martes, 5 de febrero de 2008

ANTICAPITALISMO ROJO Nº 24

Memoria de las finanzas mundiales: El primer coche-bomba de la historia estalló, frenta a las puertas de Wall Street, un 16 de septiembre
de 1920

S U M A R I O 1 de febrero de 2008

Editorial
LA CRISIS QUE LLEGA

Literatura roja
Anti-Negri. Libro Segundo. Crítica de la política crítica
O REFORMAR EL ESTADO BURGUÉS O DESTRUIRLO

BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (1918-1923) (V)
La guerra civil de 1919 (II)

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Editorial
LA CRISIS QUE LLEGA


Oyendo los debates en Davos te dan ganas de buscar un edificio para tirarte desde lo alto. (John Snow, ex secretario del Tesoro de EE UU, 26.01.2008)

No hay duda de que la crisis financiera que vivimos está llenando de inquietud a las cabezas pensantes de la burguesía. La voces de George Soros y otros destacados portavoces del capitalismo, en ese selecto encuentro de señeros representantes de las clases dominantes del conjunto del planeta que es el Foro Económico Mundial de Davos (WEF), alertando de que el sistema no se halla a las puertas de una nueva recesión corriente, sino de «la crisis económica más importante en los últimos 60 años», que «cambiará el mundo de manera profunda y permanente» (El País, 27.01.2008, p. 5), han resonado con fuerza entre la multitud de líderes empresariales, políticos, premios Nobel de Economía, prestigiosos analistas y demás fuerzas vivas de la clase explotadora reunidas en el Foro.Como es sabido, en el plano inmediato, el crash bursátil del pasado 21 de enero ─lunes negro que vio caer a las Bolsas con gran estrépito en porcentajes sólo conocidos por la generación anterior (desplome del también lunes negro, 19 de octubre de 1987, en el que Wall Street cayó un 22,6 % anticipando la desaceleración económica que culminaría en la crisis de 1991, la cual, certificando el agotamiento definitivo del taylorismo, despejó el terreno al primer empuje de la actual revolución productiva telemática)─ ha tenido como desencadenante la rebaja de solvencia, por parte de la agencia de calificación del riesgo Fitch, hecha pública 48 horas antes, a Ambac Assurance, una de las principales compañías aseguradoras de bonos de EE UU, conocidas como monolines.

Cabe conceder que las monolines son, ciertamente, una pieza básica en el circuito financiero vigente por cuanto se encargan de asegurar el riesgo de los bancos que invierten en los bonos emitidos por las empresas para financiarse. La pérdida de su solidez económica comportaría, efectivamente, un nuevo paso cualitativo en el desarrollo de la crisis financiera que tiene lugar ante nuestros ojos en la medida en que supondría su extensión, desde el ámbito de los grandes bancos americanos (Citigroup, Merrill Lynch, JP Morgan, Bank of America…), en el que hoy despliega ya sus poderes, al de las aseguradoras de bonos que guardan las espaldas de éstos. Y, tal y como reconocen, al respecto, todos los observadores, desde el mismo momento en que la crisis de solvencia comprometiera a una de dichas aseguradoras, la pregunta abiertamente planteada ─puesto que la especificidad financiera de nuestros días ha consistido precisamente, entre otros aspectos, «en parcelar, repartir y transformar el riesgo de modo sistemático» creando, a tal objeto, «productos financieros que se empaquetan hasta siete u ocho veces, y a continuación se titulizan»─ sería «cuánto tiempo tardará en aparecer un hedge fund (fondo de alto riesgo) contaminado también por el mismo problema» (ib., p. 24), tesitura que colocaría, en suma, a la circulación de capitales de nuestros días al borde del colapso.Con todo, las crisis financieras no le son precisamente desconocidas al capitalismo de la revolución productiva contemporánea…

Recordemos que al ya citado crash bursátil de 1987, que anunció la crisis productiva de 1991 y la consiguiente irrupción, en la economía, de las nuevas tecnologías telecomunicativas, le sucedió, en 1992, el debilitamiento y posterior estallido del Sistema Monetario Europeo y, en 1994, la quiebra de México, país emergente que cumplía los dictados norteamericanos ortodoxos del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyo efecto tequila contagió a numerosos mercados de la periferia del capitalismo. Precisamente en dichos países emergentes, pero esta vez en Asia, se desencadenó, de nuevo, en 1997, a partir de Tailandia, tras una serie de devaluaciones en cadena, un nuevo episodio de crisis financiera, mientras que 1998 deparó la suspensión de pagos de Rusia y la nueva crisis de América Latina, protagonizada por Argentina y Brasil, que se extendió hasta el año siguiente. Por su parte, el 2000 legó el estallido de la burbuja de Internet, con la desaparición de nueve de cada diez empresas puntocom, y el 2001, el caso Enron y la multiplicación de los escándalos empresariales en EE UU, con la implicación directa, en ellos, de las compañías auditoras y los bancos de negocios. Ahora, en julio de 2007, ha sido la crisis, en EE UU, de las hipotecas de alto riesgo, subprime, que se halla en la base del desplome bursátil de enero de este año.

Es cierto que basta con referir estos hechos para advertir que la economía capitalista se encuentra inmersa en un proceso ─in crescendo, en cuando a extensión y profundidad de alcance en el centro mismo del sistema─ de acumulación de crisis financieras. ¿Pero realmente es esto lo que causa, más allá de las opiniones vertidas por los Soros y compañía, la visible angustia que atenaza, en la actualidad, a los diferentes agentes económicos y que se ha expresado fielmente en el reciente y unísono crash de las Bolsas de todo el planeta?...Al fin y al cabo, la experiencia, sin necesidad de remontarse más atrás, de esas últimas crisis financieras citadas, ¿no demuestra sobradamente que los actuales bancos centrales saben capear este tipo de vendavales? En efecto, para ello, no ha sido preciso más, hasta la fecha, que aplicar el manual, pues, en definitiva, las burbujas inmobiliarias ascendentes, seguidas de las descendentes, con las consiguientes consecuencias de dicha caída en el mercado de capitales, son una historia muy, pero que muy vieja, en los libros de texto sobre economía y han hallado siempre remedio, en tanto que crisis de liquidez, en la norma fijada por el economista vulgar inglés de la segunda mitad del siglo XIX Walter Bagehot, consistente en tranquilizar a los mercados mediante el préstamo a las instituciones en apuros (pero que pueden ofrecer garantías razonables), por parte de los bancos centrales, con un tipo de recargo, de los fondos que éstas necesitan para salvar el accidente.

