jueves, 18 de octubre de 2007

ANTICAPITALISMO ROJO Nº 18

"Yo también quemo la monarquía" reza uno de los numerosos carteles que han ardido ultimamente
en las calles de Barcelona y en otros lugares del Estado español.

S U M A R I O 15 Octubre 2007

Editorial
LA MONARQUÍA ESPAÑOLA, EN CUESTIÓN

Mesa redonda anticapitalista convocada por Anticapitalismo rojo
EL ACTUAL MOVIMIENTO CONTRA LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
Y EL ANTICAPITALISMO REVOLUCIONARIO

BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA (1918-1923)
(I)


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Editorial

LA MONARQUÍA ESPAÑOLA, EN CUESTIÓN

Las recientes movilizaciones, en particular en Catalunya, de rechazo de la monarquía anuncian un cambio cualitativo en la relación del régimen monárquico con las masas: por primera vez, desde la realización, con éxito, de la transición del franquismo a la democracia, la Corona —insustituible para unir a franquistas y demócratas en el propósito común de «mantener la paz y el orden» capitalistas— empieza a ser cuestionada por la población trabajadora.
No se trata tan sólo del movimiento creciente de manifestaciones y acciones de la juventud independentista catalana en las que se queman abiertamente fotos del Rey o se exige «un pisito como el del principito»... Todo y lo representativa que es tal dinámica —reforzada, de manera, asimismo, muy significativa, con declaraciones públicas antimonárquicas y antiespañolas de conocidos políticos y personajes de los medios de comunicación y, más ampliamente de lo que se denomina «la sociedad civil catalana»; léase, las fuerzas vivas de la burguesía del país—, hay que buscar la clave del cambio que está sobreviniendo y erosionando aceleradamente la base social de la monarquía en una irritación general de la población trabajadora (en aumento directamente proporcional al empeoramiento al que se asiste de su situación material) contra los derroches propios a la Corona que, desbordando la autocensura observada al respecto del tema, hasta hoy, por los medios de comunicación de masas, ha encontrado expresión ya incluso en ciertos programas de TV “basura” que sintomáticamente hallan en la crítica del Rey y de su familia, en el aireamiento de sus desmanes principescos y en la ridiculización de sus actos regios el filón hoy más adecuado para acrecentar sus audiencias.
La línea actual de respuesta del Estado —la represión— a tales cuestionamientos (secuestrando publicaciones y solicitando, por ejemplo, condenas de más de un año de prisión a jóvenes que han quemado fotos del Monarca y persiguiendo, por ese motivo, incluso a menores) no sólo está destinada al más evidente fracaso, sino que, además, echa leña al fuego de un incendio cuya extensión amenaza con colocar definitivamente a la Corona española en la picota de la opinión trabajadora.
Se equivoca, de medio a medio, quien piense que este proceso podrá detenerse mediante la realización de «gestos democráticos» por parte de La Zarzuela, tal como podrían ser, para el caso, el pago de impuestos (¡hasta la fecha, el Monarca y los suyos se hallan libres de ellos!) o la transparencia pública del oneroso presupuesto dedicado a mantener la Casa Real. Al equiparar así el potencial de actuación de la monarquía española con el de las monarquías parlamentarias de los países capitalistas avanzados se está olvidando la naturaleza específica, concreta, de la monarquía de Juan Carlos.
El caso es que la monarquía parlamentaria que corona el Estado en alguno de los países capitalistas más desarrollados —como el Reino Unido, para poner el ejemplo más típico— es la expresión histórica del pacto vergonzante, que tuvo lugar en su día, de un lado, entre una burguesía, que había hecho suyo, de la mano de las revoluciones populares, no sólo el poder económico de la sociedad, detentado, en realidad, con anterioridad a éstas, sino también, el político, el Estado, pero que había devenido reaccionaria en cuanto, ya dueña de la situación, se veía enfrentada, sin tapujos, a su propia clase explotada y, de otra parte, los restos de la vieja clase feudal, derrotada, mas aún con medios económicos e influencia suficientes para vender sus servicios contrarrevolucionarios a la victoriosa clase capitalista a cambio de su integración dentro de ésta. De tal manera, en dichos países (Reino Unido, pero también los Países Bajos o Suecia...), la monarquía sigue en pie en tanto que, efectivamente, ha sido capaz de ir adaptándose a las exigencias del desarrollo del capitalismo y ha podido hacerlo por su carácter —intrínseco y reconocido desde su mismo origen— de institución de sostén de la democracia burguesa, destinada a facilitar la integración en ésta de aquellas capas de la clase capitalista que, provenientes del viejo régimen feudal, subsisten parásitamente sin involucrarse, de forma directa, en la dirección económica y política de la sociedad que lleva a cabo la burguesía en tanto que totalidad. Lejos, pues, de sustraer soberanía alguna a sus respectivos Parlamentos y, globalmente, al conjunto de las instituciones de la democracia capitalista, estas monarquías son abiertamente dependientes con respecto al Estado burgués y lo sostienen y lo sirven al mismo título que cualquier otro de los aparatos específicos que lo componen.


