clase asalariada —los hijos de la vieja aristocracia obrera y los nuevos proletarios de los suburbios— llevó a enarbolar lemas unitarios como «Il n’a pas des mechants casseurs, il n’a pas des gentils manifestans, il n’a que des jeunes qui ont la rage» (No hay malvados casseurs ―malvados rompedores―, no hay simpáticos manifestantes, no hay más que jóvenes que tienen rabia) o “Nous sommes tous des casseurs de ce système» (Todos somos destructores de este sistema) en clara simpatía con los vilipendiados casseurs, cuyo contagio las fuerzas defensoras del capitalismo pretendían evitar…
Esta realidad, tanto en lo que hace a la noticia de la que nos hacemos eco en el presente artículo como a la trascendencia y significado de los pasados acontecimientos franceses de octubre 2006-abril 2007, ha pasado totalmente desapercibida para la práctica totalidad de los sectores politizados, incluso los autodenominados “revolucionarios”…
Estos significativos retazos apuntan a lo que, en un futuro próximo, está llamado a erigirse en efectiva unidad anticapitalista de los esclavos asalariados, de toda condición, contra la burguesía y sus Estados.
Así comprendemos nosotros, los revolucionarios, la nueva expresión contemporánea del movimiento subterráneo de la sociedad capitalista, el comunismo, extensión del movimiento histórico de la emancipación de la clase proletaria, que continuará irrumpiendo, en escena, mientras sigan existiendo la explotación y las contradicciones del sistema capitalista, basado en la dominación burguesa.
En definitiva, la actual violencia de resistencia, puesta en marcha por los casseurs, imitada y mimetizada por los estudiantes franceses ― «Plus de manif sans masque» (¡No más manifestaciones sin el pasamontañas!) fue otra de las significativas consignas de las movilizaciones contra el CPE―, es un anuncio revelador, en un grado de madurez superior a la que llevó a cabo el anticapitalismo negro anticumbres de principios de década, de la gestación, en nuestros días, de la composición concreta de la clase explotada, llamada a ejercer de enterradora histórica de la sociedad de clases.
Carlos Togues


* * * * * * * * * *

Tribuna anticapitalista
¿Por una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes?
UNA REFLEXIÓN MARXISTA

Sigo con sumo interés el desarrollo de Anticapitalismo rojo en su intento de poner sobre la mesa la realidad, los avances y la perspectiva del movimiento anticapitalista contemporáneo, así como de proveerle, en consecuencia con lo anterior, de las armas teóricas, políticas y de organización exigidas, en cada momento, para la prosecución de su combate destinado a destruir el capitalismo.
En este cuadro, me felicito de la iniciativa y el debate que ha empezado a surgir (en los dos últimos números de la publicación) en torno a la posibilidad de organizar una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes, así como en cuanto a la forma que ésta podría tomar. Quisiera trasladaros, sin más, a los compañeros implicados en el proyecto y a los que, en un futuro, pudieran implicarse en él, lo que pienso, al respecto, como marxista.