En cuanto todos llegan al convencimiento de que, por muy atemorizados que se hallen los demás, dichas entidades no tendrán que malvender activos ilíquidos, el pánico decrece, sentenció, hace ya más de un siglo, Bagehot y han podido comprobar hoy que es así los dirigentes de la actual economía capitalista.¿Y qué ocurre, sin embargo ─cabe preguntarse en buena lid─ si el problema no es la iliquidez, sino la insolvencia; esto es, si los bancos y las instituciones puestos contra las cuerdas por la crisis financiera no sólo no disponen puntualmente de los capitales necesarios para hacer frente a sus pagos, sino que, además, han perdido por el camino las garantías tangibles de que podrán afrontarlos en el futuro?... Por supuesto, en este caso, aplicar la regla de Bagehot constituiría un craso error. Pero donde no alcanza Bagehot sí que llega el Estado capitalista y bastará con que éste baje substancialmente los tipos de interés y reduzca los impuestos para, por medio de la reactivación del consumo, si no evitar la quiebra de todos los afectados, sí la del sistema en tanto que totalidad.Pues bien, el caso es que, ante la presente crisis de las finanzas, ambos remedios han sido ya aplicados rápidamente.

De un lado, los principales bancos centrales del mundo despidieron 2007 habiendo inundado de miles de millones de dólares y euros los mercados, al objeto de asegurar ellos mismos, por vía directa, a las entidades de crédito, la liquidez solicitada, con el fin de que no se estrangulen los mecanismos de transmisión financiera en estos momentos en que los bancos rehúsan prestarse efectivo entre ellos ante el desconocimiento de en qué medida están afectados sus competidores por las hipotecas subprime. No sólo eso, el pasado 7 de enero, los bancos centrales del G-10, que agrupa a los países más industrializados del mundo, anunciaban, de forma solemne, que «actuarán conjuntamente, de nuevo, si fuera necesario», «para inyectar más liquidez» (ib., 08.01.2008, p. 22). El mismísimo paradigma actual de la prudencia monetaria, Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE) y, a la sazón, portavoz del G-10, se mostró, a la salida de la reunión, «muy satisfecho con esta acción coordinada y dijo que [los diferentes Estados] continúan coordinados por si hiciera falta una nueva intervención», tras reconocer que el BCE inyectó, el 19 de diciembre pasado, 350.000 millones de euros «para reducir las tensiones de liquidez» (ib.).Claro está que, en EE UU, epicentro del terremoto financiero, la operación de salvamento oficial de la economía ─lanzada por la burguesía a través de su Estado─ ha ido mucho más lejos. Tan sólo dos días después del crash, el pasado 23 de enero, las autoridades reguladoras del sector del seguro del Estado de Nueva York anunciaban una negociación con la banca de un plan de apoyo financiero a las aseguradoras de riesgo (ib., 27.01.2008, p. 24).

Era tanto como asegurar que el Estado capitalista no dejaría caer en la quiebra a ninguna entidad importante del sector de seguros. Se repetía, así, la misma historia que, en 1998, con ocasión de la posibilidad inminente de bancarrota destapada en un fondo de alto riesgo, el Long Term Capital Management (LTCM). La Reserva Federal ─haciendo a un lado su ideología liberal, sus principios de no intervención y su filosofía de que cada palo aguante su vela─ lideró, entonces, un paquete de ayudas al fondo en el que participaron los más importantes bancos de inversión de EE UU. Otra vez, ahora, el Estado burgués ha dejado explícito que, ante una crisis de las actuales dimensiones, con capacidad para acabar colapsando la circulación global de capitales, no ha lugar, por parte de los gestores del capitalismo, a ningún tipo de laissez faire; lo estatal, por el contrario, cubre los agujeros financieros de lo privado. Pero un día antes, el 22 de enero, al día siguiente mismo del crash bursátil, la Reserva Federal estadounidense había dado otro paso cualitativo en dicha operación de salvamento, asumiendo, en los hechos, que más allá de una crisis de liquidez, la desencadenada es una crisis de solvencia. Así, procedió, como es conocido, en el cuadro de una reunión extraordinaria, a una bajada de los tipos de interés en un 0,75 % ─la mayor en 15 años─, reducción superior a la registrada incluso con motivo de acontecimientos tan fuera de lo común como fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE UU, que, unida a las de los últimos cuatro meses, y a la adoptada, ¡a la semana siguiente!, de 0,5 %, supone un descenso de las tasas de interés, durante el último cuatrimestre, ¡de 2,25 puntos¡ Todo ello tiene lugar mientras Bush ha anunciado ya, en el Congreso, una nueva y multimillonaria reducción de impuestos (que, con la aprobación conjunta de los partidos republicano y demócrata, y el visto bueno del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, el cual ha urgido a su inmediata implementación, comprende, además de substanciosas deducciones fiscales a las empresas, devoluciones de impuestos de entre 300 y 1.200 dólares por ciudadano que incluirán, incluso, a los asalariados con rentas bajas, no obligados a declarar a Hacienda (ib., 25.01.2008, p. 21).

Después de que los gestores máximos del capital mundial hayan llevado a la práctica, con tamaña celeridad, el recetario, actualizado, de tratamiento de las crisis financieras, cuales aplicados alumnos de Charles Kindleberger ─destacado arquitecto del Plan Marshall que no tuvo reparos, en su brutal ignorancia científica, en atribuir la causa final del hecho objetivo constituido por las crisis a la subjetiva «especulación» de los agentes económicos (cf. la obra de Kindleberger, Manias, Panics and Crashes (Manías, pánico y crisis), publicada en 1978 y reeditada en 2000, con motivo de la quiebra de la mayoría de las empresas, entonces existentes, nacidas al calor de Internet)─, hubiera sido de esperar que las aguas retornasen al cauce y que tanto los mercados como las entidades participantes en ellos recobraran la confianza, perdida, en el futuro de la economía mundial.Sin embargo ─a la vista está─ nada más lejos de la realidad. En la misma jornada ─el pasado 30 de enero─ en que la Reserva Federal estadounidense no sólo volvía a bajar, en una importante cuantía, los tipos de interés, sino que, además, insistía en que «los riesgos para el crecimiento siguen jugando a la baja», dejando, con ello, claramente, tal como han entendido todos los analistas, «la puerta abierta a efectuar nuevos recortes de tipos si la situación se deteriora aún más» (ib., 31.01.2008, p. 26), Wall Street cerraba en rojo, con los ojos puestos, incluso más allá de las nuevas malas noticias que llegaban acerca de la situación de las aseguradoras de bonos y de las pérdidas multimillonarias (hasta 47.000 millones de euros) que éstas pueden causar en los grandes bancos, en el transcrecimiento del proceso en curso en una crisis productiva sin salida a la vista.No son, desde luego, ensoñaciones.