No es ésta, desde luego, sin embargo, la realidad específica de la monarquía española de Juan Carlos. Su origen, concreto, no se halla en las monarquías absolutistas del Imperio Español; ni siquiera, aunque le sea mucho más cercano, en la monarquía dictatorial de su abuelo Alfonso XIII, que tan cobardemente abandonara, en su momento, el país para escapar de las iras de las masas. Historias pasadas y parentescos dinásticos, y familiares, aparte, Juan Carlos es hoy rey, en primer lugar, por decisión del Caudillo Francisco Franco, quien tomó dicha determinación con el objetivo declarado de garantizar, en el peor de los casos, la supervivencia, si no a su agonizante régimen, sí, al menos, a sus servidores. Así nació y se encumbró al poder la monarquía española actual: como garante de un sacrosanto pacto mediante el cual el grueso de las fuerzas franquistas —a cambio de dejar paso expedito a la democratización del país exigida por la valorización del capital— se aseguraban su tránsito, intactas (gracias a la defensa de ellas ante las masas trabajadoras asumida explícitamente por la burguesía democrática y, en especial, por los partidos reformistas pseudotrabajadores), a la democracia capitalista de hoy, unidos, en suma, franquistas y demócratas en la tarea común de apartar al proletariado de escena imponiendo, al precio de correr un tupido velo sobre los crímenes pasados de la guerra civil y las décadas posteriores de dictadura militar, por todos los medios a su alcance, «la paz».
En el cuadro general, ya inevitable, tras el evidente obstáculo que el régimen franquista representaba para el desarrollo de las fuerzas productivas en España, del fin del franquismo y la transición a una democracia no menos capitalista, el Monarca, mientras franquistas y demócratas ponían la pistola al pecho de las masas trabajadoras bajo la amenaza de golpe militar, fue erigido, al alimón, por las fuerzas del viejo y del nuevo régimen, a cubierto de la Constitución Española de 1978, como «mando supremo» de unas «Fuerzas Armadas» que, formadas «por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional», el cual, a su vez, «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».
Tal es el tramposo resultado de la «modélica transición pacífica española»: una democracia capitalista coja —situada, en última instancia, más allá de las apariencias, bajo la espada de Damocles del Ejército (recuérdese la primera reunión del recién creado Consejo de Defensa Nacional, que ha tenido lugar, bajo la presidencia del Rey, “casualmente” en medio de los actuales acontecimientos, el pasado 10 de octubre)—; una democracia lastrada, de por vida, por la defensa incuestionable de esa cárcel de pueblos que es el Estado español. La realidad concreta que define, por encima de cualquier similitud formal con otras coronas, a la monarquía de Juan Carlos consiste determinantemente en esto: en que ejerce de símbolo, de representación de esa unidad de España, tan odiosamente opresora como innegociable, que integra, de manera irrenunciable, a favor de toda su historia, el Estado capitalista español moderno.
Bajo tales coordenadas objetivas, que definen el terreno de juego del régimen, y en los vigentes parámetros de empobrecimiento de las masas trabajadoras al mismo tiempo que de reducción de los márgenes económicos sobre cuya base el Estado español había conseguido, hasta ahora, comprando el silencio de las burguesías nacionales, estabilizar la situación en las naciones que mantiene sojuzgadas (Euskadi, Catalunya, Galiza), no cabe esperar «gesto democrático», digno de mención, por parte de la monarquía española. Por el contrario, cada nuevo intento en este sentido —el último, la boda del heredero de la Corona con una divorciada, plebeya, es aleccionador—, no podría hacer más que enajenarle apoyos de su base social no democrática mientras, lejos de aportarle sostén entre las masas proletarias, asimismo se lo hace perder en la misma medida en que, ante los ojos de éstas, se rompe la reaccionaria aura fetichista de intangibilidad que había protegido, hasta hoy, a la Casa Real española.