Ante todo, la iniciativa —planteada en la Carta abierta de Jalefa (Anticapitalismo Rojo núm. 6)— me parece pertinente y esto no sólo porque, en general, se trate de avanzar en la organización de la clase trabajadora, sino porque, en concreto, estoy convencido de que la puesta en pie de una asociación internacional de trabajadores inmigrantes es una de las pocas mediaciones organizativas que pueden tener cabida en el movimiento anticapitalista de nuestros días, caracterizado —como fruto del desempleo y la precariedad impuestos por la nueva revolución productiva— por el encuentro de la juventud proletaria de hoy en los barrios y en la calle, directamente en la escena social, más allá del horizonte limitado de las fábricas y los sindicatos que distinguía la acción y la vida del proletariado de ayer, la clase obrera, en la actualidad, ya sentenciadas (así como los partidos reformistas de izquierda y extrema izquierda, vinculados, como están, a ese pasado), aunque pervivan a través de la subsistencia cada vez más en cuestión de los trabajadores con empleo fijo y coberturas sociales, y los funcionarios, que protagonizaron, desde el punto de vista proletario, la etapa taylorista del capitalismo que precedió, en los países avanzados, al capitalismo de la presente revolución telemática. Ésta es la realidad que se desarrolla ante nuestros ojos: en el nuevo anticapitalismo que hoy sube —cuya última expresión a la luz ha sido la acción masiva, este pasado otoño, de los casseurs en Francia (el editorial del primer número de Anticapitalismo rojo ya se ocupó, con acierto, de explicar los logros de este movimiento)— no ha lugar, desde luego, a organización sectorial o parcial, como han sido y son, por ejemplo, los sindicatos, sino que, en tanto que sus componentes se encuentran en una zona determinada y se organizan directamente para la acción contra el capitalismo y su Estado, sus vínculos sólo pueden que tender a ser, por encima de las separaciones que han dividido tradicionalmente a la clase obrera, de índole territorial.
La organización clasista (es decir, como parte del conjunto del proletariado) de los trabajadores inmigrantes puede y debe constituir, en este sentido, la excepción que confirma la regla. No en vano, dado que, por lo general, están destinados por el capitalismo a ocupar los puestos de trabajo más descualificados y explotados, más precarios (incluso, en numerosas ocasiones, fuera de la legalidad), los trabajadores inmigrantes tampoco tienen, al igual que la juventud proletaria, considerada en tanto que totalidad, acceso a los grandes sindicatos, reformistas, los cuales, además, llevados de su defensa del Estado capitalista al que sirven, no pueden ni quieren asumir, siquiera con una mínima consecuencia, los intereses más básicos de los proletarios extranjeros, cuales son la igualdad de salarios y condiciones laborales con los trabajadores autóctonos y la obtención, sin trabas, de cuantos papeles sean necesarios para legalizar su situación. Por ende, aunque el anticapitalismo y, en concreto, el actual anticapitalismo rojo, que se enfrentó tras las banderas de dicho color al Estado burgués, en la primavera de 2006, en las calles de París, vea con una simpatía innegable a su hermano, el joven o trabajador inmigrante (prueba inequívoca de ello ha sido, recientemente, el choque masivo entre casseurs y policías en el metro de París, desatado precisamente por la defensa de un joven africano) aún dista de haber —dadas las diferencias culturales— una fusión operativa y total entre ambos sectores.
Todo ello, como asimismo el crecimiento imparable de la inmigración, que, por ejemplo, en España, ya representa, a día de la fecha, el 10,5 % (casi dos millones) del total de afiliados a la Seguridad Social —además de otros 2,1 millones no registrados en ésta— (del informe de abril de 2007, publicado por el gabinete de estudios de CC OO), habla en favor de la posibilidad y necesidad de organizar una asociación de trabajadores inmigrantes; ahora bien, llegados a este punto, me parece absolutamente crucial —puesto que de lo que se trata no es de organizar otra asociación ciudadana reformista más al estilo de las ya conocidas, sino de hacer realidad la organización, como clase proletaria, de los trabajadores inmigrantes— desarrollar un verdadero debate en torno a la citada Carta abierta de Jalefa, por cuanto, en mi opinión, ésta contiene los puntos distintivos de la asociación que vale la pena crear.