El reconocido banco de inversión norteamericano Goldman Sachs prevé ya públicamente una «recesión» en EE UU mientras que el fabricante de maquinaria industrial Caterpillar, cuyos resultados han sido tradicionalmente considerados como un termómetro fiel de la temperatura económica del conjunto de EE UU, acaba de anunciar un «crecimiento anémico» de sus ventas, a la vez que ha advertido de que hay una «clara amenaza» de estancamiento en la actividad (El País Negocios, 27.01.2008, p. 18). Los datos concuerdan plenamente con la extensión del paro (el Departamento de Trabajo de EE UU ha informado de que, en noviembre de 2007, 2,73 millones de personas recibieron el seguro de desempleo de cuatro semanas ─el nivel más alto desde noviembre de 2005─ y, en diciembre, el desempleo ascendió al 5 % de la población activa), hasta el punto de que empiezan a ser legión los economistas que «consideran que la recesión ya ha comenzado y apoyan su tesis en los datos más recientes» (ib.). No en vano, el índice ISM, que sirve para medir la actividad en el sector manufacturero de EE UU, ha descendido por debajo del nivel 50 % ─lo cual siempre ha sido tomado como aviso de crisis productiva y económica, en general─ y, según la Reserva Federal de Filadelfia, 23 de los 50 Estados de EE UU tuvieron un «crecimiento negativo» en el pasado mes de diciembre (ib.). Por lo que respecta al mercado inmobiliario, la crisis es ya una plena e indiscutible realidad.

En 2007 se vendieron 774.000 viviendas unifamiliares nuevas, lo que supone un 26,4 % menos que el año anterior o, lo que es lo mismo, en tasa anualizada (extrapolando el comportamiento de un mes a todo un año), la corrección, respecto a diciembre de 2006, fue de nada menos que del 41 % (El País, 29.01.2008, p. 20). Así, el nivel de ventas de viviendas en 2007 fue el más bajo en los últimos 12 años, siendo el precio medio de las viviendas vendidas en diciembre (267.300 dólares) un 11,4 % inferior al del mismo mes de 2006, la mayor caída en 37 años (ib.).Otro indicativo inequívoco de la crisis productiva que llama a las puertas es el descenso, a mínimos de seis semanas ─el nivel más bajo desde el 6 de diciembre de 2007─, de las cotizaciones del petróleo, hasta 88,18 dólares por barril, en el mercado de Nueva York y, más en general, del precio de las materias primas, tras las ventas masivas que están llevando a cabo los fondos especulativos de sus posiciones en estos activos (Síntesis Informativa vespertina, 22.01.2008, p. 4). Este desplome implicita el convencimiento de los mercados de que las denominadas «economías emergentes» ─ante todo, China e India─, dado su carácter marcadamente exportador, no podrán mantener el paso de su crecimiento (¡y ni mucho menos tomar el relevo de la economía estadounidense en el impulso de la economía mundial!) ante la extensión, que parece cantada, de la crisis financiera de EE UU a la esfera productiva. La prueba del nueve de la inminencia del reconocimiento de dicha crisis de producción es, finalmente, el trasvase de dichos fondos de capital especulativo, del mercado de las materias primas, en el que habían medrado hasta hoy, al del oro, aupado, en su calidad de refugio de las crisis, a un nuevo récord, al rebasar, por primera vez en toda su historia, los 890 dólares en el mercado londinense y con previsión, según Merrill Lynch Banca Privada, de situarse en 1.000 dólares antes del verano, esto es, un 12 % por encima de su precio actual ((ib., p. 10.01.2008, p. 27).El mar de confusión en el que, con todo, se debaten los más insignes economistas burgueses, reconociendo públicamente su incapacidad para prever, con fundamento, el curso de los acontecimientos ─«Mi última frase acaba, como debe ser, con un interrogante.

El tiempo dirá», ha llegado a escribir, por toda conclusión ante los hechos, Paul Samuelson, en un significativo artículo titulado «¿Fragilidad financiera?» (Tribune Media Services, enero de 2007)─, contrasta con la claridad con la que la dinámica de éstos puede ser aprehendida a la luz de los análisis de Marx en cuanto a la substancia de las crisis capitalistas.Hay que partir, en primer lugar, para ello, de tener en cuenta que toda nueva revolución productiva comporta la disminución del valor contenido en cada mercancía (desvalorización), dada la utilización menor de fuerza de trabajo que conlleva su producción con la ayuda de las nuevas tecnologías. Poner hoy siquiera, con un mínimo de seriedad, en cuestión esta afirmación esencial de El Capital de Marx ─en el cuadro en que vivimos de la actual revolución telemática, que suprime masivamente, como nunca, la fuerza de trabajo e intensifica, sin precedentes, su explotación─ no se halla al alcance ni del más acérrimo enemigo del comunismo.

Basta con recurrir a cualquier comparativa de la evolución de los precios de los productos telemáticos más en vanguardia para certificar hasta qué punto decir, en nuestros días, desarrollo de la nueva revolución tecnológica es tanto como decir descenso, irrefrenable en tendencia, de los precios de sus mercancías más representativas.¿Y cómo ha superado históricamente el capitalismo estos trances de aguda desvalorización?...No cabe duda al respecto. Los hechos son concluyentes: mediante un acrecentamiento, en términos absolutos, de la producción, destinado a compensar la baja del beneficio unitario obtenido a través de la venta de cada una de las mercancías.¿Pero cuáles son, entonces, las consecuencias inevitables de esta producción, siempre a mayor escala, a la que conduce indefectiblemente, bajo el látigo de la competencia, la desvalorización del capital acelerada cualitativamente por la implementación industrial de la nueva revolución tecnológica en escena?...Claro está que un aumento exponencial de la magnitud de capitales empleados en la renovación, cada vez más incesante, de los nuevos medios de producción y, en consonancia con ello, una sobreproducción récord de mercancías y, más en general, de capitales que, en tanto que, a partir de un momento dado, ya no pueden ser consumidos ni invertidos, a causa de la saturación del mercado, no encuentran acomodo ni en la producción ni en la apuesta especulativa sobre la marcha de ésta a la que, en último análisis, se remite toda inversión financiera.Hasta aquí la ciencia de Marx, la comprensión comunista científica, necrológica, de la naturaleza catastrófica de un sistema obligado impenitentemente, por el carácter intrínseco e irrenunciable de la fuerza que lo mueve ─la reproducción más y más ampliada de capitales, su valorización, con prescindencia, incluso, de los límites sociales imperantes─, a sobreproducir, en cantidades siempre mayores, mercancías que, por el contrario, contienen, en términos unitarios, magnitudes de valor cada vez más reducidas. Hagamos, ahora, nuestro propio trabajo tratando de explicar, de acuerdo con tales presupuestos de la teoría marxista, el curso vigente de las cosas…