Es ahora que salta a la vista el alto precio que pagará la clase capitalista española por las pasadas décadas «de paz», de exitosa «transición pacífica del franquismo a la democracia»: a cambio de los indudables beneficios cosechados, el capitalismo español se ha ligado al cuello la pesada losa de una precaria monarquía que, afectada congénitamente de anemia democrática, está destinada a devenir —está deviniendo ya— punto de mira común del movimiento de resistencia de las capas más profundas del proletariado y de los movimientos de liberación de las naciones oprimidas por España.
¿En qué punto exacto nos hallamos, a día de la fecha, en el desarrollo de ese movimiento antimonárquico en el que están llamados a converger espontáneamente, hasta el estallido efectivo de la nueva revolución social, el descontento creciente de las masas trabajadoras y las justas ansias, cada vez más irrefrenables, de emancipación nacional experimentadas por los pueblos sometidos al Estado español?... Es difícil de apreciar con total precisión, pero lo que parece claro, innegable, a la luz de los recientes acontecimientos, es que un primer dique de contención —el que mantenía, hasta hoy, a la monarquía española como intocable ante las masas— se está derrumbando, se está viniendo abajo ya sin remedio. No es un proletario de vanguardia, no es un anticapitalista avanzado quien no sea capaz de percibir este cambio profundo que está sobreviniendo en el substrato de la sociedad española.
El interés de la clase explotada, de su juventud anticapitalista es, por supuesto, irreconciliablemente opuesto no sólo a ésta y a cualquier otra Monarquía, sino también a cualquier posible República burguesa —esto es, a cualquier Estado en el que el poder no sea detentado directa y exclusivamente por el proletariado— que pudiera reemplazar al régimen monárquico en la gestión del capitalismo. Pero esta realidad no autoriza, en absoluto, el más mínimo indiferentismo de los proletarios y anticapitalistas conscientes ante el valiente movimiento real con el que una parte de la juventud, de forma particularmente visible en las naciones oprimidas como Catalunya, se ha echado ya a la calle contra la monarquía española. Por el contrario, toda auténtica lucha consecuentemente proletaria, todo combate consecuentemente anticapitalista es y sólo puede ser hoy necesariamente, en España, también una lucha para echar abajo la monarquía, el régimen concreto bajo el cual el Estado capitalista español no sólo explota y precariza a los trabajadores, sino que, asimismo, humilla y pisotea a las naciones sojuzgadas. Siempre y en todo momento marchando tras su propia bandera de la revolución anticapitalista es y será tarea irrenunciable de los proletarios de vanguardia dejar abierta la puerta a la movilización común, para la destrucción efectiva del Estado capitalista existente, con todos aquellos oprimidos que se rebelan contra éste.
Así pues, abierta la veda que impedía el cuestionamiento de la monarquía, es deber del anticapitalismo consecuente, del anticapitalismo rojo, no sólo tomar notar de ello, no sólo llamar a extender ese movimiento que tan justificadamente lanza ya sus dardos contra la reaccionaria, explotadora y opresora Corona, no sólo salir, sin condiciones, en defensa de las víctimas del monárquico e imperialista Estado capitalista español, de los detenidos y represaliados (en Catalunya, en Euskadi, en Galiza, en cualquier otro lugar) por osar alzar su voz o/y sus manos contra éste... Es deber, asimismo, de la vanguardia revolucionaria del anticapitalismo, de la vanguardia histórica, comunista, del proletariado hallar el camino para tomar parte activa —sobre la base de sus propios presupuestos clasistas, pero, a la vez, impulsando la máxima unidad revolucionaria posible— en el movimiento real que se desarrolla ante sus ojos.