Entiendo que, en su documento, Jalefa divisa una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes conformada, a diferencia, seguramente, de todas y cada una las asociaciones de inmigrantes conocidas, como:
→ una organización independiente del Estado burgués, cuyo fin no sería, en modo alguno, organizar, en sí, a todos los inmigrantes (también los hay que son empresarios, grandes o pequeños, o pequeñoburgueses, dueños de negocios), sino, en concreto, a los que, para subsistir, dependen de vender su fuerza de trabajo al capital, esto es, a los proletarios extranjeros;
→ una organización que, bien que defendería incondicionalmente, por todos los medios a su alcance, los intereses más inmediatos de los trabajadores inmigrantes (igualdad de salarios y condiciones de trabajo con los autóctonos, legalización de su situación…); no pretendería hacerlo a través de la conciliación con la clase capitalista y su Estado sino bajo la bandera desplegada de la necesidad, para resolver los problemas de los proletarios inmigrantes y del resto de la clase explotada, de desarrollar, hasta las últimas consecuencias, la lucha entre las clases sociales, hasta llegar a acabar con el capitalismo, empezando por destruir y no reformar el Estado que, con un régimen u otro —incluido el de la democracia burguesa— vela, mediante la represión de todo tipo, por el dominio de los poderosos, y
→ una asociación que, como resultado de lo anterior —lejos de identificarse, en exclusiva, con los trabajadores inmigrantes procedentes de una nación determinada y consciente, por el contrario, de formar parte de una clase explotada mundial, el proletariado, que, en realidad, no tiene patria y está llamado, para emanciparse, a romper todas las divisiones que le separan— nacería con la vocación declarada y actuaría en permanencia para devenir una verdadera asociación internacional capaz de acoger, en su seno, en régimen de absoluta igualdad, a proletarios inmigrantes de todas las nacionalidades y, asimismo, de todas las creencias políticas y religiosas, y también, por supuesto, de no importa qué sexo.
Hasta aquí, a mi entender, lo que dice la carta de Jalefa. Por lo que hace a la posterior e interesante aportación de M. H. su principal valor, en mi opinión, es la necesidad, que hace patente, de clarificar y hacer plenamente inteligibles, sin equívoco de ninguna clase, a todos los proletarios que pudieran embarcarse en el ambicioso y arriesgado proyecto, los contenidos, arriba resumidos, de la asociación que se pretende crear. Es normal, desde luego, que compañeros fuertemente ideologizados en favor de la clase obrera y la revolución se sientan impulsados a secundar iniciativas abiertamente clasistas como la de Jalefa y a tratar de resolver, cuanto antes, el problema de la forma organizativa que debería adoptar una asociación de ese tipo. Pero todas las experiencias anteriores —históricas y recientes— en la formación de no importa qué organización proletaria demuestran, para el caso, que, en esta primera fase de toma de contacto entre los compañeros que podrían llegar a preparar dicha asociación, la cuestión clave es no dejarse ganar por la impaciencia, o lo que es lo mismo, no empezar a construir la casa por el tejado, sino asentándola en sólidos cimientos. Y estos cimientos, para lo que nos ocupa, no pueden ser otros, que una verdadera comprensión, por parte de todos los que se comprometan en hacer realidad el proyecto planteado por Jalefa, de la naturaleza de la asociación que se promueve y de las inevitables consecuencias que comportará, en el terreno político de la lucha de clases, plasmar en una realidad la iniciativa.