Comprenderemos entonces, con facilidad, que el gigantesco apalancamiento financiero que constituye la razón inmediata del desencadenamiento de la presente crisis ─«no 2 a 1 ni 5 a 1, sino quizá 25 a 1» (Paul Samuelson, art. cit.)─, lejos de obedecer a irracionalidad alguna, se inserta en la necesidad imprescriptible de la economía capitalista contemporánea y, muy en particular, de la vanguardia de la nueva revolución productiva, sita en EE UU, de reunir las ingentes masas de capitales exigidas para el despliegue del nuevo tejido industrial correspondiente a la tecnología telemática. Tanto esto es así, hasta tal punto el gigantesco endeudamiento alcanzado ha devenido imprescindible para la economía capitalista contemporánea que ─nótese─, incluso cuando la crisis financiera ha estallado, incluso cuando ni tan sólo «Alwyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, ni Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, pueden hacer hoy cálculos precisos de cuánta quiebra está ya presdestinada» (ib.), la política adoptada por la burguesía (mediante las inyecciones de liquidez y el apoyo comprometido a las entidades en apuros, la reducción de los tipos de interés, y la disminución y devolución de impuestos) puede resumirse en la máxima “más, mucho más, de lo mismo”. Tal apalancamiento financiero récord de la vigente economía capitalista, que resultará cualitativamente agravado por las medidas de salvamento, en curso de aplicación, de la presente crisis dineraria, constituye el secreto a voces que ha permitido eludir la crisis productiva desde 1991.

Pero no caben ya nuevas apuestas sobre beneficios cuando se esfuma la perspectiva de éstos, a causa, a fin de cuentas, de la evidente imposibilidad, para la burguesía ─¡incluso la estadounidense!─, de hacer plena realidad, en las actuales coordenadas de relativa paz social entre las clases, las drásticas medidas de sobreexplotación, desempleo y desamparo generalizados del grueso de la población proletaria exigidas por el guión de aplicación de una revolución productiva que, por primera vez en toda la historia del capitalismo, destruye, en lugar de crear, trabajo asalariado. Hoy, 17 años después de la crisis que señaló el inicio de la presente revolución productiva, vence el pagaré emitido, desde entonces, por el capital, con la virulencia, profundidad y extensión que corresponden a la inmensa sobreproducción mientras tanto desarrollada, que sólo podrá ser barrida de escena, en definitiva, al precio de una nueva gran guerra imperialista entre las grandes potencias mundiales que destruya las fuerzas productivas excedentes y obsoletas que bloquean el despliegue, a escala de todo el planeta, de la nueva revolución industrial capitalista sobre la base de la instauración de una precariedad, un abandono y una ausencia de perspectiva social sin precedentes en el conjunto de la fuerza de trabajo de los países avanzados.La secuencia ineluctable del curso es: 1) de la crisis financiera, ya iniciada, a la crisis productiva, económica, propiamente dicha; 2) de la crisis económica a la guerra económica entre las grandes potencias, hoy ya latente, entre otros vectores, en la disparidad de políticas económicas aplicadas o prestas a serlo, de un lado en EE UU y, de otro, en Alemania y Japón; 3) de la guerra económica declarada entre los principales Estados capitalistas a la puesta de manifiesto, de forma pública y abierta, de los conflictos irreconciliables de intereses que los enfrentan en las guerras que asolan la periferia del capitalismo; 4) del enfrentamiento político-militar, entre las grandes potencias, en el entorno del centro capitalista, al estallido de la nueva gran guerra entre ellas, y 5) del desencadenamiento de la nueva guerra mundial imperialista a la irrupción y triunfo, por la vía del derrotismo revolucionario (el primer enemigo del proletariado está en su propio país, es su propio Estado capitalista, su propia burguesía), de la revolución comunista.Al igual que no está en manos de la clase dominante eludir este curso de los acontecimientos, tampoco depende de la clase explotada, del proletariado. Pero sí que es tarea de la vanguardia de éste prepararse para que, cuando, fruto de la barbarie insoportable del capitalismo, despunte la nueva revolución proletaria, las masas trabajadoras lo recorran de la forma más acorde con sus intereses.

En números anteriores de Anticapitalismo rojo…
LAS “TURBULENCIAS” DEL CAPITAL Y LA MISERIA QUE VIENE núm. 16 (15.09.2007)
EL CURSO DE LAS COSAS núm. 14 (15.07.2007)
LA CAÍDA DE LAS BOLSAS ANUNCIA EL CRASH QUE SE ACERCA núm. 7 (31.03.2007

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Literatura roja
Novedad
Anti-Negri. Libro Segundo. Crítica de la política crítica
0 REFORMAR EL ESTADO BURGUÉS O DESTRUIRLO
(Sinopsis del libro publicada por la Ediciones Curso, Barcelona, 2008)


La pregunta no es precisamente nimia en sus alcances: ¿ha lugar a una política revolucionaria en la avanzada sociedad actual?...Las posibilidades de responder teóricamente a la cuestión parecían, hasta ahora, limitarse, en lo esencial, a dos grandes alternativas. O bien, dejándose llevar por la corriente al uso, se negaba, con mayor o menor rotundidad, al menos en los países capitalistas desarrollados, todo margen contemporáneo a una acción revolucionaria, o bien, por el contrario, erigiéndose en guardián de la ortodoxia propagada en torno a la evocación mítica de las revoluciones proletarias de antaño, se optaba por repetir viejas letanías, dando la espalda al clamoroso mentís de éstas proporcionado, en los hechos, por la desintegración de la URSS del «socialismo real».Las obras del profesor Antonio Negri Imperio y Multitud ─publicadas en 2000 y 2004, por este orden─ constituyen, sin duda alguna (a través de la negación teórica de la contradicción entre lucha reformista y lucha revolucionaria, y del apoyo político a todo un amplio elenco de medidas de mejora humanitaria del sistema), la negación contemporánea más sutil y elaborada, aparecida hasta la fecha, de la viabilidad, en el mundo de hoy, de una política revolucionaria.

Por el contrario, el Anti-Negri, de Ignacio Rodas, y, en particular, éste su Libro Segundo suponen la afirmación viva de que dicha política revolucionaria es, en la actualidad, tan posible como necesaria en la medida en que no la fundamenta en el pasado ─aunque recoge fielmente, al margen de toda mitificación, las experiencias revolucionarias reales de éste─, sino, en primer lugar, en el desarrollo económico, imprescriptible, de la nueva revolución productiva, telemática, del capitalismo a la que asistimos y en el surgimiento y maduración, ante nuestros ojos, como fruto social, por excelencia, de esa dinámica material, del movimiento anticapitalista de nuestro tiempo, fenómeno que, pese a su flagrante irrupción en la escena de los países avanzados, restaba por explicar, en cuanto a su génesis, naturaleza y perspectivas específicas, en el ámbito del pensamiento conocido de hoy.