POR UN FRENTE REVOLUCIONARIO CONTRA LA MONARQUÍA

Independentistas consecuentes, nacionalistas revolucionarios, anticapitalistas avanzados, comunistas:

El camino hacia la liberación de las naciones oprimidas por España, el camino hacia la liquidación del capitalismo pasa, insoslayablemente, como primer paso, por derribar la monarquía española.

Trabajemos juntos para formar un FRENTE REVOLUCIONARIO CONTRA LA MONARQUÍA que luche, por todos los medios a su alcance, por:

· La imposición incondicional de la autodeterminación de Catalunya, Euzkadi y Galiza
· El derrocamiento de la monarquía española
· La revolución anticapitalista

Para todo contacto:
anticapitalismorojo@hotmail.com http://anticapitalismorojo.blogspot.com


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Mesa redonda anticapitalista convocada por la redacción de Anticapitalismo rojo

EL ACTUAL MOVIMIENTO CONTRA LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
Y EL ANTICAPITALISMO REVOLUCIONARIO



Esta pasada semana tuvo lugar, convocada por la redacción de Anticapitalismo rojo, una mesa redonda de compañeros anticapitalistas en la que se pusieron en común las primeras impresiones de cada cual al respecto de la naturaleza y perspectivas del actual movimiento que se desarrolla contra la monarquía española. Asimismo, se inició la consideración de las tareas que de tal realidad se desprenden para el anticapitalismo revolucionario.
El encuentro fue introducido por Ignacio Rodas explicando las características específicas de la monarquía de Juan Carlos y las serias debilidades que, de ello, se desprenden para la democracia capitalista española. Añadió Rodas que, a su entender, nos hallamos en los primeros pasos de un movimiento contra la monarquía en el que están destinados a confluir espontáneamente tanto el descontento del grueso del proletariado y, en particular, de su joven generación de precarios, a causa del sensible empeoramiento que se registra y registrará de sus condiciones de vida, como las justas ansias de liberación, cada vez más impostergables en dicho cuadro económico-social, de las naciones oprimidas (Catalunya, Euskadi y Galiza) por el Estado español.
Convencido, en cualquier caso, de que la cobarde represión desplegada por el Estado español no hará más que atizar el movimiento, Rodas se mostró partidario de que los anticapitalistas consecuentes, al hilo de exigirse una comprensión creciente de los vigentes acontecimientos, buscaran las formas político-organizativas hoy más adecuadas para no sólo alzar netamente, contra todo indiferentismo frente a la monarquía española y a su odiosa opresión imperialista, su propia bandera de la revolución de la clase explotada contra la explotadora, sino, asimismo, la de la alianza incondicional con el nacionalismo revolucionario verdaderamente dispuesto a combatir por el derrocamiento del régimen monárquico, primer obstáculo común, en cualquier caso, en el camino de la emancipación de los explotados y oprimidos.
En la rueda de intervenciones que siguió, otros compañeros coincidieron en señalar, por su parte, la indudable dinámica de deterioro del Estado español que expresan los actuales hechos, en los que, por primera vez, se está empezando a cuestionar públicamente, a escala de masas, el papel desempeñado por la monarquía. En la certeza de que el desarrollo de la situación permitirá responder, con claridad, a ellos, numerosos interrogantes fueron, asimismo, planteados. ¿Asistimos verdaderamente a los primeros compases de un movimiento contra la monarquía o se trata, por el contrario, únicamente del desarrollo del movimiento independentista?..., ¿ha llegado, o no, el momento de que, más allá del plano del análisis, los anticapitalistas conscientes se impliquen directamente, a través de la impulsión de formas unitarias de lucha con el nacionalismo revolucionario, en el desarrollo político de dicho movimiento?... y ¿cómo deben ser interpretadas, a este propósito, las distintas experiencias unitarias anteriormente vividas por el anticapitalismo? fueron las tres cuestiones esenciales expuestas abiertamente sobre la mesa.
Por lo demás, todos los participantes en el encuentro destacaron unánimemente tanto la importancia de las actuales protestas contra la monarquía como en que, en modo alguno, éstas pueden ser tomadas como un apoyo a otros posibles regímenes burgueses de repuesto a la anterior ―para el caso, la República capitalista― que no por ello, las fuerzas reformistas dejan de guardar, para mañana, en su cartera, para cuando su utilización sea necesaria.
La reunión concluyó con una nueva convocatoria al objeto de recabar mayor información acerca de la marcha de los acontecimientos, valorar más en concreto el desarrollo del movimiento y considerar, con mayor fundamento, la posible respuesta anticapitalista revolucionaria a él.
Corresponsal