Para entendernos, ¿de veras se está dispuesto a hacer lo necesario para poner en pie una asociación que, en sus estatutos, defina, sin subterfugios, que su fin, en el cuadro general de la lucha del proletariado por su emancipación, es acabar con el capitalismo bajo cualquiera de sus formas?…, ¿de veras es tan evidente que, aunque la Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes pueda y deba defender, sin reserva alguna, las reivindicaciones inmediatas de sus miembros, lo hará no buscando la conciliación entre las clases, sino, por el contrario, fomentando la lucha entre ellas?…, ¿de veras está tan claro que aunque esa asociación pueda y deba solicitar subsidios y locales al Estado y sus diferentes organismos (como los ayuntamientos), no podrá depender jamás de ellos, ni de su legalidad, ni en su acción ni en sus medios materiales de existencia, puesto que precisamente su línea de actuación se dirige a la destrucción, y no a la reforma, del Estado burgués como primer paso insoslayable de la liquidación de la sociedad burguesa en su totalidad?…, y, sobre todo, ¿de veras se asume que en cuanto una asociación clasista, proletaria, como la diseñada, se ponga verdaderamente en marcha va a atraerse, por juicioso, reflexivo y fundado que sea su proceder, no sólo la represión oficial de dicho Estado, sino las iras, el sabotaje y las provocaciones de todas las fuerzas reformistas que sostienen a éste, tanto de los partidos y sindicatos autóctonos que ejercen de lugartenientes de izquierda y extrema izquierda del Estado capitalista español, como de las mismas organizaciones reformistas que, hasta ahora, se han cuidado de encerrar, sin oposición consecuente alguna, a los trabajadores inmigrantes, en el cuadro sin salida de la reivindicación de sus derechos como ciudadanos de la sociedad burguesa?…
Puesto que no me cabe duda de que esto es lo que ocurriría en cuanto una asociación proletaria, como la proyectada, se pusiera a caminar —recuérdese, por ejemplo, sin necesidad de ir más lejos, lo sucedido a la vuelta de la esquina, hace tan sólo unos pocos años, con el Movimiento Anticapitalista Revolucionario (MAR), cuya rica experiencia de lucha contra el capitalismo y sus Estados, y, en particular, contra el reformismo que los defiende, los compañeros que forman Anticapitalismo rojo ponen gustosamente a disposición, con toda seguridad, de cuanto proletario o/y revolucionario quiera conocerla—, me siento con el deber revolucionario de advertírselo a Jalefa, a M. H. y a cuanto otro compañero pueda implicarse en el proyecto.
¿Cuál sería, entonces, la manera verdaderamente fructífera de trabajar por dicha Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes?…
La respuesta a esta pregunta hoy fundamental se desprende dialécticamente del carácter de masas de ésta. La Asociación no puede ni debe intentar ser ningún organismo reducido, de vanguardia. Por el contrario, su existencia únicamente está justificada en tanto que organización incondicionalmente abierta a todo auténtico proletario inmigrante, por incipiente, poco determinado o confuso que pueda ser su nivel político. Y, asimismo, debe ser la asamblea soberana de todos sus integrantes —de todos sin excepción—, la que, con la máxima participación posible, rija la Asociación. Pero esto en nada quita que la Asociación sólo puede llegar a ser un hecho y, una vez constituida, resistir los embates de la lucha de clases, mediante el trabajo cohesionado por ella y, acto seguido, en su seno, de una vanguardia, de un núcleo de compañeros que tengan muy claro qué es la Asociación y a dónde, y por qué medios, está llamada a dirigirse. Nada sería, en este sentido, más preocupante que, poniendo la carreta delante de los bueyes, lanzarse, prisioneros de prisas e ilusiones injustificadas, a lo que sería la aventura irresponsable de dar realidad pública, de alguna manera, a la Asociación sin antes haber reunido y homogeneizado ese núcleo de vanguardia. En suma, para que la Asociación, un día, vea, con éxito, la luz y pueda trabajar efectivamente por la causa liberadora de los trabajadores inmigrantes y del conjunto de la clase explotada, ese núcleo debe ser formado, forjado, tenaz y pacientemente, antes. Antes de lanzarse a la lucha abierta, creando la Asociación; antes de tomar la responsabilidad de llamar a los proletarios inmigrantes, en general, a incorporarse a ella, el núcleo fundador ha de tener muy claro el tipo exacto de organización que pretende constituir y las consecuencias políticas que necesariamente se derivarán de ese combate. La Carta abierta de Jalefa tiene la virtud de proporcionar, en este sentido, los puntos básicos de referencia. Por ello mismo, todo empieza, con toda seguridad, leyéndola atentamente, debatiéndola y evaluándola colectivamente, en petit comité, entre los compañeros que realmente quieran hacer realidad una Asociación Internacional de los Trabajadores Inmigrantes.
I. Rodas 13 de abril de 2007