El punto clave de separación ─afirma Rodas en el Libro Segundo del Anti-Negri─ entre la política reformista y la revolucionaria no es otro que el sostén, en los hechos, por crítico o latente que sea, de la primera al Estado burgués, a diferencia del combate por destruir éste en el que se reconoce, más allá de cualquier táctica o circunstancia, la segunda.Subrayando esto, Rodas se sitúa, por supuesto, en la línea histórica ─de demolición del Estado capitalista, sea cual sea el régimen que éste revista, como condición sine qua non del desarrollo de toda auténtica revolución proletaria, comunista─ definida y adoptada, en su momento, por Marx, Engels y Lenin (baste recordar, a este propósito, la famosa obra El Estado y la revolución, escrita por el último de ellos, en las vísperas mismas de la toma del poder por los Soviets rusos). Pero, para profundo desconcierto de cuantos rechazan, de forma apriorística, por caduco, este planteamiento revolucionario, Rodas, lejos de abrazarlo doctrinariamente, concede protagonismo, sin reservas, en él, más allá de las maneras marxistas clásicas de su discurso, a la vida real de nuestros días y, en especial, a movimientos tan genuinamente expresivos del capitalismo vigente como el de los casseurs franceses, que, cuales Guadianas, aparecen y desaparecen, en la escena política, causando cada vez mayor inquietud, con su creciente determinación antisistema, entre las fuerzas afectas al orden establecido.Es más, la obra de Rodas nos sitúa con tal vehemencia ante la realidad de estos movimientos de masas característicos de la juventud proletaria producida, en nuestros días, por el capitalismo, que, a su lado, los etéreos desarrollos deparados por Antonio Negri y, más en general, por el conjunto de la intelligentsia burguesa en boga no pueden más que hacérsenos insoportablemente insípidos por académicos y librescos.

No en vano, mientras que, como decimos, los anticapitalistas de carne y hueso de hoy, como los casseurs, se mueven libremente en las páginas del Anti-Negri, el sujeto, por el contrario, de «la nueva ciencia de la democracia global» inventada por el profesor Negri no es otro que la fría e inasequible «multitud», inexistente, tal como reconoce su mismo Padre creador ─dada su condición intrínseca de «no lugar»─, en no importa qué espacio real del mundo vigente.Permítasenos añadir, para acabar, en atención a los posibles lectores, que si Friedrich Engels ─en su calidad de conocedor privilegiado de la gran obra de Marx─ aconsejó, en su tiempo, no empezar a leer El Capital por el capítulo primero, parece hoy de recibo, tras haber podido evaluar los dos volúmenes que componen, en su conjunto, el Anti-Negri, sugerir a quien se acerque a él iniciar el conocimiento de la totalidad de la obra precisamente a partir de la lectura de este Libro Segundo que acaba de ver la luz. Esto es así, porque este segundo tomo, en tanto que despliega sus contenidos en el terreno de lo político, nos permite ascender desde la situación concreta y la acción social viva concretas que están transcurriendo al alcance de nuestra vista, y desde el proceso de enfrentamiento histórico, irreconciliable, entre las clases, en las que las anteriores, hoy más que nunca, si cabe, se insertan, al plano de la aprehensión global, en el nivel más elevado de la teoría, de las concepciones del mundo ─diametralmente opuestas─ que informan respectivamente el pensamiento reformista y el revolucionario. Además, de esta manera, empezando el estudio del Anti-Negri por su Libro Segundo, se facilita la aproximación a la comprensión, más allá de su inevitable forma categórica, de la naturaleza no axiomática de los presupuestos científicos ─desarrollados en tanto que demoledora crítica revolucionaria de la filosofía y la economía críticas─ expuestos en el Libro Primero y su consecuente utilización como instrumentos privilegiados de la efectiva acción transformadora del mundo.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR:

Nacido en 1956 y activo en la política clandestina desde los 16 años, Ignacio Rodas –conocedor, en su juventud, de la represión y la cárcel franquistas–, tras crear, en 1991, el Círculo de Trabajo Comunista de Barcelona y realizar, a su cabeza, un sistemático trabajo de aprehensión contemporánea del marxismo, fundó, en 1994, el Núcleo Marxista Hilo Rojo, asentado en el «Programa del Partido Comunista para preparar el Partido Comunista de la próxima revolución», el cual, declarándose parte del Partido de Marx, Engels y Lenin, rechazaba, a la vez, tanto todo tipo de reformismo como cualquier desviación izquierdista, semianarquista, del comunismo científico.Más tarde, en el año 2000, hallaremos a Rodas, primero, impulsando la constitución del Movimiento Anticapitalista Revolucionario (MAR) y, acto seguido, participando en el intenso e intransigente combate de éste para separar irreconciliablemente, hasta las últimas consecuencias, las filas anticapitalistas que se enfrentan al Estado burgués de todos los partidos y fuerzas políticas que, bien que crítica y radicalmente, acaban sometiendo el movimiento a éste.Barrido de escena el anticapitalismo anticumbres ─negro, por su ideología anarquista─, después de su derrota, sin lucha, a manos de los aparatos de la izquierda y la extrema izquierda del capitalismo, primero en julio de 2001, en Génova, con ocasión del asesinato del anticapitalista Carlo Giuliani y, a continuación, frente a la ola pacifista desatada contra las consecuencias bélicas de los atentados antiimperialistas revolucionarios del 11 de septiembre de ese mismo año, Rodas y sus compañeros, una vez autodisueltos el Núcleo Marxista y el MAR, por exigencias objetivas de la situación, prosiguen, en la actualidad, su labor de vanguardia revolucionaria ─vale decir, de partido─ en torno al desarrollo de la literatura marxista contemporánea, de la que el segundo libro que ahora nos ocupa del Anti-Negri es su más reciente exponente, y de la publicación de Anticapitalismo rojo, periódico quincenal de los anticapitalistas comunistas en el que Rodas colabora asiduamente.Ignacio Rodas es autor, también, entre otras obras, de El siglo del comunismo, El movimiento anticapitalista y el Estado, La gran mentira. Respuesta al Libro Negro del Comunismo, La guerra de los Balcanes y nuestros propios criminales, y La enfermedad madura del izquierdismo, el oportunismo, y, asimismo, editor y coeditor de Anarquismo y comunismo, ayer y hoy, Los revolucionarios y la guerra de España. Textos de Bilan (1933-1938), Manifiesto del Partido Comunista y El Capital. Libro I. Sexto capítulo (inédito). Resultados del proceso de producción inmediato, de Karl Marx.