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EL ANTICAPITALISMO TAMBIÉN CONTRA ESPAÑA, CÁRCEL DE PUEBLOS
En Anticapitalismo rojo…


¿Por qué defendemos a Jaume Roura y al resto de patriotas catalanes represaliados?…
¿POR QUÉ NO SUSCRIBIMOS LOS LLAMAMIENTOS A QUE LO HAGA «LA SOCIEDAD CIVIL»?…
Núm. 17, 01.10.2007

Declaración de Anticapitalismo rojo con motivo de l’Onze de setembre
La libertad de Catalunya no vendrá de ninguna Unidad Popular…
¡VENDRÁ DE LA REVOLUCIÓN ANTICAPITALISTA!
Núm. 16, 15.09.2007

A propósito del escrito de Sánchez Teran, militante de Endavant
O CON EL ESTALINISMO O CON LA «DEFENSA DE LA TERRA»
Núm. 15, 01.08.2007

Declaración de Anticapitalismo rojo
¡LIBERTAD PARA ARNALDO OTEGI Y TODOS LOS PRESOS NACIONALISTAS VASCOS!
Núm. 14, 15.07.2007

Fin de la tregua de ETA
HIPOCRESÍA Y DEBILIDAD DEL ESTADO CAPITALISTA ESPAÑOL
Núm. 12, 15.06.2007

De Juana, excarcelado
UNA VICTORIA REVOLUCIONARIA
Núm. 6, 15.03.2007

Tras el asesinato de Estado de Barajas
¿A DÓNDE VA LA CUESTIÓN VASCA?…
Núm. 3, 15.03.2007


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ANTICAPITALISMO ROJO no es un órgano de opinión. Es un arma de lucha, un instrumento de organización propia de los proletarios, un medio de reunión de la vanguardia revolucionaria, consecuente, del anticapitalismo.
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anticapitalismorojo@hotmail.com

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BALANCE COMUNISTA DE LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1923
(I)