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Ignacio Rodas
ANTI-NEGRI
Libro PrimeroCrítica de la filosofía y la economía críticas
Libro SegundoCrítica de la política críticaPolítica reformista y política revolucionaria (o reformar el Estado burgués o destruir el Estado burgués) Para más información y pedidos:
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BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (V)
La guerra civil de 1919 (II)

Miremos ahora hacia Alemania Central, hacia el actual este del país germano que queda bajo Berlín, la otra importante región minera donde se desplegará, por entonces, la ofensiva contrarrevolucionaria, una vez que las cosas se hayan calmado en el Ruhr. Salvo en Dresde y Chemnitz, donde el SPD era clara y ampliamente mayoritario, el USPD detentaba la hegemonía en importantes puntos de la zona y, con el discurrir de los acontecimientos, ganaba fuerza en numerosas poblaciones. Allí donde dominaba, todos los resortes del poder local, incluidas las «Fuerzas de orden público», permanecían en manos de los Consejos Obreros, incluso después de la celebración de las elecciones generales. Esta situación, unida al creciente malestar obrero, derivado de la falta de víveres y las demandas laborales insatisfechas, obligaba al Estado burgués a actuar de urgencia, máxime cuando los Consejos de Thuringia, región donde se encontraba la Asamblea Nacional ─ésta se había instalado en Weimar para alejarse de la presión y amenaza de los trabajadores de Berlín─, no se habían disuelto tampoco tras su apertura, que había tenido lugar el 4 de febrero de 1919.

El Consejo de Soldados de Thuringia, aduciendo que las tropas bajo su control eran suficientemente competentes, se oponía de palabra a que una fuerza «externa», como los Freikorps, se hiciera cargo de la seguridad y protección de la Asamblea Nacional. Sin embargo, cuando llegó la hora de la verdad, el General Märcher, enviado por el Gobierno, no encontrará, en la práctica, ningún problema para disolver dicho consejo y crear un cinturón sanitario de 10 kilómetros, libre de soviets, a la redonda de Weimar. Con la misma tranquilidad continuará su camino hacia Gotha, donde ocupará los edificios públicos y disparará sobre los manifestantes que protestaban ante su avance. Los Freikorps tampoco iban a detenerse ahí…

Pero al igual que en el Ruhr, nada de esto escandalizará a los socialdemócratas independientes. Mientras Märcher disolvía los Consejos y marchaba sobre Gotha, en la otra punta de Alemania Central, el USPD mantenía entretenidos, en los hechos, a los mineros, creando consejos de fábricas y pozos ─dicha definición contrariaba ya, de partida, la naturaleza interprofesional de todo soviet proletario y no podía servir, en dicha situación, más que para aislar a los obreros de las minas del resto de asalariados─, presentados como «el primer paso hacia la socialización», enmarcada en una ronda negociadora con el Gobierno similar a la que acabamos de ver para el Ruhr. El 23 de febrero, después de que Märcher disuelva por la fuerza el gobierno de los Consejos de Gotha, una conferencia de los Consejos de obreros y soldados de Erfurt y Mersberg, con un 50% de delegados del USPD, un 25% del KPD y el cuarto restante del SPD ─como hemos visto anteriormente, estos porcentajes expresaban con claridad la radicalización y maduración, general, en el seno del proletariado, hacia la izquierda─, vota por la huelga general total que, de la noche al día, paraliza la región, llegando a cortar incluso el abastecimiento de energía de Berlín.

La Asamblea Nacional de Weimar queda igualmente aislada de los ministerios gubernamentales de la capital, de tal forma que, ante la imponente huelga, antes de lanzar a los Freikorps a un ataque frontal contra los Consejos, el Gobierno, en unas condiciones nada favorables para el rápido despliegue de aquéllos, estando los transportes ferroviarios completamente detenidos, preferirá ganar tiempo dando pábulo a las ideas y reivindicaciones que el USPD había colocado sobre la mesa…

Valiéndose de la diferente velocidad con que estaba madurando la conciencia de los distintos segmentos proletarios y jugando oportunistamente con las necesidades materiales de los mineros, el SPD se pone, manos a la obra, para dividir a los trabajadores. Lanza un folleto en donde se afirmará que «vamos a fundar los estatutos de la democracia industrial», «reconstruir [la economía] sobre la base de la democracia industrial de los consejos de fábrica», señalando que «la socialización está en marcha, en particular en las minas». Para mantener, como decimos, la división entre los proletarios; entre los que aún veían en el Gobierno una fuerza, pese a todas sus incoherencias, que trabajaba por el socialismo, y los que empezaban a vislumbrar, o habían concluido que eso no era así, dicho texto advertía, de forma similar a la propaganda que se había lanzado en enero, que todo el esfuerzo socializador estaba siendo comprometido por los «terroristas que han decidido asediar la Asamblea Nacional y que están dispuestos a sumergir al país en la anarquía política y económica»…

Noske, entre tanto, desplazará sus Freikorps de Gotha a Halle, localidad gobernada por un consejo obrero bajo influencia del USPD de izquierda, que contaba además con un “destacamento de seguridad” controlado por el KPD. En Halle se libraba, por añadidura, en plena huelga, una lucha contra la burguesía y la pequeña burguesía de la ciudad, las cuales, mediante su contrahuelga, se proponían desabastecer los barrios proletarios, a la que el consejo de obreros había respondido decretando la suspensión de la prensa capitalista. Estos hechos fueron los que impulsaron la entrada de los Freikorps en la ciudad el 1 de marzo. La dirección del consejo no opuso resistencia por estipular que la batalla estaba perdida de antemano ─lo cual era muy cierto, puesto que se había renunciado, al compás de los cánticos “socializadores”, a formar una milicia obrera que defendiera los soviets─, pero numerosos proletarios armados optaron por hacerles frente, en las calles de Halle, en una lucha a muerte en la que perecieron 27 obreros y 7 Freikorps.