Es casi un dogma de fe, entre los teóricos e historiadores de extrema izquierda, tanto proletaria como burguesa, el aceptar que el avance de la contrarrevolución capitalista en Rusia, desde mediados de los años 20 hasta la consolidación final del estalinismo, se produjo inexorablemente al quedar aislada la primera República Soviética de la historia, tras el “fracaso” de la revolución proletaria en Occidente.
Ese lugar común que nos da cuenta de un “fracaso” revolucionario en Europa Occidental, incluso proviniendo de autores que se autotitulan «marxistas» y «materialistas», tiende siempre, en coherencia con las connotaciones subjetivas del término (fracaso en lugar de derrota) a considerar los resultados de la superficie política o militar, como un mero juego de voluntades en una cadena de hechos que bien podrían haber sucedido de otra forma si se hubieran aplicado las fórmulas, directrices o programas que no se llegaron a aplicar.
Puesto que dicho idealismo no lleva más que a escribir la historia y extraer sus lecciones en clave maniquea y voluntarista, la primera tarea para exponer un balance que responda a las causas reales de una derrota revolucionaria consiste, rompiendo con el anterior, en obligarse a indagar cómo la inmadurez de las condiciones objetivas para la victoria ─hablamos del resultado de un movimiento revolucionario, para décadas, que, como ha explicado siempre el marxismo, es la consecuencia de la existencia de un amplio margen de desarrollo de las fuerzas productivas aún posible bajo las relaciones sociales imperantes, y no del desbaratamiento circunstancial de una insurrección─ se había traducido en una inmadurez de las condiciones políticas.
Es curioso, en este sentido ─pero nada sorprendente si tenemos en cuenta la filiación oportunista de su autoría─, comprobar cómo los autores que, aparentemente han tenido más en cuenta esta determinación, no han dejado de buscar las causas de dicha inmadurez política de la pasada revolución proletaria, a escala europea, en el partido revolucionario que consiguió tomar el poder en Rusia y no en los que no lograron hacerlo en sus respectivos Estados. De tal forma, Jean Barrot, uno de los teóricos izquierdistas que más ha estudiado la revolución alemana y, con ella, el contexto político e histórico en el que se insertaba la revolución proletaria internacional iniciada en 1917, de la que la anterior estaba destinada a ser su epicentro, no ha tenido reparo en afirmar, refiriéndose al movimiento que sacudió Europa desde el final de la Primera Guerra Mundial, que, «desde el momento en que hay acción revolucionaria del proletariado en los países capitalistas avanzados, Lenin está superado». Así pues, las condiciones políticas de los países capitalistas avanzados superarían a Lenin, pero ─misterio inexplicable─, éste acabaría imponiéndose a las mismas para, en palabras del propio Barrot, terminar «traicionando» la revolución. ¿Cómo es posible operar semejante milagro, nos preguntamos, sin violentar las pautas científicas del materialismo a la hora de analizar la historia?
La necesidad de un balance específico del movimiento revolucionario del proletariado alemán de 1918 a 1923, así como de las razones de su derrota, es tanto más acuciante cuanto que lo mejor que se ha escrito, al respecto, está completamente mistificado. El avance de la contrarrevolución en Rusia, país con todo dependiente y semiatrasado, con respecto a Alemania, se debe explicar por la derrota de la revolución en este último Estado, y siempre a través de las causas, económicas y políticas, específicas de él. Pasamos, sin más dilación, a exponerlas.