El USPD, alarmado, conforme a su naturaleza centrista, en el momento en que la huelga, aquí también, empezaba a derivar en choque armado con el Estado burgués ─en Berlín se acababa de desatar otra imponente huelga general, en solidaridad con Alemania central, donde ya se pedía claramente la organización de una milicia obrera…─ daba marcha atrás para apaciguar el movimiento. Colabora en ello el propio Gobierno, que se presta a reconocer formalmente los “consejos de fábrica” en la Constitución (“consejos” que, aparte de ser sólo de fábrica, no implicaban más que la participación de delegados de los trabajadores en la toma de decisiones de la fábrica capitalista, a modo de un comité de empresa…) para que el USPD de la región, satisfecho con la concesión, desconvoque la huelga, llamando a la vuelta al trabajo el 6 de marzo. Los Freikorps podrán así salir fácilmente hacia Berlín en donde se estaban desarrollando acontecimientos mucho más graves, pues el 27 de febrero los trabajadores de diversas empresas públicas de Spandau habían llamado a una huelga en solidaridad con Alemania Central después de exigir una serie de reivindicaciones laborales propias. El proletariado sentía ya, de alguna manera, la amenaza que se avecinaba; por eso la burguesía debía impedir a toda costa que las muestras de solidaridad fueran más lejos… Al día siguiente, se reúne y reelige la Asamblea General de los Consejos de Berlín para tratar el asunto de la solidaridad con Alemania Central.

Ya los resultados de la reelección evidenciaban un desplazamiento hacia la izquierda con 205 delegados del USPD, 271 del SPD, 99 del KPD y 95 de los demócratas (partido pequeño burgués de izquierda que el SPD había conseguido introducir en el consejo) y su ejecutivo quedará compuesto, a su vez, por 7 miembros del SPD, 7 del USPD, 2 del KPD y un demócrata, lo que daba, por vez primera, la mayoría a “la izquierda” si USPD y KPD se ponían de acuerdo… El 4 de marzo se reúne de nuevo la Asamblea, en medio de un ambiente muy tenso, decretando la huelga general, en Berlín, con reivindicaciones tales como el reconocimiento de los consejos, la liberación de los presos políticos, la organización de una milicia obrera y la disolución de los Freikorps…

A muchos aquella resolución les parecía el no va más y es cierto que, de hecho, respondía a la inquietud de la masa obrera, pero, en ese momento, la huelga general, no hacía, en concreto, más que oficiar de pantalla de distracción para que los consejos no tomaran a su cargo la organización de tales medidas ─la creación de la milicia obrera era la más acuciante─, transformadas, todas ellas, además, en reivindicaciones a satisfacer por el Estado capitalista. En ese momento, alguien debería de haber preguntado al USPD cómo diablos se podía llegar a exigir el reconocimiento de los soviets alemanes y la organización de una milicia obrera al mismo Estado y al Gobierno que los estaba aplastando por la vía militar, pero el KPD, distaba mucho, de poder llegar a formular ese tipo de preguntas, de poder llamarse, a sí mismo, con un mínimo de rigor, vanguardia comunista y, en consecuencia, en lugar de proceder a una delimitación de ese tipo, con la socialdemocracia, en un momento tan trascendental, se limitó a secundar la huelga para posteriormente negarse a formar parte de su comité ejecutivo con la pueril excusa de que los socialdemócratas del SPD estaban presentes en él…

Cuando la huelga, que fue segundada, con todo, de forma aplastante en Berlín, paralizó completamente la capital, el KPD, siguió demostrando hasta donde llegaba su infantilismo “revolucionario”. Cayendo en el error opuesto al de enero ─cuando, a pesar de no compartir el aventurerismo a la Liebknecht, fue, sin embargo, muy tibio a la hora de prevenir a las masas contra el mismo─, tomaba ahora una actitud completamente pasiva ante la lucha armada que se avecinaba, ¡pero de la que nadie hablaba!, exhortando a los trabajadores a que permanecieran «tranquilamente en las fábricas» y a que, simplemente, se reagruparan en ellas…

En primer lugar, el Estado capitalista preparaba una provocación para deshacerse de la División de Marina y de la Guardia Republicana, pues ambos cuerpos, aunque el primero de ellos se había abstenido a la hora de defender a los espartaquistas, tras un momento de cavilaciones, en enero, y aunque el segundo los había combatido, bajo las órdenes y la influencia del SPD, en la creencia de que aquéllos “ponían en peligro la marcha pacífica hacia el socialismo”, debían su autoridad y existencia a la revolución iniciada en noviembre y no eran, por tanto, tropas dispuestas a aceptar una disolución de los consejos por la vía militar. Había que deshacerse, por consiguiente, de ellas antes de iniciar cualquier ataque contra los huelguistas y deponer los soviets. Y había que hacerlo con premura pues las noticias que llegaban de Spandau, donde había tenido lugar una escaramuza entre los Freikorps y los soldados que custodiaban un depósito de ametralladoras, o de Lüttwitz, localidad en la que se había producido una verdadera escabechina contra una multitud de manifestantes después de que alguien disparara, in situ, al comandante de los Freikoprs, no invitaban a la relajación de las fuerzas capitalistas…

En la noche del 3 al 4 de marzo ─Berlín estaba, como decimos, paralizado por la huelga─ se registran, por añadidura, diversos incidentes entre trabajadores y fuerzas de la policía, en la capital. El Gobierno de Prusia decreta el Estado de sitio para «proteger Berlín de las actividades terroristas de una minoría» y Noske comienza a introducir unidades de Freikorps en la ciudad, mientras se masca en el ambiente de las élites militares que el Estado necesita, como agua de mayo, de un suceso de envergadura que justifique su intervención armada…Éste se produce el 5 de marzo. Una multitud se congrega ante el cuartel general de la policía, en la Alexanderplatz, y, según narran las crónicas, diversos elementos comienzan a asaltar un depósito de municiones. Bien que muy posiblemente la mayoría pudieran ser proletarios y su acción tuviera como base la necesidad de armarse, lo más probable es que lo hicieran instigados por elementos provocadores ─en las noches anteriores éstos habían protagonizado simultáneamente sendos casos de pillaje, denunciados en tanto que provocaciones por los trabajadores revolucionarios─ como apuntan los hechos que se produjeron a continuación...

La División de Marina, tras ser requerida de urgencia para que arrestara a los asaltantes del depósito de armas, envía 800 hombres que detienen a 20 de ellos y disponen una guardia para controlar las municiones. Una vez restablecido el orden, en el momento en que una delegación de los marinos abandona la zona, el jefe de la misma cae herido de un disparo, que los marinos atribuyen a la policía y, en medio de la confusión, en un abrir y cerrar de ojos, los hombres de la División de Marina se ven envueltos en una refriega armada contra el cuartel de la policía. De inmediato, los tiroteos se extienden por toda la ciudad, tomando el carácter de una guerra abierta entre las clases. La mayoría de la División de Marina y una sección de la Guardia Republicana, a las que se les unen numerosos obreros, pertrechados con las armas que les distribuyen los marinos, se hacen fuertes en el barrio este de la ciudad, mientras los Freikorps de Noske, con el pistoletazo de salida dado, se despliegan rápidamente por los barrios del centro.