Un capitalismo altamente concentrado y productivo convierte a Alemania en primera potencia europea desde el momento en el que consigue culminar su unificación política en 1870-71. Sin embargo, esta tardía unificación nacional (Francia e Inglaterra, sus potencias competidoras más directas, habían centralizado sus Estados siglos atrás), unida a un emplazamiento territorial con escasas salidas al mar, había sustraído a Alemania de la participación en el comercio colonial y de ultramar, lo que le colocaba, en adelante, en seria desventaja para penetrar económicamente en África y en Asia, cuando todos esos mercados comenzaron a repartirse entre los principales imperialismos occidentales
Así es como llegamos a las vísperas de la Primera Guerra Mundial, en la que la economía germana, a pesar de ser la más productiva del mundo capitalista, superando incluso a EE UU, es, paradójicamente, la que más dificultades tiene para colocar su producción en el mercado mundial, merced al proteccionismo de los mercados foráneos, de los que depende, como economía ultraexportadora que es, para asentar su crecimiento. En resumen, éstas son las razones que colocan al capital alemán en el epicentro de las dos Guerras Mundiales.
Por otro lado, para entender las causas políticas que determinaron la derrota revolucionaria de 1918-23 en el país que contaba, por entonces, con el proletariado más numeroso, y con ella la de la chispa iniciada en Rusia en 1917, hay que tener en cuenta las características y el porqué de la estructura político-administrativa del Estado alemán.
Precisamente por la tardía revolución burguesa en el país, que coincide con el desarrollo y crecimiento del proletariado industrial ─éste ya había asomado amenazadoramente la cabeza, como clase, en 1848─ y el aumento exponencial que esto produce de las luchas obreras, la burguesía teutona no desarrollará, hasta el fin, las formas clásicas de la revolución democrática y establecerá un pacto con la vieja aristocracia terrateniente y militar (encarnada en los Junkers prusianos) en el que se le concederá a ésta una importante parcela de poder a la cabeza de la administración imperial.
Sin embargo, a pesar de esta especificidad y limitaciones formales, con todo importantes, de la revolución burguesa alemana, hay que dar por buena la fecha de 1871 para hablar de la culminación ─burocrática─ del proceso por el cual Alemania se dota de una superestructura político-administrativa plenamente ajustada a los intereses capitalistas (a este respecto, tengamos en cuenta que la unificación del mercado nacional se había conseguido en 1834 con la supresión de las aduanas interiores).
La Constitución de 1871 expresa bien todas estas características al establecer un Estado confederal con un poder ejecutivo centrado en el Bundesrat (Consejo Federal), que agrupa a los representantes de los 22 Estados alemanes, y otro legislativo, ostentado por el Reichstag (Parlamento), que se elegirá ya por sufragio universal, directo y secreto. La Presidencia del Consejo Federal corresponderá, no obstante, al canciller que será nombrado por el emperador. Este último, a su vez, ejercerá como presidente de la Confederación, lo que le dará derecho a representar a la misma en las relaciones internacionales, a declarar la guerra y hacer la paz en nombre de Alemania.
Tanto el fuerte peso del Consejo Federal sobre el Parlamento como de la figura del emperador que nombra al canciller (detentor real del poder ejecutivo), lejos de ser la expresión de una burguesía liberal sometida, supone una concesión perfectamente ideada y aceptada por ésta, por las razones más arriba expuestas, que, a modo de detalle ilustrativo, llegará votar, en la Dieta prusiana, una ley de indemnización con el fin de absolver a Bismarck de todas las ilegalidades cometidas desde 1862.
La estructura federal alemana, consecuencia de una fulminante unificación política, por la vía militar, que no puede, pese a su rotundo éxito, acabar del todo con la demarcación politico-territorial de los antiguos Estados alemanes (más si cabe cuando ha de integrar, en el marco de la nueva unidad, a la nobleza local de cada uno de ellos), imprimirá un fuerte peso, como veremos, en el carácter de la lucha revolucionaria del joven proletariado germano. Este quedará ejemplarmente retratado tanto en la proclamación de distintas Repúblicas Socialistas o Soviéticas, aisladas unas de otras, en el seno del país, que toman como base dicha demarcación confederal, como en la fuerza de las corrientes izquierdistas opuestas a la centralización, influenciadas por el anarcosindicalismo y la citada dinámica de luchas proletarias dispersas, que azotarán al KPD (Partido Comunista Alemán) desde su misma formación.
Esto por lo que hace a la inmadurez de las condiciones políticas revolucionarias para el triunfo de la revolución, de la que hablábamos al principio del texto. Por lo que hace, en cambio, a la comprensión de las causas objetivas del triunfo de la contrarrevolución burguesa, la clave hay que situarla en el margen de concesiones materiales del que, al hilo de la profundización en la democratización del régimen, dispondrá, a la larga, el capitalismo alemán para mantener atada a la potente aristocracia obrera del país —ya en tiempos de Bismarck, se había creado también burocráticamente todo un sistema de seguros de trabajo y pensiones universal sufragado por el Estado— a las faldas de la socialdemocracia.
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Una obra del Partido revolucionario contra el Partido reformista…

Ignacio Rodas
ANTI-NEGRI
Libro Segundo
Crítica de la política crítica
Política reformista y política revolucionaria
(o reformar el Estado burgués o destruir el Estado burgués)
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