A todo ello, el KPD llama a los obreros a mantenerse pasivos. En lugar de advertir qué era lo que se ocultaba tras la provocación emprendida para desarmar a la División de Marina y la Guardia Republicana ─el paso necesario para disolver los Consejos─, la central eludirá, una vez más, la cuestión cardinal que había sido silenciada y que, ahora, de golpe, adquiría una trágica dimensión por su ausencia: la creación de una milicia proletaria que defendiera los soviets alemanes.Lejos de señalar el objetivo de la provocación en curso, el verdadero carácter de la lucha en las calles berlinesas, el KPD llama a los proletarios a disociarse completamente de los combates:
Luchamos por el socialismo y contra el capitalismo, mientras que sus jefes luchan por sus puestos militares contra los amos que los han dejado tirados. Es esto, y mucho más aun, lo que nos separa de ellos […]. Entre ellos y nosotros no hay ninguna solidaridad (Pierre Broué, Révolution en Allemagne, Paris 1971, p. 271)

Es cierto que, por mucho que la División de Marina pusiera apresuradamente sus fusiles y otros pertrechos a disposición de los proletarios, era ya demasiado tarde para dar un vuelco a la situación. Los Freikorps de Noske estaban perfectamente organizados, usarán artillería, granadas de mano, ametralladoras pesadas, lanzallamas, e incluso la aviación para bombardear los barrios obreros y someter toda resistencia, pero no era de esto de lo que hablaba el KPD, tema en el que, por cierto, tenía una innegable responsabilidad al haber dejado correr el tiempo. Su posición, sectaria, trataba de presentar demagógicamente la participación en la lucha defensiva contra los Freikorps, la última defensa desesperada del proletariado de los Consejos, como una supeditación política del mismo a la División de Marina o la Guardia Repúblicana, pero, lo más grave es que ocultaba, con ello, la escabechina de obreros que vendría acto seguido…

Entre tanto, los dirigentes sindicales ya estaban llamando al cese de la huelga con la excusa, muy parecida, de “evitar un baño de sangre” y el SPD abandonaba pura y llanamente sus puestos en la Asamblea de los Consejos para distribuir octavillas y carteles llamando a la vuelta al trabajo. Las tropas de Noske asegurarán los suministros a los barrios burgueses de la ciudad y el Comité de Huelga llamará a la vuelta al trabajo sin condiciones. El 9 de marzo cesan la huelga y los combates, aunque habría que decir, más exactamente, que cesa la resistencia proletaria, pues los Freikorps se van a emplear, a fondo, con una violencia inusitada ─la mayor vista hasta entonces en Berlín─ contra los obreros revolucionarios, en medio de un Estado de sitio que no se levantará hasta diciembre de 1919. Los muertos se cuentan entre 1.500 y 2.000, a los que hay que añadir 20.000 heridos y miles de prisioneros. Una treintena de miembros de la División de Marina que se habían mantenido fieles al Gobierno serán ejecutados, en una trampa, al ser llamados a cobrar sus sueldos…
A todo ello, la operación de limpieza de soviets no se acaba ahí. Los Freikorps tendrán que volver al Ruhr y a Alemania Central. Sus efectivos eran escasos en comparación con los recursos humanos de la clase obrera. El 4 de abril delegados de 211 pozos mineros llaman a la huelga conjunta con Alemania Central y la Alta Silesia, sin ninguna petición “socializadora”, pero con la reivindicación de la jornada de 6 horas y otras demandas de fondo. El Gobierno cortará el abastecimiento de víveres en dichas regiones y mandará, de nuevo, a las tropas a la zona. Se producirán distintos choques armados y ejecuciones. El 9 de abril se ataca a los trabajadores de Magdeburgo, el 11 a los de Braunschwieig, el 2 de mayo se depone la República Soviética de Baviera, el 10 los Freikorps se adentran en Leipzig, el 30 de junio entran en liza en Hamburgo, el 17 de agosto en Chemitz…

Por todos lados se producirán batallas sangrientas, con numerosos caídos en ambos bandos, escenas de audacia y toma del poder municipal, en algunos casos, por parte de los obreros armados, pero, a la larga, todos los consejos se depondrán, por doquier, usando la máxima represión armada. Ya cuando parece que la partida está ganada del lado del Estado capitalista, del 8 al 15 de abril, el Gobierno convoca un «Segundo Congreso Nacional de los Consejos Obreros», a modo de montaje ─burdo─, para hacer creer que se da un carpetazo “legal” a los soviets alemanes desde su misma base. Los 209 delegados de dicho congreso, no elegidos por ningún consejo local, en empresas, fábricas o cuarteles, sino por escrutinios en distritos electorales donde participaban todos aquellos ciudadanos que tuvieran unas ganancias inferiores a 10.000 marcos ─lo que, en dicha situación, incluía a extensas capas de la pequeña burguesía y del funcionariado─, asegurarán una mayoría de tres cuartos para el SPD.

El Congreso sancionará, así, la legitimidad de la Asamblea Nacional y de todos los resortes del poder burgués restablecido de tal forma que nunca más se volverá a saber de ningún Congreso de los Consejos. Éstos pasarán definitivamente a mejor vida el 23 de agosto de 1919, cuando Gustav Noske, sin despeinarse un pelo, mandará, desde el Ministerio del Interior, confiscar el Buró del Consejo de los Trabajadores y Soldados de Berlín. Pero la lucha de clases seguirá su curso imparable. Al calor de la actuación represiva del SPD y del empeoramiento galopante de las condiciones de vida, numerosos sectores del proletariado iniciaban, en aquel contexto, un proceso de maduración polític, que les llevará a romper, a la postre, con la socialdemocracia. Por eso, a principios de 1920, cuando la burguesía alemana pensaba que la tormenta revolucionaria había pasado, se llevaría una agria sorpresa al comprobar lo confundida que estaba…

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En anteriores números de Anticapitalismo rojo
BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA(1918-1923)
I. PRESUPUESTOS Y NECESIDAD DE UN BALANCE MARXISTAAnticapitalismo rojo núm. 18, 15.10.2007
II. LA REVOLUCIÓN DE NOVIEMBRE Y EL APLASTAMIENTO DE LA VANGUARDIA DEL PROLETARIADO ALEMÁNAnticapitalismo rojo núm. 19, 1.11.2007
III. AUGE Y DECLIVE DEL MOVIMIENTO: DE LA REPÚBLICA DE LOS CONSEJOS DE BAVIERA Y EL GOLPE DE KAPP A LA ACCIÓN DE MARZOAnticapitalismo rojo núm. 21, 1.12.2007IV. LA GUERRA CIVIL DE 1919 (I)Anticapitalismo rojo núm. 23, 15.01.2008